A la sombra de los pinos
El Poble Espanyol es ahora más que nunca una maqueta de España: no hay turistas y todos los bares y restaurantes están cerrados. Tan muerto está el recinto que han decidido cerrarlo hasta nuevo aviso y para acceder a los conciertos que organiza la sala Upload el público tiene que andar unos minutos bordeando la muralla hasta una entrada trasera. El paseo merece la pena. Es media tarde y unas guitarras psicodélicas amenizan la espera de los que ya guardan cola. Un vigilante pide al público que mantenga las distancias. Entraremos rápido.
Junto a la carpa que en 1995 acogió el debut de Orbital en el festival Sónar e incontables conciertos del Primavera Sound entre el 2001 y el 2004, se abre la espléndida pineda que este mes acoge el ciclo Picnic Beat. Ante la imposibilidad de celebrar conciertos en la sala Upload, sus responsables han tenido una sabia idea: montarlos al aire libre. El plan es imbatible: sábado de picnic a Montjuïc y dos o tres actuaciones mientras cae el sol entre los pinos. Cada sábado se han agotado las entradas. Bueno, cada sábado que ha podido celebrarse. El primero fue un éxito rotundo, pero el segundo se aplazó por lluvia y el tercero, también, pero por las restricciones sanitarias. El de esta semana se ha salvado con la condición de no vender bebida ni comida. Y aun así, 250 entradas agotadas.
Cinco coches de policía
El primer grupo de la tarde, My Expensive Awareness, viene de Zaragoza para revivir la neopsicodelia inglesa de finales de los 80. Y aquí estamos, entre el segundo verano del amor y el primer otoño del terror pandémico. Una pareja de Mossos d’Esquadra se ha apostado al fondo de la pineda para comprobar que el público, sentado y en mesas separadas, mantiene las distancias y lleva mascarilla. El único de pie es el técnico de sonido, que ecualiza a la banda desde su iPad.
Antes de que acabe la primera canción los Mossos se marchan, pero durante las siguientes cuatro aparecerán cuatro coches de policía, uno en cada canción, a los que los responsables del evento deberán dar todo tipo de explicaciones. Además de contratar a cinco seguratas para hacer cumplir mil y una normativas, cualquiera que organice un concierto hoy se expone a una o varias visitas de la policía.
Antes de terminar el concierto, el quinteto aragonés pide un aplauso para los organizadores y, también, para toda la gente que se ha animado a venir. En estos tiempos tan excepcionales, los grupos no son los únicos héroes a los que agradecer su existencia. Entre el público hay espectadores con bolsas de tela de la sala Meteoro y de la tienda de discos Ultra-Local. En una esquina, se ha instalado un puesto con varias cubetas de vinilos por si alguien desea llevarse alguno a casa. De fondo suena el ‘Somebody to love’ de Jefferson Airplane.
El grupo más deslenguado
“No estamos preparados, pero vamos a hacerlo”. Con esta confesión de advertencia sale a escena Pantocrator, el grupo al que la mayoría de los presentes tiene más ganas de ver. El menos psicodélico y más punk de la tarde. Y el más deslenguado. Tanto, que ni parecen de Barcelona. La cantante y la teclista discuten sobre si compartir o no el botellín de agua hasta que la segunda exclama: “¡Qué más da! ¡Si somos amigas y nos comemos el coño!”. Títulos como ‘Villacapullos’, ‘No te puto pilles’ y ‘Putas de internet’ les están haciendo ganar muchos adeptos entre tanto pop de barba y bufanda. Una fan berrea el estribillo de ‘Caballo de Troya’ en su móvil y lo manda por whatsapp. Una pareja levanta las piernas hasta la cabeza y baila sin despegar el culo de las sillas.
“¿Alguien quiere decir algo?”, pregunta Marta, la cantante. “¡Queremos beber!”, exclama alguien. Imposible. Y entre menciones a Tinder e Instagram, canciones a medio ensayar y comentarios a tres mil años luz del concepto vergüenza, su descacharrada actuación se pasa en un santiamén. Antes de irse estrenarán esa que dice: “Quiero ser el gobierno de China / Colectivizar la nicotina”. Y como guinda a este concierto “en modo despropósito”, se despiden con una versión bien gritona y acelerada de Coti. ‘Nada de esto fue un error’, claro.
Tirados en Jaca
El aplauso más caluroso será para los navarros Exnovios. El coche les ha dejado tirados en Jaca, han llegado en taxi a Zaragoza, han tomado un AVE hasta Barcelona y sin apenas probar sonido salen a tocar. El ambiente se ha enfriado; literalmente. La mitad de gente se ha ido y los que aguantan se protegen como pueden del frío. “Ya nos vamos calentando. Es que llegamos un poco traspuestos; que no puestos, eh”, puntualiza Tamu, su cantante. Y poco a poco el trote velvetiano de sus guitarras caldea la pineda. A veces los pamplonicas parecen unos Galaxie 500 bien cenados; otras, unos Byrds destemplados. Será tanto vaivén psicodélico, pero, ¿eso que corretea entre las sillas de la pineda no es un ratón?
El sol se ha puesto hace rato. Media luna ilumina esta ladera de Montjuïc. “Las montañas nos contemplarán / Nuestro fuego nos iluminará / Sabré cuando detenerme / Mientras tanto seguiré andando”, cantan Exnovios. Parece mentira pero el Picnic Beat habrá podido completar su segunda velada. Valía la pena intentarlo, aunque al no poder vender bebidas, es matemáticamente imposible tener beneficios. De hecho, el percance de Exnovios garantiza números rojos.
Son las ocho y media y aún hay vecinos que, atraídos por la música, asoman la cabeza para ver qué pasa ahí dentro. Una mujer pasea a su perro. Mujer previsora, ya que ha salido de casa con una lata de cerveza. Se la está bebiendo frente al Picnic Beat. “Este grupo ha estado bien”, opina. “¿Seguirá la música?”, pregunta. La negativa la entristece. “En casa no puedo más. Me ahogo. Y la música me va bien. Será por la adrenalina”, intuye. Da un último sorbo a la cerveza, respira el aire fresco de la noche y sigue el paseo camino a casa.
(Publicat el 25 de novembre de 2020)