Hay que sacudir la comarca
Ni dos minutos se tarda en llegar a pie desde la estación de tren de Granollers-Canovelles al club Dràstik Punkaires. Anochece y por la calle ya solo quedan algunos vecinos; principalmente, migrantes. Dos mujeres caminan por la calle de Joanot Martorell. Probablemente vayan al concierto ya que una de ellas luce una camiseta con la frase ‘Riot grrls are not dead’. Se detienen en un local con la persiana metálica alzada. En la pared se lee: “Pinturas”. Sí, esto es Dràstik Punkaires, el antro que está sacudiendo desde hace un año el Vallès Oriental.
En 2017, el veterano colectivo Arcada Koncerts y el más joven Col.lectiu Punkaires unieron fuerzas y alquilaron este antiguo taller también dedicado al corcho y las moquetas. Los primeros llevaban más de veinte años organizando conciertos a lo largo y ancho del Vallès Oriental (en La Roca, Lliçà, Sant Feliu de Codines…). Los segundos, apenas cinco. Alguno de estos activistas del hardcore-punk lleva desde los 18 años montando conciertos. Ante la dificultad de abrir una sala de conciertos, han optado por crear un club social. Para poder ver los conciertos debes hacerte el carnet y en apenas un año ya han expedido unos 450. Es obvio que los habitantes de la zona reclamaban un lugar así.
Extracto del boletín de suscripción: “Según nos decía un abuelo, hay tres maneras de encarar las cosas: mirar como pasan, preguntarte por qué pasan y asegurarte de que pasen. Nosotros vamos por la tercera”. Y solo en un año han pasado por este local de 90 metros cuadrados artistas de Argentina, Estados Unidos, Polonia, Holanda, Francia y, cómo no, unos cuantos catalanes. Hoy mismo, actúa Anti/Dogmàtikss, un cuarteto de punk preolímpico formado allá por 1984 en el que tocaban dos jóvenes de la comarca apodados Sisa y Legal.
De Bo Diddley a Eskorbuto
El local es un rectángulo diáfano con una habitación a la entrada, una barra a la izquierda y el lavabo al final, junto al escenario. La visibilidad es perfecta desde cualquier rincón y la acústica, atronadora. Los altavoces están apoyados sobre tochos de cemento. El técnico de sonido lleva una camiseta de Poison Idea. Entre el público las hay de Bo Diddley a Eskorbuto, pasando por Roger Waters, Dead Boys y Megadeth. Hay punkies y heavies. Melenas y calvas. Camisetas a rallas y chaquetas de cuero. Crestas y gafas de pasta. Currantes tatuados y jóvenes de aspecto universitario. Mujeres con falda y… un hombre con falda.
Los abrazos con que se saludan algunos espectadores dan a entender que no se han visto en bastante tiempo. Y así es. Un concierto de punk ha sido la excusa ideal para sacar de casa a unos cuantos. Los hay que vienen con sus hijos, como ese de la camiseta de Ramones y ese otro con la de Budellam; otro grupo legendario de La Roca en el que también tocaban Legal y Sisa. Esos dos chavales deben tener diez años y sus padres intentan convencerlos de que se pongan tapones en los oídos. Ya está tocando Nosa, atronador trío barcelonés de crust-punk. Se rumorea que cantan en portugués, pero se les entiende poco.
El de hoy es el primer concierto en Dràstik Punkaires tras el parón estival. Se percibe en el ambiente que es un día especial. No solo porque la reapertura certifica que el proyecto del club sigue su rumbo, sino porque la visita de este grupo local de la vieja escuela ha convocado adeptos a las músicas estridentes y críticas de todas las edades. “Un buen principio de temporada, ¿no?”, se oye tras la barra. Al ser un club social, las bebidas no se venden: son gratis para los socios y estos hacen donativos. Triquiñuelas, las que haga falta para garantizar la existencia de este espacio de reunión, desorden y contracultura. En la nevera de los refrescos alguien ha enganchado un adhesivo: “Fuera Monsanto!!”.
