Un grito de socorro
En pleno boom de los directos por streaming, el rapero vallisoletano Miguel Grimaldo ha pasado muchos días debatiéndose entre ofrecer gratis lo que en otras circunstancias tanto le cuesta cobrar o negarse. Su dilema era doble: como músico con profundas convicciones sindicalistas, la cabeza le decía que no. Como aries condenado a cumplir años en cautividad, el corazón le pedía fiesta.
Al final optó por celebrar su 35 cumpleaños con un concierto su piso de Madrid. Fue al local de ensayo a por el sintetizador, el ordenador, el micro y los cables y lo montó en el comedor. No fue una mudanza complicada: el local es la habitación de al lado. Su compañera Cristina Sandalia le ayudó a iluminar el improvisado escenario con las lámparas de la casa y a colocar láminas de colores que filtrasen la luz para darle una tonalidad más cálida. La lámina del ‘Gernika’ de Picasso heredada de los abuelos de Cristina y la máscara de La Peste que compraron en el último carnaval de Venecia ya decoraban la pared mucho antes de que la pandemia llegase a nuestras vidas. Estremecedoras profecías.
Sácame de aquí
Pero lo más escalofriante tenía que llegar. En cuanto empezó el concierto, brotaron de su boca versos infectados de asco y furia, acorralados por la soledad y abandono; versos escritos, también, antes de la cuarentena. “Salí de casa y la poli en la puerta”. “Somos papel quemao nada más nacer”. “Moscas golpeando el cristal”. “Palomas atrapadas en alambradas”. “Tener trabajo no nos va a salvar de nada”. “Sé que todo ahí fuera es una mierda”. “Sobrevivir está siendo complicado”. “Mañana moriré, pero hoy me da igual”. “Sácame de aquí”.
De algún modo, encerrado en casa, escupiendo rimas a la cámara de ese móvil que ha colocado en lo alto de la estantería, Miguel está condensando en su confinada actuación la angustia perpetua de un músico underground español. La de todo un gremio condenado a malvivir y cobrar en negro. Si Grimaldo quisiera beneficiarse de alguna ayuda estatal al haber perdido por el coronavirus los ingresos de los conciertos que tenía cerrados en marzo no tendría forma de demostrarlo. No hay contrato. Laboralmente, no existe. Es un desaparecido.
Miles de músicos están en su misma situación. Cientos de miles de trabajadores están en su misma situación. El propio Grimaldo se gana la vida como técnico de sonido de conciertos. Su agenda para esta primavera-verano iba a ser extenuante, pero no tiene ningún documento que lo demuestre. Es el blues del precariado. El rock del precariado. El rap del precariado. El trap del precariado. El trip del precariado. De todo ello parece hablar hoy su último disco, ‘Trip ass’. Las canciones que mejor explican la angusta de vivir acorralado no son necesariamente las que se están componiendo en este confinamiento.
A diferencia de un concierto real, hoy Grimaldo ni siquiera puede alimentarse de la reacción del público. A diferencia de un concierto real, hoy al menos podrá fumar toda la hierba que quiera porque el escenario es su casa. Nunca antes fue tan literal la muletilla rapera de ‘en la casa’ traducida del inglés ‘in da house’. Miguel Grimaldo está en la casa. Más que nunca. Por cojones. Empuña el micro como Henry Rollins. Con el pelo rapado al uno y la mirada de miura resabiado, recita como un Travis Bickle sindicalista de Valladolid; o de Valladolor, como dice él. Aspira hierba y expira angustia. Aspira hierba y escupe rabia.
Págame, págame, págame
A último concierto real en la sala Meteoro de Barcelona acudieron 72 personas a siete euros la entrada. Para su debut online abrió una cuenta para aportar donativos; recogió calderilla. El concierto sigue colgado en Youtube y ya lo han visto unas dos mil personas. “Lo que sea, pero págame”, gritó en ‘Power 2 the people’ y el eco digital repitió: “págame, págame, págame…”. Mientras unos calculan si estos directos virtuales pueden ser un parche económico para tanto músico sin ingresos, otros aventuran que tal vez está naciendo un nuevo formato escénico. Como mínimo son propuestas más expresivas y naturales que tantas filmaciones de conciertos que nos hemos tragado durante años por la tele.
Grimaldo no aflojó un instante. “Sal del agujero, odia al de arriba y no al extranjero”. “Aprieta el puño y nunca olvides lo que te han quitado”. Qué amarga distopia. Un treintañero encerrado en su casa, fumando su hierba y gritando su mierda. Ladrando desde una barrera, al otro lado de nuestra pantalla. Confinado temporalmente para, el día pueda salir, seguir confinado en esa otra cárcel sin muros que es el mercado laboral neoesclavista del siglo XXI. Deseando, por lo menos, conseguir los 600 euros que tiene que pagar por vivir en ese piso de 35 metros cuadrados sin ni una sola ventana al exterior. “Los muros de esta celda no se ponen solos”, recordó en ‘Hijodeputa’. Justo antes de despedirse lanzó un consejo: “¡Sindicaros! Tengáis el trabajo que tengáis: ¡sindicaros!”.