Festival Maig

Alguien tenía que atreverse

Llegan noticias de que en Portugal ya están celebrando conciertos para dos mil personas. Aquí todo avanza más lento, entre el miedo, la prudencia y la pura desorientación, pero el Festival Maig ha sido el primero en organizar un concierto al aire libre y para 170 espectadores. “Alguien tiene que empezar a demostrar que es posible”, comentaba días atrás Jordi Aldomà, uno de los jóvenes que impulsa este festival de música indie en Santa Coloma de Queralt. Premio para esta localidad de tres mil habitantes de la Conca de Barberà que con su determinación marca el rumbo a seguir. Y para Mazoni, que se tragó dos horas y media de coche desde La Bisbal d’Empordà y otras tantas de vuelta.

La promoción se focalizó a través de eBando, una app de envío de bandos municipales ideada para pequeñas poblaciones. Las entradas, a tres simbólicos euros, se vendieron por internet para evitar manejar monedas. El 85% de público serían del pueblo; y tal vez algún fan de Igualada. El escenario escogido fue la plaça de la Pau, con el coqueto santuario románico de Santa Maria de Bell-lloc de fondo. En la esplanada, 170 sillas blancas de plástico separadas según las medidas establecidas. En el acceso, unas cintas enganchadas en el suelo marcaban la separación entre el público. Los controladores de la entrada, con mascarilla. En la plaza, junto a la fuente, dos frascos con gel hidroalcohólico. ¿Alguna medida preventiva más? Sí, se adelantó el concierto media hora para que la lluvia no arruinase lo que tanto esfuerzo había costado organizar.

Otra primera vez

“Quitad la coca del escenario”, gritó alguien. Y la coca de la panadería Pujó fue retirada. Marc, un periodista local, presentó al artista de la velada y acto seguido el técnico de sonido limpió el micrófono con un trapo. Apareció Mazoni y lo primero que hizo fue agradecer “que haya gente que busque la manera de hacer cosas”. Lo segundo, cantar ‘Per primer cop’. La canción habla de aquellas experiencias iniciáticas de infancia y juventud que nos marcaron y de todas las ‘primeras veces’ que aún nos quedan por vivir si encaramos el futuro sin miedo. Versos sabios que se clavaron hondo en un público deseoso de palabras esperanzadoras. “Desfés-te de tots els teus temors / Com si et descordessis el vestit / I allà on caigui el pots abandonar / Com les serps quan canvien la pell / I mirar el futur com un llençol / En el que hi pots fer el primer son / Per primer cop”.

Como en las fiestas mayores, el primer concierto post-coronavirus reunió a todo el auca. El veinteañero con sudadera de Soziedad Alkohólika y la señora maqueada como Nuria Feliu. Los niños correteando despreocupados por la plaza y el matrimonio que por ser grupo de riesgo se sentó lo más lejos posible. Las abuelas más pendientes de las nietas que de las canciones y los adolescentes más pendientes de sus amistades que del cantante. La disposición ordenada de las sillas se había relajado antes incluso del inicio de la actuación. Conforme se sucedían las canciones, unos se sumergían más en la música y otros más en socializar. Ni más ni menos que en cualquier concierto.

Quienes optaron por concentrarse en el recital descubrieron minuto a minuto un puñado canciones que, sin pretenderlo, se han ajustado a esta extraña realidad. Mazoni tradujo el ‘Ain’t go no – I got life’ de Nina Simone, cuyos últimos versos dicen: “Tinc tota la puta vida per endavant”. Durante ‘M’han sortit dues ales’, una niña danzó como una bruja feliz con una capa negra anudada al cuello. Una espectadora gritó: “¡Di al público que baile, que sino bailaré sola!”. Y el cantante transmitió el mensaje, pero apenas nadie hizo caso. Dos chicas saltaron a bailar ‘Vindré com una plaga’ y su gesto pareció revolucionario. Las primeras catalanas que bailan en un concierto al aire libre desde ni se sabe.