Obi Wan del hardcore
Los Anti/Dogmatikss ya están a punto. Sisa, con su mirada tranquila de Obi Wan hardcore, se cuelga el bajo y sube al escenario. El techo de uralita le queda a tres o cuatro metros de distancia. Nada que ver con el de aquel local del Born en el que ensayaban Anti/Dogmàtikss en los años 80 y en el que tenía que tocar agachado porque no se cabía. Poco o nada queda de aquella época preolímpica. Ni los locales donde actuaron ni las okupas a las que apoyaron. Queda, eso sí, un discurso antisistema inmortalizado en una veintena de títulos.
En el escenario cabrían perfectamente los cuatro, pero Rubio, el actual cantante del grupo, el único sin pedigrí vallesano, no subirá a la tarima ni para tomar impulso. Prefiere moverse entre el público. Desde aquí abajo, escupirá la mayoría de los veintitantos títulos que entonces circulaban en casete y ahora en internet: ‘Estado de kaos’, ‘El modelo de español’, ‘Religión’, ‘¿Ellos o tú?’, ‘Siempre hay algo que hacer’, ‘¿Dónde está la policía?’… Latigazos hardcore-punk de apenas dos minutos tras los cuales, y mientras recobra la respiración, Rubio cargar contra el fascismo, contar la clase política y contra los que toleran tantas muertes diarias en el Mediterráneo. “¡No obedezcáis nunca!”, grita.
Aquellos dos chavales de diez años se han parapetado con sus padres en el lateral izquierdo, junto al lavabo. Uno de ellos no deja de hacer fotos con el móvil. Tiene el escenario a un palmo, pero está a salvo de las coces y codazos que se reparte el público a unos centímetros. Entre tres espectadores suben en brazos al cantante. Los más veteranos en el arte de hacer nadar a un músico sobre el público vigilan que con el calzado no golpee la cara de los más novatos. Al tipo aquel de la camiseta de Bo Diddley le ha saltado volando la lata de cerveza. Se agacha, la recoge y sigue bebiendo como si no estuviese en el mismísimo ojo del huracán. El local en pleno grita: “¡Alerta! ¡Alerta roja! ¡Alerta! ¡Alerta roja! ¡Alerta! ¡Alerta!”. Y el chaval del móvil sigue haciendo fotos y fotos.
Codazos de fraternidad
El Dràstik Punkaires es la viva estampa de la violencia fraternal. Hay sonrisas en primera fila. Sonrisas en la barra. Sonrisas al fondo del local. Sonrisas en el pogo. También sonríen Sisa y Legal al comprobar cómo Diego, el guitarrista que hoy hace de suplente, está sacando adelante, una tras otra, la veintena de canciones que ha tenido que aprenderse en un mes.
En un giro mal calculado, Rubio da un codazo a un tipo que le está filmando y le tira el móvil al suelo. El cantante sonríe con gesto de disculpa, el espectador sonríe con cara de ‘esto podía pasar’ y tanto uno como otro vuelven a lo suyo. A berrear junto al resto de público aquello de: “1983, un año más sin nada que hacer / La cultura está llegando al final / El racismo en su auge está”. Como suele pasar con tantos grupos punk español de los años 80, muchas de las letras de Anti/Dogmatikss suenan hoy mucho más razonables y vigentes de lo que uno hubiese querido imaginar. No hace falta contextualizar casi ninguna.
El concierto termina punktualmente a las 21.42. Es una de las máximas del club: acabar siempre antes de las diez para no molestar a los vecinos. A los Anti/Dogmatikss les esperan dos actuaciones en Francia. El Dràstik Punkaires recibirá el próximo sábado al grupo canadiense The Hazytones. Como decía aquel abuelo, aquí lo importante es asegurarse de que las cosas suceden.