El mayor espectáculo del mundo
Y mientras toda Catalunya se asaba de calor, en una pequeña aldea perdida en el Montseny…
Un año más, peregrinación hacia Sant Esteve de Palautordera. Una año más, aparcar el coche en el campo de fútbol. Un año más, remojar los pies en el Tordera, que a estas alturas es solo un riachuelo, y enfilar por el camino de la Serra de Can Vilatort hasta ese poblado conocido como Circ Cric. Un año más, unos llegan con muletas y otros en carrito de bebé. Pero todos llegan. Es una ocasión única. Este año, más. Tras dos ediciones sin protagonizar el concierto de fin de temporada y casi tres años sin pisar un escenario, La Troba Kung-Fú reaparecía en este mágico claro del Montseny. Quién sabe si por última vez.
El prado que funciona como vestíbulo de acceso a la carpa principal presenta aquella estampa icónica de la prehistoria de los festivales: un público de cero a setentaypico años, niños correteando, madres amamantando, viejos amigos que se abrazan sorprendidos y felices de reencontrándose en este racó de món… ¡Y espacio! Espacio para comprender que estás en un prado y no en un recinto sobresaturado que no volverá a ser un prado hasta que te largues de aquí. Espacio suficiente para sentirse cómodo y libre. Espacio para reponer fuerzas, desprenderte del estrés que arrastras e ir entrando poco a poco en situación. Dentro de un rato sonará la campana que anuncia que es ya hora de ir tomando asiento en las gradas. El espectáculo, ahora sí, va a comenzar.
Equilibrios y batacazos
En ningún otro concierto y momento de la vida te saludarán tantas veces como en el Circ Cric: 248 bona nits, más o menos. La senyoreta Titat, payasa jefa del circo, da la enésima bienvenida al público y nos invita a esta “tempesta d’equilibris i patacades” que será el espectáculo de esta noche. Que es la vida del circo. Que es la vida, en general. Cuando los malabaristas ponen a rodar sus bolos al son de la rumbia vallesana ‘La Moreneta’, queda bien claro que la diversidad es la esencia tanto del Circ Cric como de La Troba Kung-Fú .
Durante la primera parte del espectáculo cada número circense ilustrará una canción de la banda de Joan Garriga. Y viceversa. En ‘La cançó del lladre’, el acróbata acabará ahorcado con la cuerda por la que ha trepado. En ‘La primavera’, dos saltimbanquis enamorados. En ‘Santa alegria’, un espeluznante número de contorsionismo. En ‘Be rebel’, uno de escapismo reggae en el que el propio Garriga deberá liberarse de una camisa de fuerza. Y en ‘Volant’, una acróbata balanceándose desde el techo de la carpa. Los versos de las canciones se despegan del escenario y también alzan el vuelo impulsados no solo por las piruetas circenses sino, también, por los aplausos del público que celebra cada nueva canción del grupo como si fuese el gran himno de la fiesta mayor.
Por alguna razón, el concierto cuesta hoy casi el doble que hace seis años y, en cambio, se han eliminado escenas tan emblemáticas como la entrada de Pep Pascual con el carro de chatarra, el número de Poltrona haciendo equilibrios con decenas de sillas de madera o aquel de los patinadores sobre ruedas. Aun así, la alianza de La Troba Kung-Fú con el Circ Cric sigue siendo uno de los espectáculos más deslumbrantes que se pueden ver. El mayor espectáculo del mundo, parafraseando aquella película de Cecil B. DeMille.
Vallenato y trapecio
La segunda parte del concierto empieza con más emparejamientos de música y circo: un vallenato y un número de trapecio, un sirtaki sobre la vida el músico ambulante, siempre rodando por el mundo, y unas acrobacias alrededor de un aro. Pero en cuanto La Troba se arranque con ‘A ballar’ y pregone aquello de ‘oé, és festa major’, la pista central de la carpa, reservada hasta ahora para los acróbatas, será tomada por el público. La tarima circular de madera se transforma de repente en una inmensa colchoneta elástica. El escenario, invadido ahora por la tropa del circo, también bota al son de la música. Cumbia de rojo y negro, foguera de Sant Joan. Hay que amarrar ese altavoz antes de que caiga.
Aquí abajo, el público infantil empieza a acusar el cansancio, aunque algunos niños bailan subidos a los hombros de sus padres. El público abre un círculo para que Nando Muñoz y Carolina García, los familiares colombianos de la banda, bailen una cumbia. Carolina descalza gira y gira con su precioso vestido blanco. Nando se quita el sombrero antioqueño para hacerle una reverencia y del interior sale una mariposa amarilla que alza el vuelo hacia el escenario. La escena, puro realismo mágico, la completará Pep con su bombona de butano.
Garriga pide una tregua. Tiene la garganta esqueixada y el cuerpo empapado en sudor. El público no se la concede. Quiere más canciones de cantina y plaza de pueblo. Un ska y un chachachá. ‘Moliendo café’ y ‘Blood & fire’. Un corrido y una sardana. Una niña bosteza suspendida en la mochila portabebés, gira la cabeza y sigue durmiendo mientras la madre sigue bailando en primera fila. ¿Eso no es ‘Sonajero de colores’ de Dusminguet? ¿Y ese no es Tortell disfrazado de Bob Marley?
Dos diques contra el fascismo
La Locomotroba echa todo el carbón a la caldera y entona ‘Bella ciao’. Circo y rumba, dos fabulosos diques de contención contra el fascismo. “Enlaireu-vos”, grita Poltrona. “Que l’alegria us acompanyi sempre”, añade Garriga. El concierto acaba, pero el público sigue cantando. Nadie quiere bajar del escenario. Ningún vecino se ha quejado del ruido. Nadie querría irse de aquí. El último malabarismo de la noche será climatológico. Fuera de carpa, el cielo está estrellado y una brisa refrescante nos invita a olvidar que mañana volveremos a asarnos.