Unas rumbitas para ir tirando
Sábado de mercadillo en Ciutat Cooperativa. Los paradistas ocupan la calzada central de la avenida Pau Casals y los vecinos se apresuran a hacer sus compras mientras la tormenta que amenaza desde primera hora de la mañana aguanta. A lo lejos suena música en directo, pero cuesta adivinar dónde. Esa canción recuerda poderosamente al tema principal de la película ‘Rocky’, pero está sacudida por una guitarra rumbera. ¿Quién será? Y, sobre todo, ¿dónde está?
Mirando al cielo de este barrio de Sant Boi de Llobregat, solo hay nubes negras y bloques grises; bloques y más bloques de viviendas en medio los cuales llama la atención un edificio mucho más bajo. Es el casal del barrio y en la inmensa terraza de la primera planta, justo sobre el techo del supermercado, varias vecinas y vecinos ya están echando la irrenunciable cerveza del sábado al mediodía mientras disfrutan de un concierto programado por el festival Altaveu que forma parte del ciclo itinerante ‘Primavera als barris’ que recorre distintos casals y espacios culturales de la ciudad.
La historia de cada día
La rumbita boxeadora de ‘Rocky’ ha dado paso a ‘A final de mes’, una canción sobre comer espaguetis tres días seguidos porque no hay dinero para más. “Si es que no puede ser, si es que está todo muy caro, si es que cada vez cuesta más trabajo llegar a final de mes”, canturrea Pantanito, con esa mezcla de preocupación y alegría de vivir que empapa sus letras. El concierto en la terraza del bar del casal lo protagoniza este rumbero cuyas canciones hablan de personas que se apuntan a cursos del Inem y compran los electrodomésticos a plazos. El público sabe bien de qué habla ese tipo con camisa blanca alegremente estampada. Son historias muy cercanas. Son suyas.
El público del casal Ciutat Cooperativa no conoce a Pantanito, pero sintoniza sin apenas esfuerzo con su repertorio. Al fin y al cabo, la rumba es la música con la que levantaron barrios como este, edificados durante la ola de inmigración de los años 60. “Seguro que hace 30 años era mucho más duro vivir aquí”, ha soltado al empezar el concierto. Ha sido su forma de dar a entender que, aunque nunca antes había estado en este barrio, lo conoce como si hubiese nacido en él. Pantanito tiene una canción que dice: “Vivo en el barrio, el metro no llega, están haciendo una ampliación… pero de la línea de alta tensión. No está soterrada ni con protección. Lalará lalará lalá”.
Los precios del bar del casal aún son del siglo XX y con la bebida te ponen una ración de empanadillas de atún. Esas tres mujeres complementan el vermú con una bolsa de patatas fritas que se han subido del DIA. Entre el público hay bebés, curriquis y mujeres jubiladas. Grupos de amigos y familias casi al completo. Dos adolescentes se piden dos quintos, salen a la terraza y se sientan a escuchar el concierto al solete de la rumba con cara de ‘ya estoy aquí, tan a gustito’. Las paredes del interior del bar están decoradas con viejas fotografías del barrio, de cuando las calles aún no estaban asfaltadas y los vecinos tuvieron que pelear por cada una de las infraestructuras.
Conversaciones que no molestan
Somos pocos pero bien avenidos en un sentido que nada tiene que ver con ese silencio sepulcral que a veces se impone de forma tan pomposa y artificial en los conciertos para propiciar o simular una sintonía cósmica entre el artista y el público. Las rumbas tienen vida propia y acompañan el conversar. Y la gente, enfrascada en su vermú del sábado, habla de lo suyo en las mesas mientras Pantanito canta lo suyo. No se produce fricción. La música y las conversaciones conviven y coexisten porque, al fin y al cabo, cuentan lo mismo. Cualquier persona se puede despistar unos minutos del concierto y reconectar al instante con las canciones porque estas seguirán explicando cosas muy cercanas, lo harán con un lenguaje próximo y con ese palpitar rumbero tan familiar.
Las nubes, por ahora, se van comportando. Reconocen y respetan un ambiente agradable que no se ha pactado ni impuesto. Es una sintonía que existe. Que preexiste. Se empezó a forjar décadas antes de que Pantanito y la gente de Ciutat Cooperativa se conociesen. Será su primera visita al casal, pero Pantanito ya parece otro vecino tocando para los colegas del barrio. Hace rato que su voz noble y su camisa blanca se han fundido con el paisaje. Y aquí estamos todos. Con la cañita para matar las penas y las rumbitas para ir tirando.
Malla verde de plástico
Pantanito nació en un pueblo de Córdoba, migró a Barcelona en los años 90 y aquí se enamoró de la rumba. Aunque a veces duela, pues lleva más de 15 años dedicando sus ratos libres a ordenar y ventilar sus pensamientos en forma de canciones, pero no ha logrado vivir a ello. Eso sí, siempre encuentra escuderos que lo arropen. Hoy el guitarrista colombiano Miguel Ramón y el venezolano David Italiano a los bongos dan al repertorio un refrescante meneo latinoamericano. Esa malla verde que protege al trío de la anunciada lluvia es del mismo plástico barato que la que cubre las paradas del mercadillo. Vendedores ambulantes y rumberos son peones del mismo tablero.
Atención, por favor. Suena ‘Gatopardo’, una rumba que podría haber suscrito otro Gato, Gato Pérez, y que empieza así: “Óiganme, lo que nos han prometido nunca acaba de llegar. Escúchenme, no soy el único que piensa que esta vida es más sencilla de lo que me cuentan”. Los que estaban atentos al concierto en este oasis rumbero y vermutero que se abre entre los bloques habrán sentido una leve y vivificante punzada en el corazón. Los que no, nunca sabrán lo que se han perdido. Esto no pasa en cada concierto. “Relájense y respiren bien profundo, que las penas de este mundo pueden desaparecer”, sigue. Esta canción vale más que todos los discos de oro de Melendi.
Entre títulos fijos de su repertorio como ‘Cosas que tienen vida’ y ‘Roja mojada’, Pantanito ya estrena composiciones que formarán parte de su tercer disco, canciones que ahondan en esa veta tan suya, esas rumbas melancólicas, domésticas y llenas de humanidad; radiografías del día a día de la gente normal que tan bien entran con el vermú del sábado al mediodía. ‘Domingo’ trata sobre las comidas familiares: sobre detalles como recordar que hay que tener limonada en la nevera para los críos y no echar el cilantro en la sopa, sino en cada plato, porque a la cuñada no le gusta.
A veces pasa. Quieres estrenar una canción y aún no te has aprendido la letra. Pantanito no recuerda el principio de ‘L’altra cara de la lluna’ y sin el primer verso no le saldrá el resto. Solución: pasar a otra canción. Así lo explica y el público ríe. De repente, exclama: “¡Ya me acuerdo!”. Y nos regala una rumba sobre la conquista de la luna en la que se queda tan pancho rimando George Meliés con “ojo a la virulé”.
Intercambio cultural
La tormenta está al caer. Los vendedores se apresuran a desmontar las paradas. Los rumberos también desmontan la suya. El presidente del casal se acerca a Pantanito con un obsequio. Es ‘Somnis, lluites i futur’, libro que documenta la historia de Ciutat Cooperativa y que, como sus canciones, podría explicar la de tantos otros barrios del extrarradio barcelonés y del resto de España. Un gesto de generosidad y de orgullo por lo vivido que simboliza, en sí mismo, lo que ha sido este concierto-vermut: un intercambio cultural. De tú a tú y con la rumba como idioma universal de los barrios.