Venezuela habla cantando
El número 299 de la calle de Còrsega es uno de tantos edificios de oficinas del Eixample. Sus nueve plantas acogen despachos de abogados, consultas oftalmológicas, notarías y varias asesorías financieras. En el entresuelo, tras un año de obras, ha reabierto la sede de Casa América, una suerte de multiembajada cultural para latinoamericanos afincados en Catalunya y también escenario-posada para los artistas de la América Latina que andan de paso por aquí.
La cantora venezolana Cecilia Todd hizo escala en Barcelona antes de iniciar su gira europea y Casa América le ofreció cobijo en su remodelado auditorio. La conserje del edificio retuvo al público en el rellano mientras se ultimaban los preparativos, pero pronto una tromba de admiradores irrumpió en la sala a la caza de las mejores sillas. Niños recién salidos del colegio, abuelas apoyadas en el brazo de sus hijas, señoras y músicos con la guitarra a la espalda. No todos eran venezolanos o españoles. También había mexicanos, uruguayos, argentinos… Sonaba de fondo el brasileño Caetano Veloso.
La gran expectación que generó, ¡un martes por la tarde!, la visita de esta ilustre estudiosa del folclore venezolano fue tal que se ocuparon todas las sillas. “¿Sacamos las amarillas?”, propuso una trabajadora del centro. Una decisión estética arriesgada, pues las del auditorio son negras, a juego con el techo, la moqueta oscura y las paredes también negras. Pero estábamos ante una emergencia cultural. Solución: todas las sillas de las salas de reuniones y despachos de Casa América, se pusieron a disposición del público. Era el segundo concierto desde la reapertura. En próximas fechas actuarán en este bendito entresuelo un dúo de música antigua transatlántica, un octeto de cuerda colombiano, un arpista de Paraguay y un cuarteto argentino de cornos.
Perlitas madrugadoras
Cecilia sale a escena. El atril y el cuatro venezolano son el único equipaje que necesita para emprender un paseo por las músicas de su país: un arcón sin fondo de ritmos, melodías, paisajes, pueblos, animales, frutas y versos que se deshacen en los oídos. “‘Agüita de hojitas verdes, perlitas madrugadoras’. ¡Qué forma más hermosa de describir el rocío!”, exclama Todd cuando acaba de interpretar ‘Flor de mayo’. El mérito es de Otilio Galíndez, su autor. A lo largo de casi dos horas de recital, la cantora no dejará de informar sobre la autoría de las composiciones que interprete. A su vera está Edwin Arellano, el virtuoso instrumentista que la acompaña con una mandolina.
El público abandona el Eixample y se zambulle en la geografía venezolana. De Sucre a Caracas. “¿Hay algún maracucho?”, pregunta Cecilia. “¡Aquí!”, se identifica una mujer al fondo de la sala. La siguiente canción, ‘Tu boca’, es de un paisano suyo, de Maracaibo. Estas tonadas son visas de regreso a casa, donde la brisa marina pregunta “¿por qué la luna se mete en mis asuntos?”, donde “acidito es el sabor de un limonero en celo”, donde los amantes ansían “la miel de un beso certero”, donde el sol tiene un tono “azafranado” y donde el pez más sabroso es conocido como… ¡la catalana!
Sentados en el suelo, una veintena de espectadores atienden a tan dulce lección de etnomusicología, geografía, botánica e ictología venezolana. No están incómodos, sino embelesados por los enternecedores sube-y-baja vocales de Cecilia Todd. Surgen más nombres de compositores: Leonel Ruiz, Ernesto Luis Rodríguez, Iván Pérez Rossy, Conny Méndez, Gualberto Ibarretto… Y Chuchito Sanoja, que no solo está en la sala sino que saldrá a tocar el piano. Surgen más nombres de pueblos: El Pilar, Pedregales… Y surgen más estilos: el polo margariteño, la décima llanera, el seis por derecho, el pasaje de joropo… Esto es una persistente llovizna de saber. Porque como reza el otro himno nacional, “Venezuela habla cantando”. Y cantando todo entra mucho mejor.
Tensión política
Cecilia Todd es chavista declarada y ha sufrido intentos de agresión en su país debido a ello. Buena parte de los venezolanos instalados en Barcelona están alineados con la oposición y en un espacio tan recogido como el auditorio de Casa América cualquier comentario político podría hacer saltar las chispas. Las letras de limoneros y cerezas no traen problemas, pero ahora se dispone a interpretar ‘La paz es ya’, una canción editada hace dos meses para denunciar la posible intervención militar estadounidense. El mensaje se inocula a través de la música y el público aplaude sin reparos. La sangre no llega al río. Hasta se oye algún ‘bravo’. Pero cuando Cecilia ensalce las propiedades adictivas de la canción e invite al público a reescucharla, se hará un silencio incómodo.
Al final, el único conflicto diplomático de la noche será con los julioiglesistas. Cecilia aborrece la versión de ‘Caballo viejo’ que grabó Julito y que, para colmo, nacía de una versión previa y no menos horrenda de los Gipsy Kings. Así lo suelta antes de entonar ‘La pena del becerrero’, una de las maravillas que nos legó el gran Simón Díaz. Esa abuela a la que le han estado brillando los ojos durante todo el recital, musita también la historia de aquel adolescente “sembrado de amor” y “con una pena en el alma” porque se le murió un becerrito recién nacido. La joven de al lado la filma con su móvil de carcasa dorada. La anciana se acaricia las manos y se mece en su pasado.
Cecilia pide la participación del público para cantar unas fulías de despedida. Ya nadie opone resistencia. La abuela de la primera fila susurra: “Bendita la flor morena”. Una niña con diadema de orejas de gato grita: “¡Bendita la flor morena!”. Unanimidad en el entresuelo de la calle Córcega: “¡Bendita la flor morena!”. Y Venezuela se despide cantando. Tras el último bis, el técnico de sonido pincha la canción que anuncia lo inevitable. ‘Todo tiene su final’, canta Héctor Lavoe. Varias parejas la tararean mientras caminan hacia la salida con andares salseros. Estos bonitos detalles también se cuidan en Casa América.
(Publicat el 26 de maig de 2019)
Fotografies: Martí Fradera