Purificando el aire del barrio
En el número 91 de la avenida Vallcarca hay unos bajos con una reja metálica entreabierta. También la puerta está entreabierta. Si la empujas y entras nadie te pedirá credenciales ni dinero. Aquí no hay taquillero ni vigilante de seguridad. Tampoco hay cartel que anuncie el concierto de hoy. Solo un modesto letrero pintado a mano te aclara dónde acabas de entrar. Ateneu Popular de Vallcarca.
Una única estancia de unos 25 metros cuadrados acoge el escenario, el espacio para el público y el bar. También hay un lavabo con puerta corredera. Es la gran mejora del local. Los tablones de pladur están tal cual, pero pronto surgirán motivos para decorarlos. En el ateneu no hay pósters de Jimi Hendrix, sino un retrato del héroe local: Uri Caballero, guitarrista de Els Surfing Sirles.
En cada palmo de pared hay pegatinas: ‘Construim Vallcarca’, ‘‘Refugees welcome’, ‘Make fascists be afraid again’… Estamos en un espacio de lucha y autodefensa ante la especulación inmobiliaria, por el derecho a la vivienda y por la libertad de expresión. El mismo día del concierto, el ateneu pedía ayuda ante un inminente desalojo en la vecina calle Gomis. Y mientras las salas de conciertos silban ante el acoso de la Audiencia Nacional contra los raperos, aquí invitan a actuar al mallorquín Valtonyc, condenado a tres años de prisión.
Mucho humo, mucho humor
Aún hay gente que utiliza la expresión “subir a Vallcarca” para referirse al esfuerzo que implica desplazarse hasta este barrio separado de Gràcia por la Ronda del Mig. Y, según comentan varios amigos, a algunos les ha dado pereza subir a ver a El Gordo del Puru. Ellos se lo pierden. El rapero de Súria anuncia que esta va a ser una velada in-repetible. Tiene razón: será como descubrir a Snoop Dogg en un sótano. Una noche de rap con mucho humo y mucho humor.
El Gordo viene con lo puesto. Un portátil con las bases de las canciones y una libreta de espiral con las letras del disco ‘X-Peteneras’, grabado con el proyecto Achilifunk Sound System, escritas a mano. Le falta un voluntario que maneje el portátil. Será Markus FM, un rapero y agitador de la escena hip-hop que solo venía a ver el concierto y se convertirá en coprotagonista de la velada. Hoy todo será así de casero y anárquico. La prueba de sonido se confunde con el inicio de show. El Gordo coge un taburete y el espectro de Eugenio sobrevuela el lugar.
Entre Snoop Dogg y Eugenio
Sí, podríamos describir a El Gordo del Puru como una mezcla entre el rapero Snoop Dogg y el humorista Eugenio. Por su afición al fumeteo. Por su dicción adormecida y por su mente despierta. “Me podéis llamar Camarón 2”, suelta él mismo en una de sus letras. E introduce cada canción con comentarios a cual más desmitificador. “Tírame la tercera”, “esta tiene vídeo”, “ahora viene la peor”, “ui, con esta reiréis”, “en esta me olvido de la letra”… De vez en cuando, se dirige a Markus FM con un “no tires la siguiente, que no me dejas pensar”.
El público no para de reír. La mayoría son veinteañeros. Abundan las sudaderas con capucha. Varios cantan las letras de ‘Decathlon’ y ‘Gas’ desde primera fila y apoyados contra la pared, porque aquí el escenario es el medio metro que rodea al cantante. Hoy el ateneu es lo que en términos feministas se conoce como un campo de nabos; de los más de 30 espectadores, solo cuatro son mujeres. “Hoy es mi cumpleaños. Si no me cantáis la del Club Super 3, no sigo”, amenaza el rapero del Bages. La gente le obedece y El Gordo ríe: “Es mentira”.
Diversión y repugnancia
Ha pasado media hora y sigue entrando gente al ateneu. Llegan a puntito para oír ‘Ratas’, otro hito rumba-quinqui-rap de ‘X-Peteneras’. “A ver si encontramos un punto óptimo entre diversión y repugnancia”, aspira El Gordo. Lo encuentra, vamos que si lo encuentra. Y acto seguido anuncia que en la barra hay vinilos a la venta. “Ahora no los quieren ni los japoneses, pero en unos años valdrán cien euros”, profetiza. Está tan crecido y ahumado que anuncia su colaboración inédita con el dúo Macrobukkake como “algo que un día contaréis a vuestros nietos”.
El Gordo del Puru es un rapero Brummel que se la juega en las distancias cortas. Pero nunca para ganar, sino para expandir aún más esa sensación de caos y diversión. Lo mismo le da imitar la pose de un espectador de primera fila que reclamar en el escenario al responsable de la barra aunque sepa que no va a cantar nada. Cuando después de varios intentos logra que Rodrigo Laviña, rapero de At Versaris y Extraño Weys, acceda a cantar con él, se le va la pinza por enésima vez y se olvida de que lo tiene al lado suyo esperando si sí o si no.
Varios raperos esperan turno para soltar sus rimas y como El Gordo está cansado de tanto foco y tanto trabajo, sin anunciar que ha acabado su pase, se acerca al portátil, suelta la base sobre la que J Balvin ha construido su exitoso ‘Mi gente’ y entrega el micro. Se mezclan rimas en catalán y castellano, poesía y ansiedad. “La democràcia és una porta tancada i no s’obre”, advierte uno. “Sangre por sangre, mal negocio”, dispara otro. “Hay muchas cosas que no sé de las serpientes y de cómo acabaron siendo lideres de la gente”, añade uno más. “Podria estar callat, però m’explotaria el cap: per això faig rap”, zanja otro.
Ahora El Gordo del Puru escucha y el público asume el protagonismo. Su rap fumado e inconsciente ha sido sustituido por un rap sobrio y consciente, aunque los jóvenes piensan más en hacerse oír que en escuchar a sus colegas. Más de uno, se larga en cuanto acaba de rapear. Y es una pena porque la mayoría se perderán a la rapera que se va a comer con patatas a casi todos los gallitos del ateneu con un flow más sereno y una dicción menos agresiva.
Máxima polinización
Llevamos hora y media y el público ya se ha renovado tres veces. Más que una sala de conciertos, esto parece un vagón de metro del que entra y baja la gente según sus necesidades e itinerarios. Se despide un grupo de jóvenes y entran dos hombres de cincuenta y muchos que vienen de la vecina bodega La Riera. Ahora entra una chica con un perro. Aunque aquí solo caben unas treinta personas, a lo largo de la velada habrán desfilado más de un centenar. El ateneu es un lugar de paso, sí, pero también es un enclave de máxima polinización.
Aquí las rimas de El Gordo no caen en suelo de cemento, sino en terreno abonado y fértil. Este minúsculo habitáculo es una olla a presión y también una válvula de escape para el vecindario. El aire gélido, hostil y tóxico del barrio se cuela por la puerta entreabierta mientras en el techo el extractor aspira el humo cálido, fraternal y sanador que se genera dentro y a través de una tubería de aluminio lo devuelve a la avenida de Vallcarca en forma de vapor ya purificado. Hoy, más purificado que de costumbre, al ser El Gordo del Puru quien actuaba.
Exacto, el Ateneu Popular de Vallcarca es el pulmón cultural del barrio.
(Publicat el 7 de gener de 2018)