¡Pánico en las calles!
Caos. Desorden. Anarquía. Pánico. En uno de los veranos más conflictivos que se recuerdan, Barcelona ha vuelto a ser presa del desgobierno y la jarana. Ha ocurrido de madrugada en plena fiesta mayor de Sants. El asunto es complejo y de difícil solución, pues conjuga los dos factores que más inquietan a las sabias autoridades: inmigración y ocupación de la vía pública. “Generan mucha inseguridad”, declarará el Conseller d’Interior en cuanto le acerquen un micrófono.
Nadie sabe quiénes son, pero se les conoce como la ‘Banda de la Tarima’. Su modus operandi es tremendamente sencillo y barato. Se citan días antes a través de un grupo de whatsapp de unas cien personas. Uno de ellos aparece a media tarde con una tarima de dos metros por dos y la coloca en plena calle. Luego llega el resto con unas sospechosas fundas negras a la espalda en cuyo interior esconden requintos y jaranas, variaciones latinoamericanas de la guitarra española. Y, en cuanto les apetece, ¡los sacan y se arrancan a tocar!
Siempre actúan de noche. Siempre, al aire libre. Y, a menudo, por Sants. La mayoría son mexicanos, pero también hay argentinas, colombianos y ecuatorianas. Se les empezó a ver en Can Batlló hacia 2010. Desde entonces han hecho de las suyas en los jardines de Can Mantega, en los del Teatre Lliure de Montjuïc y en la plaza de Sants, donde tienen el cobijo de las fiestas alternativas. Allí actuaron el pasado jueves. Explican algunos vecinos que a las dos de la madrugada seguían tocando. Lo explican porque acabaron tocando con ellos.
Una telaraña perfecta
Ese es el gran problema al que se enfrenta Barcelona hoy: las dotes seductoras de la ‘Banda de la Tarima’. Funciona como una perfecta telaraña donde queda enredado todo el que se acerca. Un joven marroquí vino a curiosear y se quedó una hora tocando un pandero. Una turista de Baja California que pasaba por allí acabó zapateando otra hora. Pedro es uno de los cerebros del clan: se dedica a captar adeptos. Suyo es un instrumento con forma de cajón que suena pulsando con los dedos unas láminas metálicas. Se llama marimbol y se toca sentado. Es el anzuelo. Cuanto alguien se sienta, se le acerca simpático y le dice: “¿Quieres probar? Es fácil: sólo has de seguir el ritmo”. ¡Cazado!
A medianoche, un espeso enjambre de guitarristas improvisaba una canción titulada ‘El pájaro carpintero’. Algunos habían venido desde Madrid y Toulousse. Un primer corrillo rasgaba las cuerdas con decisión alrededor de la tarima. Más de la mitad eran mujeres. Detrás había un segundo corro de instrumentistas menos expertos. Y más atrás, varios indecisos y espontáneos salteados entre el público iban ganando confianza poco a poco. Y, además, cantantes y zapateadoras. Ningún otro concierto de las fiestas de Sants habrá reunido treinta músicos sobre el escenario. Aunque aquí no había escenario. Tampoco era un concierto. Era un fandango de son jarocho.
Un fandango es un espacio de encuentro, siempre al aire libre, de noche y con comida y bebida cerca, en el que varios aficionados a este género nacido en las zonas rurales de Veracruz se reúnen para tocar y bailar. Susana y Dickens han cocinado unos tamales. Pedro hace correr el mezcal con discreción. Lupita es de Veracruz. También están Simao, Raxa, Ricardo, Alba, Marc… Francesc vive en la Garrotxa, pero lo llaman Panchito. Él trajo la tarima. Nolasc es un chaval del barrio y ha venido con su acordeón. Hace un rato se acercó al fandango el contrabajista de jazz Horacio Fumero. Aquella joven es la violinista del grupo Roba Estesa. Entre músicos y espectadores, si es que se puede distinguir unos de otros, pasarán por este enclave más de trescientas personas.
El pegamento social
En los fandangos no hay un repertorio pactado ni la necesidad de tocar del tirón durante un tiempo concreto. Después de interpretar un son jarocho, hay una pausa en la que los músicos comentan la jugada. Esas conversaciones son tan o más importantes que la música. Son el pegamento social del fandango. Lo más habitual, teniendo en cuenta que muchos se están conociendo hoy, es preguntar: ¿y tú de dónde eres? “Yo soy de Tulancingo. En mi pueblo nació El Santo”, informa un tipo que ha llegado corriendo al grito de: “¡Están tocando son jarocho!”.
Aquí nadie aparca la guitarra. Cuando alguien puntee despistadamente una melodía familiar y otro se le sume, empezará a armarse un nuevo son jarocho. Sin prisa ni disciplina, como otra conversación más. Esta anarquía interna trae loca a la policía, que no sabe cómo desarticular a la ‘Banda de la Tarima’. A veces solo parece un grupo de gente charlando. A veces parece un concierto oficial. A veces parecerá una jam callejera en la que nadie pide dinero. A vista de pájaro, el fandango es un banco de peces que se alinean y se disgregan en función de las corrientes. El fandango es una ría que cambia de aspecto según del nivel de la marea. Ahora hay cuarenta personas. En diez minutos pueden ser más de ciento cincuenta.
Llegan skaters y lateros, un rockero pellejo y un niño que asegura que conoció el son jarocho en la película ‘Coco’ de Disney. Algunos se quedan poco rato, pero otros se enganchan. Junto a la tarima hay una montaña de fundas e instrumentos. Es una música tan sencilla que algunos curiosos acabarán tocando aunque no sepan. Solo tienen que seguir las pisadas de los que saben. Las pisadas son las posiciones de los dedos en las cuerdas de las guitarras. También pueden zapatear a pierna suelta o improvisar versos, pues no todos los sones tienen una letra cerrada. Será muy celebrada la rima del valiente rapero.
Las conversaciones siguen desembocando en sones. Entre profesionales y aficionados, esta internacional y furtiva orquesta callejera veracruzana citada en el exilio dará forma a ‘El aguanieve’, ‘El chuchumbé’, ‘La guanábana’… Raxa saca el móvil y recita unos versos de ‘El fandanguito’: “Que te quiero, te quiero decir que anoche a las once me iba yo a morir”. Hoy, en cambio, está bien viva.
Crece el grupo de whatsapp
Son las tres de la madrugada y el fandango toca a su fin, pero un tipo con una guitarra incita a otro con camiseta de Metallica y gorro de lana a berrear más versos románticos. Rápido se les añaden dos percusionistas: uno golpea el casco de su moto y otro rasga un botellín de plástico. Esto es una plaga. No hay que subestimar el peligro de la ‘Banda de la Tarima’. Podrían conseguir que los barceloneses volviesen a juntarse en la calle para tocar como en los gloriosos tiempos de la rumba. Varios se han incorporado hoy mismo al grupo de whatsapp.
Al fondo, dos columnas sostienen una pancarta: “El feixisme es combat al carrer”.
(Publicat l’1 de setembre de 2019)