Estraperlo

Punk a puerta cerrada

Ni en el sketch televisivo más absurdo de José Mota hubiésemos imaginado a alguien presentando copia del último recibo de autónomos, permiso de desplazamiento y documento confirmando has leído el protocolo de seguridad para ir a un concierto de punk. Pero así están las cosas y hay que cumplir. Las medidas era para asistir a un triple concierto organizado para salvar el Estraperlo de Badalona, uno de tantos locales de música en vivo cuyo futuro pende de un hilo. Sería a puerta cerrada y retransmitido por internet. Lo más parecido a un concierto real que podemos disfrutar estos días: en un escenario, con guitarras eléctricas y en riguroso directo. Solo faltaría lo más importante: el público.

Las 30 personas que disfrutaron el sábado de tan envidiable experiencia fueron los 13 músicos que tocarían, el equipo de diez personas que filmaría, sonorizaría, iluminaría y emitiría las actuaciones, otras cinco de la sala y de la promotora HFMN Crew que se alió para organizar el festival, el cronista de este reportaje y el fotógrafo Xavier Mercader que, desde que empezó a documentar la incipiente escena punk barcelonesa de los años 80, debe ser la persona que más conciertos ha visto en este país. Es el hombre que siempre estuvo allí. El festival, por cierto, se llamaba Fem D’Aquí. Era la versión en streaming de una gira de grupos estatales, otra de tantas, que quedó truncada por el coronavirus.

Cerveza, cables y electricidad

El concierto empezó puntual, a las seis de la tarde, con los barceloneses Deadyard. Su nombre hace referencia a una tradición funeraria caribeña que consiste en despedir a la persona muerta a lo largo de nueve jornadas de celebraciones. En cuanto la electricidad de sus instrumentos emergió de los altavoces, todo cobró sentido. El rock volvió a existir y, con él, tantísimas imágenes y sensaciones: la cerveza derramada sobre la lista de canciones, los cables enmarañados, las piernas arqueadas de los guitarristas, la vena bien hinchada del cuello del cantante, las primera gotas de sudor del baterista, el ruido eléctrico rebotando en las paredes, colándose por esos tímpanos tan desentrenados y los focos rebasando el límite del escenario y bañando la platea de luz y de vida.

“¡Qué poco se os oye! ¡Parece que seáis diez!”, bromeó el cantante. En la zona del público solo había tres personas: los tres cámaras. En los laterales, varios trabajadores más. El cantante de La Inquisición se arrimó al borde del escenario para corear el estribillo del último tema, ‘The boys are out’. Todos los presentes lanzaron una larga salva de aplausos. El primer concierto de rock en pleno confinamiento se había consumado. La sensación en la sala era como la de cualquier actuación rodada en un plató televisivo, pero después de tantísimos días encerrados, sonó urgente, real, victorioso, imprescindible. Y más de dos mil personas lo habían visto desde sus casas a través de sus ordenadores.

Cuatro hienas liberadas

El segundo concierto fue, si cabe, más visceral. Imagina cuatro hienas sin comida durante 80 días. El día 81 las sueltas. Así sonó La Inquisición. Su cantante, se comía literalmente el objetivo de Silvia, una de las cuatro cámaras. El bajista se quitó la camiseta y exhibió el tatuaje de Motörhead que le cubre el vientre de lado a lado. “Para un grupo como el nuestro, que empezó tocando para cuatro personas, esto es un llenazo”, bromearon. Faltaba el calor corporal y los codazos. Tal vez en un futuro inmediato los pogos punks se parezcan a tablas de capoeira. Mientras tanto, La Inquisición grita versos elocuentes como este: “Un tiempo destruido para siempre / Que se ha perdido / Por esta enfermedad”.

La sala seguía a oscuras y las luces estroboscópicas despistaban las pupilas más de lo normal. ¿El local estaba vacío o lleno? Esas botellas en las repisas donde solían estar las bebidas a medio apurar, ¿eran dispensadores de gel hidroalcohólico o volvían a ser de cerveza? En una pausa, el cantante de La Inquisición se sentó en un monitor de sonido. Jadeaba con la mirada perdida. Fue entonces cuando soltó la frase del día: “Llevamos toda la vida en esta escena de mierda. Solo os digo una cosa: que le jodan a los punk, a los skins y a lo que sea: lo que importa es la puta familia”. Y aun tuvo tiempo de resucitar el ‘Verte amanecer’ de Dorian mientras el batería de Crim ejercitaba las muñecas.

Desde otra región sanitaria

Crim llegó hasta Badalona desde Tarragona. ¡Otra región sanitaria! Es el grupo que ha redimensionado el punk en catalán con un sonido próximo a Leatherface y Social Distortion. De estos últimos era la camiseta que lucía su cantante. En la sala apenas se oía su voz bajo la maraña de guitarras, pero en internet todo sonaba espléndido y el cuarteto disparaba el número de visitas. Los alaridos melódicos del cuarteto atravesaban las pantallas de miles de ordenadores. En la sala, Víctor sujetaba su cámara con una sola mano y seguía filmándolos mientras con la otra alzaba el puño y coreaba el estribillo de ‘Caiguda lliure’.

También cantaba el realizador del concierto. Y el técnico de sonido. Y el dueño de la sala, que además ejerció de entrevistador de los grupos. Este no era otro concierto en streaming de sofá. Ni de terraza, ni de balcón. Rock, punk y hardcore en una sala. Los allí presentes seguíamos añorando al público, pero percibíamos en cada poro cómo la electricidad nos empapaba y cómo rebrotaban aquellos chispazos de plenitud que ya creíamos olvidados, pero que la piel recuerda perfectamente. Ese aquí y ahora, pletórico de vida, que activa la música en directo y que perseguimos instintivamente cuando vamos a un concierto.

El padrenuestro de Crim

En la recta final, tras más de tres horas de música en vivo, tras más de 70 días de ayuno, se contabilizaron hasta seis puños en el aire rezando el padrenuestro de Crim. “On collons ets? / Pare nostre que esteu a l’infern / No ens visites per molt que et resem / I no ho entenc / Som un trist experiment que no ha anat bé”. La calle del polígono donde se estaba celebrando el concierto a puerta cerrada seguía desierta. En el muro que identifica la sala Estraperlo, los retratos de varios músicos fallecidos en los últimos años y un saludo: “Us esperem a l’infern”.

El festival Fem D’Aquí en streaming acabó como empezó: con gestos de solidaridad y camaradería reales, sin subvenciones ni patrocinios de despacho. Para inmortalizar la gesta, todos se juntaron en el escenario. Músicos y técnicos, todos en el mismo barco, todos contratados, todos dados de alta, todos con mascarilla porque, esta vez, nadie respetaría la distancia de seguridad. Se acuñaron nuevos gritos de protesta: “¡Realizador: manipulador!”. No había ganas de irse a casa. Alguien gritó: “¡Sonreíd!”. Y Mercadé disparó la última foto.