Campanas de misa

La mayoría de público veía a Mazoni por primera vez. Sólo un par de fans tarareaban todas sus letras. En los laterales, el público se dispersaba cada vez más. En el centro de la plaza, había un bloque de público totalmente absorto. Y entonces sonaron las campanas del pueblo. Tocaban a misa, aunque el de La Bisbal creyó que tocaban a boda porqué así suenan en su pueblo. “Aquestes són millors que les de La Bisbal! Són segarrenques!”, gritó una lugareña. Con el personal tan disperso, había que hacer un esfuerzo para concentrar su atención. “Aquí hay que ganarse los galones”, pensó Mazoni. Y se sacó un as de la manga: el ‘Ring of fire’ de Johnny Cash. La típica versión que siempre triunfa.

La elección de Mazoni como protagonista de este primer concierto ‘multitudinario’ al aire libre no pudo ser más acertada. Es un rockero flexible, abierto a actuar en todo tipo de situaciones, que asume su condición de obrero de la música y que incluso durante este confinamiento se las ha apañado para subsistir tocando en streaming y recibiendo a cambio importantes donaciones de sus fans. Además, sus canciones desprenden una humanidad que puede conectar con públicos de muy diversas edades. Difícil no sentir que algo dentro se te remueve cuando, después de todo lo que hemos pasado, alguien te susurra: “I ara hi soc jo assegut cantant i plorant pels que ja no són aquí / I ara hi soc jo assegut cantant i pensant en els que encara puc fer feliç”. Era ‘Prat de vellut’.

Su voz aguantó perfectamente después de tantas semanas de inactividad. La guitarra, no tanto. ¡Se le rompieron dos cuerdas en menos de una hora! Para colmo, el sol caía, empezaba a refrescar y los mosquitos ya salían a por la cena. Pero nadie se movía de sus sillas. De hecho, empezaban a aparecer latas y y botellas de cerveza que los más previsores habían traído de casa. Algunas, industriales, pero otras eran artesanas y locales. Una madre apuraba una Segarreta amarga y aromática mientras la abuela atendía a su nieta. De repente, la abuela ausente durante gran parte del recital, cayó presa de los versos de ‘Purgatori’. Algo en ella hizo click. Sacó el móvil y disparó una foto al cantante.

Exitazo de convocatoria

El éxito de convocatoria fue absoluto. Siguió llegando gente a la plaza, pero las 170 entradas se habían agotado, de modo que a los más rezagados les tocó ver el concierto desde la calle, separados del público por un tímido vallado municipal, pero con la misma visibilidad que la de quienes ocupaban las sillas. En una de ellas estaba sentado Roger, aquel joven que se pasó el concierto mirando una tablet. Era el técnico de sonido, ecualizando cómodamente la actuación.

No es fácil tocar ante un público tan disgregado. Y aún así, era fácil percibir en los rostros más atentos el impacto de títulos como ‘Pedres’. Llegó el momento de ‘Eufòria’ y nadie saltó a bailar. Llegó ‘A.I.L.O.D.I.U’ y se levantaron solo cuatro. Tardaremos meses en recuperar estos pequeños impulsos a los que tan rápido hemos tenido que renunciar. Pero el primer paso era demostrar que se podía organizar un concierto al aire libre para tanta gente. Y pasó lejos de Barcelona. La desescalada nos está dando una oportunidad de oro para repensar el derecho a la cultura y hacerlo con una mentalidad menos centralista.

En cuanto acabó el concierto, la abuela que recibió una punzada especial escuchando ‘Purgatori’ corrió a comprar tres CDs de Mazoni. Mientras conversaba con él, el grupo telonero iniciaba su pase de cierre. Era la Casio Efímer Band, trío ideado para la ocasión en el que el propio Aldomà disparaba hits con su portátil y la cantante Carla Sendra y el pianista Pol Pastor les insuflaban vida a voz y piano. De Fatboy Slim a Manel, de Daft Punk a Lykke Li. El público seguía sentado, pero cinco minutos antes de las nueve todos se pusieron en pie. Llegaba la tormenta. La desbandada fue general, pero por el paseo de Mossèn Joan Segura una joven aún preguntaba: “¿Y ahora dónde hay fiesta?”.