La montaña te abre los oídos
En la plaza mayor de Santa María de Palautordera, varios vecinos maquillados como zombies asan castañas mientras por los altavoces suena una remezcla techno del ‘Thriller’ de Michael Jackson. No hay escapatoria. Lo anuncian los carteles pegados en la mayoría de tiendas. Se acerca Halloween. En la puerta del hostal Turó de l’Home se atisba una alternativa a la masacre zombie. Hay un cartel en el que un tipo con una máscara de gas anuncia el Montmusic, un festival de nuevas músicas que este fin de semana se celebra en Can Balmes.
Can Balmes es una centenaria masía de uso agropecuario que conserva aún su abrevadero y varias ventanas de dinteles lobulados. Es un superviviente del holocausto industrial, encajonada en un polígono entre naves de hormigón y verdes prados, que intenta subsistir como sede del Ateneu de les Arts y dinamizar culturalmente este pueblo del Montseny. Se llega cruzando una zona residencial de nueva construcción. A la izquierda, en un muro blanco, hay una pintada que nunca pasa desapercibida: “Avui és un bon dia per somriure”.
Una veintena de personas toman cafés a la entrada de la masía en un ambiente tan relajado que nadie diría que estamos en la semana clave para nuestro futuro. Unos sonríen. Otros tienen la mirada perdida en el Montseny. Todos respiran aire sano. En este insólito oasis, la percusionista Núria Andorrà ha decidido plantar un encuentro de músicas contemporáneas e improvisadas. Sí, lejos de la gran ciudad. “La montaña te abre los oídos”, afirma. Y cuenta que en Francia hay festivales similares en muchos pueblos. Algunos, incluso desbordados. En las músicas improvisadas, desbordado significa programar una actuación en la iglesia de un pueblo de 700 habitantes cerca de Luxemburgo y que se quede gente fuera.
El MontMusic nace con modestia. Han colocado una treintena de sillas, pero no sobrarán muchas. “¡Ojo, que te quedarás sin sitio!”, advierte Andorrà a Agustí Fernández. El pianista mallorquín, todo un Premi Nacional de Cultura, también actuará en el MontMusic para apoyar tan kamikaze iniciativa.
Patatas ‘freetas’
El trío de música improvisada Freenetics ya sube al estrado de la sala central. Rodeado por los muros de piedra y respaldado por un gigantesco objeto redondo que desde lejos parece un gong pero que en realidad es una tarima circular de un circo, los tres músicos se enzarzan en una expedición de vaivenes instrumentales. El lenguaje freenético del batería y el saxofonista tiene en el violonchelo un sobrio y sugerente contraste. En un instante de silencio, una niña que come patatas fritas de una bolsa emite un crujido que enriquece la interpretación. Dos espectadores que no se conocen de nada, se sonríen.
El pasillo de la entrada está decorado con sillones, libros y obras de todo tipo; desde cuadros hasta una escultura de una cafetera con patas. Alguien ha dibujado en un rincón la silueta de un buzo tamaño natural y ha conseguido que el extintor de incendios colocado justo ahí parezca su bombona de oxígeno. Un hombre de avanzada edad se acerca a la barra y pide un agua. Es el venerable improvisador británico de jazz Paul Pignon, una de las más ilustres presencias en este MontMusic. “Con burbujas”, aclara. Será una tónica, pero ya le va bien.
Un niño juega con su coche teledirigido en el exterior de la masía. En un pispás, el escenario pasa a ser el patio de butacas (bueno, el patio de sillas de plástico) y el espacio desde donde el público ha seguido el pase de Freenetics se convierte en el escenario. Solo ese sencillo cambio de disposición provoca, de nuevo, varias sonrisas de sorpresa. Andorrà anuncia un leve retraso porque dos personas están en el lavabo. “¿Y cuando salgan aplaudimos?”, pregunta alguien. Estamos en familia. Y, sí, cuando salgan del lavabo les aplaudiremos.
El arte de arrastrar sillas
Andorrà protagoniza la próxima actuación junto con Paul Pignon y la bailarina Constanza Brncic. Lo que sucede en los siguientes cuarenta minutos no podría resumirse en un libro de cien páginas. Brncic exprime las infinitas posibilidades del espacio: sale a coger flores del campo, apoya las manos en el cartel de un festival llamado Mans, juega al escondite, baila con su sombra, desaparece… Andorrà la sigue con la mirada mientras improvisa percusiones con canicas o rasgando el platillo sobre la membrana del tambor. ¿Y Pignon? Pignon sopla, aspira, gime, insufla, percute el cuerpo del saxofón, deja caer las boquillas al suelo, chasquea la mandíbula… Ahora se entiende por qué quería el agua con gas.
El público está mudo: absorto. Como mucho, alguna carcajada. El niño del coche teledirigido lleva más de diez minutos paralizado. Brncic convierte la puerta corredera en su pareja de baile. Una hipotética pareja formada por Pina Bausch y Charles Chaplin. Es una danza de poética humorística inenarrable. Y lo mejor está por llegar. Dos niñas sentadas en un lateral se levantan y Brncic les quita las sillas para empezar a arrastrarlas por el suelo sin dejar de danzar. Es el arte de arrastrar dos sillas. Es un sublime escalofrío. Ese sonido deviene una fuente sonora más que se suma a las improvisaciones de Nuria y Pignon.
La actuación acaba con una sonrisa pletórica y exhausta de Constanza y una larguísima ovación. Aún habrá quien crea que la música contemporánea y la improvisada son cementerios de corcheas, pero el MontMusic parece haber nacido para dinamitar esa teoría. Y aquí está ya el dúo MachacaChakras: flauta travesera y batería siguiendo escrupulosamente una partitura compuesta por Chiquito de la Frankzappa. Más sonrisas, más oxígeno limpio a los pulmones.
Los zombies están al caer, pero cuesta creer que estemos tan cerca del fin del mundo. Can Fabra se ha convertido en un refugio de músicas libres y oídos abiertos al pie del Montseny. Y en ese muro blanco, camino del pueblo, sigue la pintada, inasequible al desaliento: “Avui és un bon dia per somriure”.