La revuelta de los abrazos
Cualquiera que baje estos días por la rampa al final de la cual se celebra el Sugar Il.legal Fest solo encontrará cemento. Es una esquina muerta a espaldas del Mercat de Música Viva. Nadie podrá leer en días venideros un artículo enumerando los contratos y giras que se han derivado de los conciertos que se celebraron allí. Tampoco cabe esperar un estudio del impacto económico del festival en Vic. Por contra, el impacto emocional en los asistentes será imborrable.
¿Cómo resumir esos dos días de flamante pira musical? Los recuerdos se agolpan como el público sobre aquel no-escenario al final de la rampa. Las imágenes se superponen, se confunden, se difuminan… Todo es una nebulosa, pero vale la pena hacer memoria y mencionar al menos un puñado de escenas, ahora que el vigésimo aniversario de este festival autogestionado ya es historia.
Diez mil escenas
Por ejemplo, el cantante del grupo punk Zombi Pujol invitando a reflexionar al público, a gritos, por supuesto, sobre la urgencia de “dejar de autodestruirse”. Y no se refiere a las drogas o el alcohol, no, sino a madrugar cada día para ir a trabajar a sitios de mierda en los que generar productos de mierda.
O el teclista de Els Surfing Sirles interrumpiendo el concierto de su nuevo grupo, Chaqueta de Chándal, para abrazar a un amigo.
O ese vinilo de Camilo Sesto presidiendo todos los conciertos del viernes.
O los Turnstile, de Manlleu, cantando cosas como “busco espais buits on passar l’estona” que originan un remolino de amistad donde todo cobra sentido.
O aquel tipo grandullón plantado en medio de la turba que se ajustaba el cuello de su capa negra y de cuya boca asomaban unos colmillos de Drácula.
O todos esos payos punkies batiendo palmas rumberas con los Perro Pachingo. “Vull sentir abraçades!”, gritaba el cantante. Sus deseos eran órdenes.
O ese clima fraternal y victorioso, de angustia sublimada. Porque por mucho hardcore que suene, aquí no se respira peligro, sino amor en bruto. Todo son abrazos y risas. Unos ríen de felicidad. Otros lloran de risa leyendo los fanzines conmemorativo del veinte aniversario del festival que vuelan por los aires como panfletos revolucionarios en momentos de máxima excitación y euforia.
O las canciones que suenan entre conciertos. ‘Suspicious minds’ de Elvis Presley y ‘Happy together’ de los Troggs. Un clásico de Sam Cooke y otro de Dr. Calypso. Una de Bad Religion y esa The Gaslight Anthem cuyo estribillo dice: “Chicos, chicas, no tenemos que morir un sábado noche”. Todo pura vida.
O esos empujones entusiastas. O esos cuerpos volando. O esas caídas libres que siempre encuentran un brazo salvador. El Sugar es una UCI: Unidad de Cuidados Intensos.
O aquellas luces azules que parpadeaban a lo lejos. ¿Era la policía? Ah, no. Era un vendedor ambulante de guitarras luminosas.
Tercero de ESO
El sábado un chaval de 3º de ESO preguntó el nombre y procedencia del grupo que tocaba. Lo anotó en su libreta de espiral: Zeidun, Sant Celoni. Estaba haciendo un trabajo para el colegio.
El Sugar Il.legal Fest ya es materia de estudio en secundaria. Y Zeidun, la escuela de todo. Más que un grupo, es una razón de ser. Un grupo de versiones de sí mismos. Aunque también tocarían una de Sangtraït.
La arquitectura del espacio es clave en el Sugar. Esa rampa hace que el público siempre esté encima de los grupos. Y que los grupos siempre se sientan rodeados de gente, como si el espacio estuviese siempre a rebosar.
Una madre sigue el concierto en primera fila con su bebé a la espalda.
Una niña de 11 años está abrazada a una mujer que podría ser su madre, pero no lo es. Juntas ven desde el muro el concierto de Based On A Lie.
Based On A Lie es otro grupo apenas conocido fuera de la comarca. Otro que se ha reunido para el aniversario del Sugar. Otro que, aunque nunca lo hayas oído, hoy te pone la piel de gallina. Otro que genera incontables recuerdos.
Como esa canción en la que el cantante pierde hasta cuatro veces el micrófono de lo trepidante y atropellado del contexto.
O esa en la que el público eleva a pulso a los dos guitarristas y al bajista, que siguen tocando sostenidos en el aire por decenas de brazos. ¡Y al batería!
O ese espectador que agarra el micro y les grita: “Ho heu fet molt bé!”.
O el extraño respeto que genera The Unfinished Sympathy. Es el grupo más famoso del cartel. Es su primera vez en el Sugar. Nadie les roba el micrófono. Nadie los sube a hombros. Pero muchos corean sus infecciosas melodías. Firmarán más parecido a un concierto normal que se haya visto por aquí.
O el cantante de FP, camisa limpia, dispuesto berrear su repertorio, tras haber robado el micro para cantar un mínimo de 17 estribillos de otros grupos.
O la de jóvenes que copaban la primera fila de su concierto. El repertorio de FP está repleto de reflexiones para sobrellevar los primeros compases de la edad adulta. Canciones sobre saber lo que quieres y hacer lo que puedes. Tan útiles entonces para de ya treinta-y-muchos como para los veinteañeros de hoy.
‘Bona nit, Camprodon!’
La trayectoria natural de cualquier grupo en alza es que los escenarios donde actúa crezcan en proporción a su popularidad. Con Els Surfing Sirles sucede al contrario. El público aborda el escenario y acorrala a los músicos. Pero eso no les intimida. En realidad, el escenario se prolonga hasta donde no alcanza la vista. El grupo no deja de crecer. Hoy todos los presentes forman parte de la banda. Es la lógica en el Sugar. Y los Sirles la ejemplifican como nadie.
Els Surfing Sirles iniciaron su ofrenda al grito de: “Bona nit, Camprodon!”.
Y decenas de veinteañeros berrearon los versos de Mossèn Cinto Verdaguer: “Senyor, dona’m unes ales o treu-me les ganes de volar”.
Y alguien se abrió paso entre el público con un ramo de claveles amarillos que entregó al grupo.
Y una mujer agarró al cantante, lo elevó sobre un mar de brazos y lo hizo nadar en la abundancia.
Y el fin del concierto marcó el inicio de los bises rumberos con la canción que mejor define el espíritu del festival: ‘Quiero ser libre’, de Los Chichos.
“Nunca he vivido la música en directo con tanta intensidad, con tanta sensación de potencia y plenitud, como en el Sugar. Como espectador y como músic. Porque esto es una experiencia vital y musical. Es el centro del universo”. Así resumía Sales, meses atrás, lo que significó para él descubrir el festival. Desde entonces, el cantante de los Sirles no se lo pierde. Actúe en él o no.
¿Alguien ha visto llover?
Una última estampa. Los Sirles abrazados, llorando, borrachos de vida, cortocircuitados por la canción que regalan los altavoces. Es ‘Have you ever seen the rain?’, de Creedence Clearwater Revival. Muchos corean su estribillo poético y hoy triunfal. Eso, ¿dónde está la lluvia que tanto anunciaban? Los lagrimones de los Sirles brillan como agua cristalina que se filtrará en el cemento, nutrirá las malas hierbas, generará corrientes subterráneas de amor y garantizará que en 2020 vuelva el Sugar. Porque aquí el ‘ho tornarem a fer’ es inequívoco.