Una fiesta mayor sobre ruedas
“¡¡¡Se oye la músicaaaa!!!”, grita un chavalín de seis años. Al instante llega corriendo un puñado de niños y niñas de distintas edades a la esquina de la plaza Maria Aurèlia Capmany. Y tras ellos, una manada de adultos no menos excitados. El chavalín no miente. Al fondo de la calle Torreblanca aparece un camión rojo. No es el de los bomberos porque en lo alto hay cinco músicos que, en vez de mangueras, tocan trombones, tubas y clarinetes. Estamos en la Festa Major de Sant Joan Despí. Porque, a pesar de los pesares y con todas las precauciones necesarias, este año el pueblo también quiere celebrar su fiesta mayor.
“Si voleu acompanyar-nos en un viatge a través del temps, volarem pel Misisipi fins a Sant Joan Despí. Desfilarem per carrers i places on hi ha la bona gent”, canta el banjista Roger Canals mientras su quinteto toca ‘Bourbon Street Parade’, clásico entre clásicos de la música de Nueva Orleans. Hace solo cinco minutos el barrio de Pla del Vent-Torreblanca estaba desierto, pero decenas de vecinos han bajado a la calle y otros tantos se han asomado a los balcones: un joven con camiseta del sello Motown, una señora con un pincel en la otra, dos maromos a pecho descubierto… Todos agradecen la música con amplias sonrisas. Algunos saludan y aplauden como si estuviesen viendo los Reyes Magos.
Cuando el camión llega a El Fornet de l’Eli, Roger invita a la clientela a alzar los brazos. “Si no la trobes, si no la trobes, la manera d’arrancar, una nova festa, una nova festa: mira, jo et puc ajudar”, canta. Es su adaptación al catalán de ‘Alexander’s ragtime’, pero hoy suena a eslogan para los ayuntamientos que no saben cómo reinventar su fiesta mayor. En la terraza del bar nadie se resiste. Y los chavales hace rato que siguen al camión allá donde va. Con su jazz centenario, la banda se ha transformado en un flautista de Hamelín sobre ruedas que hipnotiza a decenas de ratoncillos. El camión circula todo lo despacio que puede, a unos doce kilómetros por hora, pero evitando que el motor se cale. Los niños persiguen al camión y los adultos persiguen a los niños. El concierto ambulante funciona también como una ginkana para todas las edades.
Ese que corre por ahí es el regidor de cultura del ayuntamiento. A finales de marzo le parecía impensable organizar cualquier acto festivo por pequeño que fuera, pero en abril ya vio que merecía la pena dejar la puerta abierta, por si acaso. “Nuestra fiesta mayor siempre llega en un momento de ruptura: acaban los colegios, las universidades, la Selectividad, empieza el verano, llega la verbena, el calor… Es el momento de ocupar las calles y disfrutar. Nos sabía mal que si al final se podía hacer algo, dejásemos de hacerlo” explica. La opción de organizar espectáculos en plazas para 200 personas sentadas no eran una opción viable: “¿Qué 200 dejas entrar y qué 30.000 dejas fuera?”, plantea.
La solución de esta población de 34.000 habitantes ha sido llevar la música a la gente; la antítesis de esa estrategia festivalera que consiste en acondicionar un gran espacio y hacer que la gente se desplace hasta donde está la música. Sant Joan Despí se divide en cuatro barrios. Dos camiones hacen dos pases simultáneos en dos barrios y así la música suena en todo el pueblo. Mientras la Companyia Roger Canals reparte su jazz por los barrios de Pla del Vent-Torreblanca y Centre, otro camión sacude los de Les Planes y Residencial Sant Joan a ritmo de batucada. Por cierto, son los camiones que utiliza el Barça cuando celebra sus títulos. Al final de la calle por la que justo ahora baja la banda tocando ‘Down by the riverside’ está la Ciutat Esportiva Johan Cruyff.
De la calle a la calle
La elección de la Companyia Roger Canals no podía ser más acertada. Su repertorio nació en las calle, las de Nueva Orleans, y funciona sin amplificación. Hasta la tabla de fregar ropa que rasga y percute Daniel Lévy se oye perfectamente. Además, el quinteto se fogueó hace más de una década tocando swing en la calle; en Portal de l’Àngel, para ser exactos. Uno de los muchos espectáculos de Canals se llama Dia’N Jazz, en él la banda toca a bordo de un Citroën Dyane. Los protocolos de seguridad aconsejaron aparcar esta vez el viejo Dos Caballos y subirse al camión. Así, Joan Pinós puede tocar la tuba sentado. Y lo mismo pueden hacer el trombonista Óscar Font y el clarinetista Francesc Puig.
El que no se sienta ni bajo amenaza de recibir un estacazo de una rama mal podada es Roger Canals. Hablamos de un entertainer curtido en decenas de cercavilas, ferias y cabalgatas. El camión ha iniciado ya la ruta por el centro de Sant Joan Despí y el banjista sigue interpelando al público. Una familia baila en su balcón, camuflada tras la bastida de rehabilitación del edificio. La clientela del bar San Juan sale a la calle a curiosear. Y la del bar Europa. El quinteto arranca sonrisas allí donde va. Da igual que el público esté familiarizados o no con su música. Lo importante es que la música ha vuelto a las calles.
La velocidad del camión hace inviables las aglomeraciones. El riesgo de contagio es mínimo. Es más probable que se registren esguinces de tobillo o acelerones cardíacos por querer seguir al camión en toda la ruta. Tras más de una hora de recorrido, la banda se pierde al final de la calle Rius i Taulet. Desde la distancia se intuyen unos versos impropios de estas fechas: “Al mundo entero quiero dar un mensaje de paz / Y junto al árbol revivir la alegre Navidad”. Durante estos meses de confinamiento quien más quien menos ha perdido la noción del tiempo, pero su caso parece especialmente grave. No puedes tener encerrado a un músico durante tres meses. Después pasa lo que pasa.