Érase una vez en Els Pagesos
Decenas de pequeños locales programar música en vivo en el extrarradio barcelonés. Los hay en Cerdanyola y El Prat, en Cornellà y Santa Coloma. Algunos se instalan en las afueras para evitar problemas con el vecindario. Otros se afianzan en el centro. Els Pagesos no podría ser más céntrico: está a apenas 50 metros de la iglesia y a cien del ayuntamiento de Sant Feliu de Llobregat. Siete años lleva intentando convencer a los santfeliuencs de que no es necesario irse siempre a Barcelona para ver un concierto.
El ambiente de noche especial se percibía muy claramente el pasado viernes. El protagonista del concierto era La Estrella de David, proyecto del músico local David Rodríguez. David lleva más de 25 años en esto: primero al frente de grupos indie como Bach Is Dead y Beef y, desde hace unos años, con La Bien Querida. Lo del otro viernes era el regreso de un hijo pródigo, actualmente afincado en Madrid, que ha contribuido a enriquecer la escena musical de Sant Feliu desde múltiples frentes: como productor casero, como divulgador radiofónico y como trabajador ocasional en el Casal de Joves.
El lleno estaba asegurado. No cabía ni una persona más en el local. En cambio, el escenario estaba vacío. Ni batería, ni amplificadores, ni guitarras. Solo un micrófono. Las cortinas rojas camuflaban una mesa llena de cacharros electrónicos. Al fondo de la sala, un amigo de juventud soltó: “¡Ya sale el cabezón!”. Y en el escenario, La Estrella de David masculló: “Que empiezo, eh”. No se ha inventado forma menos sugerente de iniciar un concierto, pero así es David Rodríguez: glamuroso como corcho. En la portada de su nuevo disco, ‘Consagración’, aparece sacando la basura a la calle.
Del krautrock al karaoke
David Rodríguez, pionero del indie español desde que participó en la gira Noise Pop de 1992 con Bach Is Dead, ha sido también uno de los más mordaces sepultureros de aquel sonido de guitarras distorsionadas y su puesta en escena hoy supone la estocada definitiva. El muy suyo dispara canciones pregrabadas y canta encima. A veces, encima de su propia voz. Nadie en este país había hecho una transición artística tan extrema: del krautrock de Beef al auto-karaoke. “Es lo que hay”, espeta para ahuyentar quejas.
La pared de Els Pagesos está decorada con decenas de fotografías en blanco y negro. No son de Jimi Hendrix, AC/DC o Led Zeppelin sino de clientes del local; unos más famosos que otros. Ahí están Sidonie, Santi Balmes de Love of Lesbian, Nacho Vegas y, claro, David Rodríguez. “Perdonad si canto mal”, suelta el David Rodríguez de carne y hueso con sus gafas colgando torcidas de una cuerda a la altura del esternón. “Bravo! Molt bé!”, exclama una mujer. “No, no, no”, replica él con cara de sufrimiento. “No lo pasaba tan mal desde que hice la primera comunión en el Hotel Centro”, asegura. Y todos se echan a reír porque saben perfectamente dónde está ese hotel y qué lugar ocupa en la memoria colectiva de los habitantes de Sant Feliu.
Tras la barra de Els Pagesos, junto a los vasos, hay un cartel en letras pequeñas: “Orgull Local Low Llobregat”. Durante un siglo este edificio fue la sede de la Asociación Agrícola San Isidro Labrador, allí donde los campesinos llevaban sus cosechas. Con los años, la planta baja se convirtió en bar de menús y, últimamente, en punto de reunión de jóvenes para jugar al futbolín o ver el fútbol. Una de esas jóvenes era Vanessa. En 2011 se animó a montar este bar de copas y conciertos y le pareció innecesario buscar un nombre moderno. Se llamaría como se le ha llamado toda la vida: Els Pagesos. Y hoy la antigua sede de los campesinos está llena de músicos (de The Penguins, Las Ruinas, Flamaradas…), amigos y familiares de este paisano del Baix Llobregat.
Cantautor de disco-pub
El videoclip de ‘Noches de blanco satán’ reinventa a La Estrella de David en un rol que, por lo que se está viendo hoy, le sienta estupendo: el de cantautor de disco-pub vacío. Podría haber rodado el clip aquí mismo. Lo único que falla es que el local está lleno. Que algunos alzan el puño. Que otros lo filman con el móvil. ¡Los hay que hasta bailan! Sólo en este bar saben a qué se refiere David cuando habla del Gringos, del Antropop y del Milenio. Son otros bares del pueblo, parte del mapa vital de Rodríguez y de esta canción destinada a convertirse en un tesoro privado de Sant Feliu.
Alentado por el calor de sus paisanos, Rodríguez roza por momentos al cantante melódico que desearía ser. En ‘La primera piedra’ se lo propone y logra entonar con convincente convicción. A ratos agarra el cable del micro como Camilo. En ‘La canción protesta’, transformado en el cantautor comprometido y caprichoso que ridiculiza la letra, da un giro sobre su eje y alza el brazo con gesto de ‘ahí te quedas’ a lo Raphael. Los versos de ‘Maracaibo’ le salen de muy hondo: “Cómo te jodí la vida / Pensando que te querría / Para siempre”, canta, grita y lamenta. El público también canta y grita.
En ‘Amor sin fin’, la canción que cierra su nuevo disco y el concierto, Rodríguez canta: “No merece la pena esforzarse / No voy a disfrutar en esta fiesta”. Y se diría que el momento que más disfruta es cuando deja de cantar y se limita a escuchar la coda instrumental que despide su propia composición, emergiendo del cacharro que tiene a un palmo mientras se olvida que tres palmos más allá tiene a un centenar de vecinos contemplándolo en el escenario de Els Pagesos. “Me voy ya, eh”, anuncia. Y se va.
Hace un rato un espectador le ha abroncado con violencia: “¡Coge la guitarra ya, hombre!”. Esa guitarra acústica medio abandonada es el escenario es de su sobrino, pero no le ha hecho caso en todo el concierto. En el bis sí la tocará. Y tras una aplacada versión de su ‘Tremendas amazonas’, se despedirá con un gesto de ‘ahora sí que ya no salgo más’. A petición del artista, suena por los altavoces de la sala ‘Me gustas mucho’, la dicharachera ranchera de Rocío Durcal. El concierto no habrá durado ni una hora.
Una celebración de la amistad
En una reciente entrevista, Rodríguez confesaba que asume los pocos conciertos que hace como “una celebración de la amistad”. Él aún no lo sabe, pero sus amigos lo van a obligar a subir al escenario una vez más para entregarle un doble regaño por su 50 cumpleaños: una caja de galletas María y un hulahop. “El regalo tenía que ser una rotonda”, se excusan. En efecto, cursaron una petición al ayuntamiento para poner su nombre a una rotonda de Sant Feliu, pero no pudo ser: las rotondas no tienen nombre. “Y en este pueblo, para que te pongan una calle o una plaza, tienes que morirte”, le informan. David celebra por dentro la firmeza consistorial y advierte que no piensaa llevarse el hulahop en el AVE. Se quedará como elemento decorativo en Els Pagesos.
El bar se vacía. Apenas son las diez y media. Suenan Mala Rodríguez, Las Ruinas, Joe Crepúsculo y, cómo no, ‘Noches de blanco satán’ de La Estrella de David. Hay que reordenar el local para la clientela del turno de noche. Vanessa friega el suelo, monta las mesas y negocia con dos músicos de la comarca un concierto para diciembre.