El mejor local de ensayo
“Los animales están recuperando el terreno que les arrebatamos los humanos”, filosofábamos meses atrás, cuando el confinamiento nos hizo descubrir que la ciudad tenía más habitantes de los que creíamos. Y cuando al fin pudimos salir a la calle, los jardines y bosques nos parecieron algo menos nuestros. Un día, paseando sin rumbo por el Parc del Guinardó, un extraño bufido perturbó aquel redescubierto silencio. No era un oso. Ni un jabalí. Parecía un cuerno. ¿Alguien había salido de caza un miércoles al mediodía? No. Pero sonaban varios cuernos. ¡Era música! ¿Una grabación? No. Los cuernos anunciaban una melodía, la abordaban, reculaban y volvían al ataque.
La respuesta estaba unos metros más abajo de las baterías del Carmel. En un claro del bosque con impagables vistas sobre Barcelona y el mar, varios trombonistas practicaban con su instrumento. Cuatro trombones como cuatro cañones apuntando hacia la ciudad. Bajo el pino más alto, las fundas de sus armas y una botella de agua de litro y medio. Sobre el atril, las partituras de las ‘Variaciones Goldberg’ de Bach. “Yo toco la segunda y tú la cuarta”, proponía uno. “Bajadlo de octava, no lo reventéis”, aconsejaba otro. Y cuando culminaban cada interpretación, el éxtasis. “¡Qué pasada!”, suspiraba uno. “Un viaje cósmico”, añadía otro. Y sonrisas. Y felicitaciones. Y a por otra.
La idea del año
Aquellos trombonistas habían tenido la idea del año: dejar atrás el confinamiento a lo grande, saliendo a practicar al aire libre. Fernando, Víctor y Aram viven en Gràcia, pero les faltaba una cuarta voz para abordar la obra de Bach y llamaron a Joan, que vive en el Carmel. El Parc del Guinardó les quedaba a medio camino. Después de tantos meses encerrados, la subida les costó un poco, pero así ensancharon pulmones. Valía la pena. No es lo mismo ensayar en casa, donde el sonido del trombón rebota en las paredes y acaba poniéndote la cabeza como un bombo, que tocar proyectando las melodías hacia el cielo, con toda la potencia deseada y sin miedo de molestar al vecindario.
Resulta que aquellos cuatro trombonistas no eran precisamente unos aprendices. El malagueño Fernando Brox, que en realidad es flautista, lidera desde hace años su propio cuarteto. El castellonense Víctor Colomer dirige la Big Band de la Universitat Jaume I de su ciudad. Aram Montagut sopla en la Big Band de Blues de Barcelona, en La Salseta del Poble-sec y en la orquesta que acompaña a Mambo Jambo. Y Joan Codina obtuvo un premio extraordinario de interpretación en el Conservatori Superior del Liceu.
De Baco a Bach
Los cuatro son profesionales y a los cuatro les ha saltado la agenda laboral por los aires debido a la pandemia. Fernando ha perdido una gira europea; bien pagada y presentando su propio repertorio. Víctor, otra con Giulia Valle. Joan, una por Andalucía con el trompetista británico David DeFries. Si Aram echa cuentas, le salen unas cuarenta fechas anuladas. “Y las de ayuntamiento es muy difícil que se recuperen”, lamentaba. El confinamiento les ha regalado tiempo de sobra para reflexionar sobre el papel que las autoridades han otorgado a la cultura en este difícil momento: “Estamos en lo de siempre: los intereses económicos. Un teatro tiene que estar al 30% del aforo, pero un avión puede ir lleno. La escuela tiene que estar vacía, pero la terraza del bar puede estar llena”, coincidían.
“La música siempre es vista como un caos por parte de las instituciones”, lamentaba Codina. “De alguna manera, se la relaciona con Baco”, apuntaba Brox. Pero ahí estaban los cuatro trombonistas, encomendados a Bach en el mejor local de ensayo imaginable: el Parc del Guinardó. ¿Aglomeraciones? No. ¿Altercados? No. Solo agradecimientos de los paseantes, que celebraban que alguien se animase a tocar allí arriba, tan lejos de la ciudad. Ellos solo iban a ensayar, pero aquello podría haber sido un concierto. “Es algo que se podría hacer: bolos en parques, en plazas…”, imaginaba el malagueño. “Y para un cuarteto de viento, la estructura es cero: un atril y las partituras”, calculaba Aram.
Arroz con butifarra
Aquel día, el tiempo pasó volando hasta que el hambre empezó a apretar y hubo que tomar una decisión. “¿Una paella?”, propuso Víctor. “¡Un arrocito con butifarra!”, concretó Fernando. Antes pactaron una fecha para regresar al escenario más privilegiado de la ciudad. Y volvieron a tocar al Parc del Guinardó. Codina incluso subió un día por su cuenta, sin más compañía que su trombón. Bueno, y la de unos niños que se pusieron a bailar.
“¿La calle es tuya?”, soltó un chavalín hace años a Estopa el día que cortaron el tráfico para rodar un videoclip. Y aquella pregunta acabó titulando su tercer disco. Reacciones inocentes como estas escenifican un conflicto en Barcelona, el de la guerra por el espacio público, que, en el actual y restrictivo contexto del coronavirus, está librando batallas silenciosas y decisivas. Veremos qué ciudad nos queda tras el verano.
(Publicat el 26 de juliol de 2020)