‘Ciutat podrida’, ciudad que ahoga
Son las diez de la noche y la calle Isidre Nonell del Polígono Industrial Manresà de Badalona debería estar desierta. Sin embargo, decenas de personas ocupan las aceras. Unos charlan de pie, cerveza en mano. Otros se han sentado en el suelo a beber y escuchar música de sus móviles. Un grupo cena en una mesa instalada en la parte trasera de la furgoneta.
La gente lleva camisetas de Bad Brains, de Kortatu, de Cicatriz, de Brujería…
El punto de encuentro es la puerta del club Estraperlo. El grupo de hardcore-punk Zombi Pujol empieza a tocar ante una sala vacía. A los músicos se la suda y a su cantante, Roger Peláez, aún más. El cuarteto, reencarnación del grupo vallesano Budellam, abre la velada ‘Enfonsem la marca’ que organiza la plataforma BCN ens ofega. El logo del colectivo es la torre Mapfre, el hotel Arts y la Sagrada Familia hundiéndose en el mar. Metáfora de una ciudad entregada al monocultivo turístico que desatiende las necesidades de su población.
Peláez, dibujante de cómic y monologuista espasmódico capaz de noquear al más atroz tertuliano, berrea proclamas como “es antiguai hacer dinero con las casas de la gente”,
“esta sociedad es como la metadona: tiene lo peor de tomar heroína y lo peor de no tomarla” y “la crisis es una oportunidad para los ricos de quitarnos las fichas de los autos de choque”. Cuatro chavales organizan el primer pogo. Peláez huele jaleo, así que baja del escenario y agarra a los chavales del pescuezo. En lugar de reñirles, les planta el micro en los morros y les hace cantar el estribillo. La electricidad amplifica su rabia. Es el antidirector del colegio.
Cada canción de Zombi Pujol dura un minuto y medio. En cada canción entran cinco espectadores. Al final de pase son 60. Cuando el grupo se larga, la sala se vacía de nuevo.
Un polígono, cuatro salas
En la calle ya hay ciento y pico personas. Alguno echa la meadica en el portal de una nave por no ir al lavabo de la sala. Una veintena se arremolinan alrededor de la furgoneta, que yas parece una food truck punk. En la esquina con la calle Ramon Martí i Alsina está la discoteca Sarau 08911. Días atrás actuó Derivas, grupo de versiones de Héroes del Silencio. Pronto lo hará Ben Endins, grupo de versiones de Sopa de Cabra. Calle arriba, rozando la autopista, está la discoteca El Cel. Calle abajo, el discjockey de la discoteca Titus baja el volumen para que el público cante: “Yo quiero estar contigo, vivir contigo, bailar contigo una noche loca”.
Un estruendo anuncia que empieza el segundo concierto en Estraperlo. Es el de Una Bèstia Incontrolable, portento de hardcore ruidista que estos días andan de gira por Estados Unidos. Si el gran no-éxito de Zombi Pujol es ‘Vull cobrar la PIRMI’, el suyo debería ser ‘La primera foguera’, una suerte de reggaeton industrial primitivo e agitador. Cuando el cantante ofrece el micrófono a una chica, esta grita con toda su alma: “No hi ha esperança!”. La mayoría de gente aún está en la calle. Con camisetas de Non Servium, Porretas, Lendakaris Muertos, MCD… Una patrulla de los mossos gira por la calle Isidre Nonell, avanza entre la muchedumbre y desaparece a lo lejos. Es casi la una de la madrugada. Está a punto de salir el tercer grupo, Arpaviejas. Ahora sí, la calle queda desierta y la sala se llena hasta rebosar.
El cuarteto de El Prat de Llobregat suena como unos Extremoduro verdaderamente punk y sin dejes sinfónicos. Lleva más de una década en activo y aunque hayan funcionado al margen de la industria, canciones como ‘Ahora me importa una mierda’ superan el millón de visitas en youtube. Entre el público hay punkies con cresta, parejas de aspecto pijo, chavales jovencísimos, un tipo fornido que mira a todo el mundo con cara de odio, otro con una camiseta de ‘Orgull Català’ y chicas de extrarradio que recitarán todos los versos. Los de ‘El Mesías’, ‘Violencia’, ‘El insurrecto’ y hasta los de ‘Souvenir de Barcelona’, una canción a velocidad Motörhead que ni siquiera han grabado pero cuya maqueta circula por internet.
El Torete y Podemos
El cantante de Arpaviejas, JR Kubensis, ha dedicado el concierto a la alcaldesa Ada Colau y en ese momento Estraperlo se transforma en un colisionador de hadrones. Vuelan vasos de cerveza, vuelan personas y la suela de una bota aterriza en el escenario. El público presiona tanto sobre las primeras filas que los monitores del escenario se van desplazando hacia dentro y alguno hasta se desenchufa. El cantante dedica ahora una canción al segundo delincuente más famoso de los 80. “El Torete nunca hubiese votado a Podemos”, exclama.
El acceso al escenario es una escalera formada por tres cajas de cerveza atadas con cinta americana. Por ahí suben los que acto seguido se lanzarán sobre el público. Muchos van descamisados. Un chaval pide al bajista que pregunte si alguien ha encontrado un móvil. Otro sube al escenario, se baja pantalones y calzoncillos, baila un poco y se va. El batería suplica al grupo que pare un poco; necesita respirar. Un segurata echa un trago de redbull.
El público está empapado en sudor, agotado, contusionado, pletórico. Esto parece ‘El club de la lucha’ entre amigos. Suena ‘La jaula’. Todos conocen el estribillo: “Que vienen los maderos y qué más da”. Igual sucede con el de ‘Así es mi puto país’. Se comparte la rabia, se sublima la desesperación y la ansiedad de cada cual se disuelve en la multitud mientras Kubensis grita aquello de “hemos venido a quemar vuestra puta ciudad”. El plan de esta noche, recordemos, era empezar a hundir la marca Barcelona. Aunque sea desde Badalona.
La guinda a la velada lo pondrá el discjockey y responsable de la sala, que no es otro que el bajista de Zombi Pujol. Acaban Arpaviejas y pincha ‘Ciutat podrida’. “Ciutat podrida ens portes la nit i la por / Ara que ets adormida, els carrerssón plens de foc”, cantaba La Banda Trapera del Río. Casi cuatro décadas después, la gente grita que la ciudad les ahoga.