“¡Orgullosamente ecuatorianos!”
Dos grados bajo cero en el polígono Jordi Camp de Granollers. Son las dos de la madrugada y no hay un alma por la calle. Todo está cerrado: concesionarios de coches, talleres, tiendas de neumáticos y hasta la fábrica de la multinacional de productos de limpieza Reckitt Bensiker que un día fue sede de la empresa de jabones Camp. Las únicas señales de que aquí hay vida durante el día son las pintadas que convocan a la huelga general del pasado 29 de septiembre.
Junto a una nave de lavado de cisternas, unas luces intermitentes indican que la discoteca latina Daniel’s Exclusive Discoteck está abierta. Hoy, además, hay concierto. La pista de baile está desierta porque es en la segunda estancia donde tocará la Banda 24 de Mayo, formación ecuatoriana de música folclórica que hoy celebra su primera actuación en Europa tras 75 años de trayectoria.
Es una fecha doblemente señalada para el público ecuatoriano que llena la discoteca, pues la velada coincide con la celebración de las fiestas de Quito que conmemoran cada 6 de diciembre la fundación, en 1534, de la capital de Ecuador. El ambiente es de fiesta mayor. Hay jolgorio y bailoteos en pareja. Un discjockey y su fogoso animador caldean el ambiente. De repente, toma la pista un escuadrón de siete tipos. Sus armas: tres trombones, dos trompetas y dos saxos. “¡Vamos a zapatearlo bien todito!”, exclama el cantante desde el tarima.
14 músicos en escena
En el escenario esperan otros siete músicos: tres percusionistas, un teclista, un bajista y dos cantantes. La batería sintética es el instrumento más moderno de esta formación que recupera géneros como el sanjuanito, el pasillo y la bomba de chota. El sonido del local es atronador y saturado. Algunos espectadores ondean banderas ecuatorianas. Han pagado entre 20 y 50 euros por estar aquí. La mayoría supieron del concierto por las redes sociales, por la cartelería en comercios latinos y por emisoras como Fabulosa FM, La Súper y La 95.2.
Los catorce músicos apenas tienen espacio en el escenario para sus dos pasos de baile: la vuelta sobre su propio eje y los saltitos con un solo pie y escorados hacia un lado. En primera fila, los dos cantantes y el bajista visten impecables trajes negros y camisas azules. El resto llevan camisa, chaqueta, pantalón y calzado blanco con faja y pajarita rojas. No hay listas con el repertorio. Enlazan canciones a todo trapo y sin pestañear. Son una locomotora blanca.
Cada dos por tres, lanzan exclamaciones que desatan la unanimidad. “¡Esto es música nacional!”. “¡Orgullosamente ecuatorianos!”. “¡Primero, lo nuestro! ¡Segundo, lo nuestro! ¡Y tercero… lo nuestro!”. “¡Esta es nuestra música!”. “¡Desde la tierra de las mandarinas!”, gritan también, en referencia a la fruta más cosechada en su Patate natal. Otras proclamas van destinadas a incentivar el negocio. “¡No se olviden de visitar el bar y consumir!”. Pronto va a sonar “El wiskisito”. “Trago no quiero tomar / Coca Cola no quiero / Wiskisito quiero yo”, dice el estribillo. En la pista se forman varios corros de muy variadas edades para bailarla en círculo ondeando pañuelos blancos. En las mesas, el combinado estrella es whisky Red Label con Haima, una bebida energética.
En activo desde 1900
Juan Punguil Castro tomó las riendas de la Banda 24 de mayo en 1942 y le puso su nombre actual. Él también entró como aprendiz en esta agrupación que desde 1900 era conocida como la banda de Los Paredes. Su nieto Diego lidera la banda hoy junto con otros familiares. Si buscan en facebook la 24 de Mayo se define como banda de pueblo. Eso es Patate, su lugar de origen, un pueblo de la provincia de Tungurahua a más de 2.200 metros de altitud. Y ese ha sido su rol: tocar en bautizos, bodas y celebraciones nacionales de todo tipo.
Pero hoy la Banda 24 de Mayo está tocando para los ecuatorianos que tuvieron que emigrar a España. Y no debe haber sensación más conmovedora que escuchar la música de tu tierra si estás lejos de ella. “Lloren si quieren”, propone Diego mientras anuncia la siguiente. Y absolutamente todos se lanzan a corear el estribillo de “Collar de lágrimas”: “Llorando lejos de mi patria, lejos de mi madre y de mi amor”. Un relieve de Buda lo divisa todo desde lo alto de una pared. Es un vestigio de la antigua discoteca Buddha Granollers.
La banda no deja respirar a su parroquia ni un segundo. “¿Dónde está mi gente de Guayaquil?”. “¿Dónde está mi gente de la sierra?”. “¿Quién cumple años hoy?”. “¿Dónde están los menores de 30 años?”. “¿Dónde está mi gente trabajadora?”. “Un trencito vamos a hacer ahora”, propone el cantante. Y en un santiamén se forman varias congas de treinta personas. “¡Solteras y casadas con las manos arriba!”. El bajista, sobrino del maestro Juan Punguil, salta a la pista para cantar viejas tonadas de Ecuador con sus paisanos. Como esa de Gerardo Morán que dice: “En vida, que me quisieras / De muerto, ya para qué”.
Sorteo de camiseta y cedé
Ahora, un concurso de baile para sortear una camiseta y un cedé. Suben cuatro mujeres a bailar pasillos y sanjuanitos. Las dos que reciben más aplausos, a la final. La sorpresa llega cuando la ganadora no quiere camiseta sino cedé. ¡Qué tiempos aquellos en los que un cedé era considerado un premio valioso! Por si alguien quiere comprar camisetas o cedés, un colaborador de la banda expone los productos a la venta. Pero no lo hace montando una parada en un rincón de la sala, sino paseando entre el público como un vendedor ambulante de playa.
“Cierren la puerta, que está entrando frío”, exclama Diego. La gente baila en manga corta, pero en la calle se está bajo cero. “Si no bailan, no seguimos”, amenaza el cantante. “Y ahora, cogiditos de la mano, hacemos una bomba”, ordena acto seguido. Las pilas de la Banda 24 de Mayo duran, duran y duran. Y el público no para de invitar a los músicos a copas. Un vendedor de flores asiático entra en la sala. Parece una licencia literaria, pero es rigurosamente cierto: la banda toca “Maria Cristina (Regálame una rosa)”. La 24 de Mayo pide ahora apoyo en un estribillo sobre mujeres traicioneras. Sea por el cansancio o por el tono altamente machista de la letra, las mujeres apenas participan en él.
Llega la hora loca
A las cuatro de la madrugada la banda deja de tocar. Es una parada técnica para sustituir las chaquetas blancas por ponchos y pasamontañas de colores, bufandas y gafas gigantes de plástico. Entramos en La Hora Loca, el proyecto paralelo de los más jóvenes del grupo con el que se atreven hasta con el merengue. Nadie baja del escenario. Solo tres espectadores se rinden. El vendedor de flores está anonadado. El vendedor de cedés sigue deambulando sin éxito. La 24 de Mayo toca más rápido si cabe. En la sala anexa suena salsa romántica. “Regálame una noche que no termine nunca”, canta Maelo Ruiz.