Fumando shisha y bailando raï en el Maresme
Abdul se abre paso entre la multitud de jóvenes que intenta acceder a la discoteca y llega hasta una descomunal limusina que hay aparcada en la acera. La limusina, blanca como su jersey, reluce como su cadena. Él es el relaciones públicas de la discoteca Oasis y debe atender una emergencia: unas chicas de Murcia han llegado a la estación de tren y la organización se ha comprometido a recogerlas. Son las ocho de la tarde y la actuación está a punto empezar.
Estamos en el Pla d’en Boet, polígono industrial a las afueras de Mataró. Y el motivo por el cual varias jóvenes han recorrido seiscientos quilómetros se resume en dos palabras: Aymane Serhani. Con 25 años, este joven nacido en el Rif marroquí es una firme promesa de la nueva generación de cantantes de raï. La discoteca está llena. Tan llena que los porteros deben explicar al público que no cabe nadie más. Tan llena que algunos intentarán colarse saltando la valla que da al jardín o por la salida de emergencia que hay tras el estanque.
En la cabina del discjockey, Yasine mezcla éxitos occidentales de Major Lazer, 50 Cent y Jason Derulo con rompepistas orientales de Aziz El Berkani, Saad Alsagher y Adil Miloudi. Suena reggaeton y raï, música dance y reggada marroquí, dembow latino y sintetizadores magrebís, secuencias electrónicas y crótalos egipcios. La pista está que arde. Unos bailan contoneando los brazos con delicadeza árabe. Otros perrean en pareja. Chicos bailan en pareja. Chicas bailan en pareja. La inmensa mayoría son jóvenes magrebís. Algunos vienen de Barcelona. Cada sábado llegan de toda Catalunya; hasta del sur de Francia.
Alrededor de la pista hay mesitas, butacas y sofás. En cada mesita, una shisha desprende un afrutado aroma cada vez que sus comensales aspiran por la boquilla. Junto a cada shisha, zumos, agua de Lanjarón, coca-colas y latas de bebidas energéticas. Una de ellas se llama Locura. La entrada a la discoteca cuesta 15 euros e incluye una consumición, pero el precio se dispara cuando reservas una mesa que, por supuesto, irá bien surtida de bebidas y, si lo solicitas, incluirá ese trayecto en limusina de la estación a la discoteca.
Quinientos móviles
Son las ocho y media. Dos acróbatas encaramados a unos zancos decorados como troncos de árbol se exhiben por la pista. Aymane Serhani está a punto de salir. Se nota porque han abierto un pasillo de seguridad hacia el escenario. Ahí está: menudo, repeinado, sonrisa de niño bueno y pectorales de gimnasio. ¡Es él! Quinientos espectadores y quinientos móviles en el aire. Todos le filman mientras él saluda, sonríe e interpreta títulos como ‘Krite l’message’, ‘Lilla hadi’ y ‘Labsa jabala’, que suman entre diez y veinte millones de visitas en youtube.
El escenario también está lleno de gente que filma con el móvil. Él propio Aymane canta con un móvil en la mano y se filma a sí mismo con el público al fondo. Varios vigilantes controlan que la gente no se suba de pie a las butacas y sofás tapizados. Imposible. Hay que filmar a Aymane. O, al menos, filmar ese mar de móviles que filma a Aymane. Las barras, que media hora antes estaban abarrotadas de jóvenes pidiendo su bebida, están desiertas. Los camareros, magrebís como los vigilantes y demás trabajadores del local, también bailan.
Tanta gente hay en el escenario que no se advierte que ni un solo músico acompaña a Aymane. Yasine le va disparando las canciones desde la cabina de discjockey. Imposible ver ese oasis con palmeras, camellos y tuaregs que decora el fondo del escenario. Algunas chicas siguen la actuación subidas a la espalda de sus amigos. Los altavoces lanzan la música a un volumen arenoso y brutal. Varios espectadores abandonan la pista bañados en sudor. Un joven magrebí con gafas hipster y pantalón de tirantes fuma en su sofá. Una joven dominicana se lo mira todo desde una butaca. El de la sudadera Bieber 94 baila a lo lejos. Cuando el ambiente se calme, los vigilantes también bailarán.
Shukran i adiós
En realidad, el ambiente y la sesión de Yasine son mucho más disfrutables que el concierto en sí. Igual que pasa en el hip-hop y las músicas urbanas latinas, se empieza a estilar este formato de directo sin banda en el que la estrella sube al escenario más para ser retratada y multiplicar su eco en las redes que para ofrecer un concierto a la vieja usanza. De hecho, a la media hora Serhani lanza la palabra temida: shukran. Gracias y adiós. Pasillo de seguridad y escapada. Yasine pincha ‘Kiss kiss’ en español. Es el mayor éxito de la superestrella turca Tarkan. La pista vuelve a arder, pero más de un centenar de jóvenes se agolpa ante la puerta por la que se ha esfumado Aymane. Quieren una foto con él.
Desaparece Serhani y desaparece la histeria. La discoteca Oasis vuelve a ser ese espacio cordial en el que si se cruzan dos amigos se dan dos besos en las mejillas, donde conviven danzas de apareamiento adolescente de mil y un orígenes, donde predominan las prendas ajustadísimas y el peinado cepillo. Un zambombazo eurotrance de Sash! abre paso al raï autotuneado de Cheb Yacine Tigre y a nadie le extraña. Todos bailan y se saben todas las canciones.
El siempre sonriente Aymane lleva ya una hora haciéndose fotos con sus seguidores. “Yallah, yallah!”, grita el mánager, reclamando que la cola de fans avance más rápido. En la pista, DJ Yasine enfila la recta final de su sesión. Los camareros desmontan las shishas, se cuelgan las mangueras al cuello y retiran las bases de vidrio para evitar accidentes. Son casi las diez. El público recoge sus chaquetas y sale a la calle. Una chica le dice a un chico: “Próximo sábado, ¿sí o qué?”. En la esquina, unos jóvenes han abierto las puertas del coche para que las canciones de Kader Japonais y Lartiste suenen a todo trapo.
La noche aún no ha terminado para Aymane Serhani. Ahora lo llevarán a cenar buen pescado a Arenys de Mar. Y hacia las tres de la madrugada volverá a subir al escenario de la discoteca para ofrecer el segundo pase acordado.