Una incubadora en Poblenou
Último viernes laborable antes de Navidad. Las jaurías de cenas de empresa han tomado numerosos restaurantes de Poblenou, pero el Espai Niu está vacío. Bueno, hay una persona: Sergi Bueno, un vecino del barrio que en 2005 abrió este espacio expositivo para artes de vanguardia en la calle Almogàvers. Hoy hay concierto. La sala tiene capacidad para unas setenta personas, pero no se prevé llenazo. El primero en entrar es Simonal Bié, el protagonista de la velada. El cantante mozambiqueño ha metido la pata. Anunció en sus redes sociales que el concierto empezaría a las 21.30 cuando, en realidad, está programado a las 20.30. Esperarán un rato a ver si viene alguien. Por ahora, están solo ellos dos.
En las paredes de esta galería de arte con escenario al fondo y pequeña barra a la entrada cuelgan obras que los artistas han ido legando durante años. Firman la actual exposición Leya Blackbird y Maria Coma. Esta última no es la Maria Coma cantante, aunque también ella ha actuado en el Espai Niu. Como Pau Vallvé, Fernando Lagreca, Bradien, Árbol, Anímic, Lucrecia Dalt, Santiago Latorre, Alba G. Corral, Strand, Gepe, Fibla, Downliners Sekt, The Suicide of the Western Culture… La mayoría han acabado actuando en el Sónar. Muchos otros, porque el Niu acoge más de cien conciertos al año, han desaparecido de la escena musical o han mutado en otros proyectos, pero tuvieron en este local de Poble Nou un espacio en el que tantear si merecía la pena seguir adelante.
Simonal Bié lideró durante diez años la formación de funk africano Moya Kalongo. Ahora vuela solo con este proyecto de afrobeat futurista que busca la conexión entre J Dilla y Fela Kuti. Uno de esas mutaciones sonoras que creemos que sólo se dan en el extranjero, pero que también se están explorando en esta misma ciudad. Este será su quinto concierto, tras actuar en Absenta del Raval, Marula Café y la Jazz Cava de Vic. Su nuevo proyecto musical, Siwo, está aún en obras. El mismo Simonal se busca los conciertos. Un día recordó que había visto actuar a su amigo Leonardo Cincinelli en el Espai Niu y llamó. No pagará alquiler de sala, pero tampoco cobrará por tocar. Los ingresos de la taquilla serán para él y los de la barra, para el Espai Niu. Después de más de una década de oficio, Simonal está volviendo a empezar y eso siempre es duro.
Una espectadora o ninguna
Son las 21.30. La entrada cuesta cinco euros, pero la taquilla sigue a cero. Han entrado cuatro personas, pero uno es Sylvain Couesmes, alias Freemachinist, el músico francés que dispara las programaciones. Otros dos vienen a filmar el concierto y otra joven francesa es amiga de Sylvain; ella es lo más parecido a una espectadora que corre por aquí. Junto a la pared hay una cámara fija sobre un trípode. Simonal empezará cantando para más cámaras que espectadores. Siwo es un proyecto con marcada intención estética. En otras circunstancias, el de Maputo hubiese traído proyecciones y bailarina, pero hoy no tenía sentido. Eso sí, saldrá con una chaqueta negra hasta las rodillas y unas gafas cubiertas con una banda de plástico negro que le tapa los ojos. Es su seña de identidad.
Simonal se mete en su papel desde la primera canción. Eso implica explotar sus dotes como bailarín. Debe ofrecer una interpretación convincente. Hay tres cámaras filmándolo para producir un videoclip con el que empezar a mover el proyecto. El ambiente es frío, pero su música es caliente. Los ritmos electrónicos de raíz afrobeat y su registro soulero invitan a imaginarlo como un hijo de Tony Allen y Terry Callier adoptado en Venus. Uno de los cámaras pide a Simonal que repita la canción. Como si esto fuese un plató y no un concierto. Pero Siwo sigue con ‘Stand for’, la canción que titula su epé. Y cuando acaba, solo aplaude una persona. Es Sylvain, el hombre tras la botonera electrónica.
El Espai Niu asume, ya desde su propio nombre, su condición de nido, de vivero, de laboratorio expositivo en el que probar y errar. Hoy no le saldrán las cuentas a Siwo ni al local, pero Sergi Bueno sabe que la subvención que recibe del ayuntamiento existe precisamente para que el Espai Niu funcione como una incubadora para artistas locales que todavía no tienen un público consolidado.
¡Entran dos! ¡Entran cuatro!
Simonal vuelve al camerino y sale con otra chaqueta para interpretar y bailar el siguiente corte: ‘Let it go’. Aún así, la noticia ahora mismo no es esa, sino que han entrado dos hombres. Y justo después, dos mujeres. Ellos piden dos copas y se sientan. Ellas se quedan de pie con unas visibles ganas de bailar. Al final de la canción los cuatro aplauden. En cualquier concierto, los aplausos de cuatro personas son migajas. Hoy son una bendición. ¡Esto remonta!
Y atención porque entran dos más. Son hermanos africanos de Simonal. El del gorro de lana se llama Cadbury y no tarda un minuto en subir al estrado y marcarse unos bailes alucinantes mientras Freemachinist transporta sus ritmos afrobeat a otra galaxia. Simonal baja del escenario y sigue cantando entre el público, que por fin se ha acercado. De algún modo, la chispa está prendiendo. Tanto, que las cuatro personas que entran ahora (una de ellas, descalza y con los zapatos colgando del hombro) tienen la sensación que haber descubierto algo importante. El problema es que el concierto ya acaba. “No tenemos más”, se excusa Simonal. “¡Aún no me acabé la cerveza!”, reclama una espectadora.
Al fondo de la sala, hay otras cinco personas. Son vecinos del barrio que solo vienen a tomar algo y a charlar con Sergi. Pese a su condición de galería de artes de vanguardia, Niu también es un punto de resistencia frente el éxodo de vecinos de Poble Nou a causa del encarecimiento de la vivienda; un enclave de socialización para un barrio que está sufriendo una radical transformación demográfica. El local monta conciertos en la calle, participa en la fiesta mayor, está aliado con el laboratorio de artes visuales Hangar y acoge actividades del departamento de nuevas tecnologías de la Universitat Pompeu Fabra.
Vibrantes minutos de descuento
La presentación del breve repertorio de Siwo ha finalizado, pero Freemachinist sigue tejiendo secuencias rítmicas a base de samplear una pequeña carraca y sus jadeos. Él mismo rapea en clave raggamuffin aprovechando que el cantante se ha ido a guardar el megáfono al camerino. La mujer encargada de filmar el concierto ha guardado también su cámara y se anima a entonar unos versos de aires aflamencados. El concierto ha entrado en tiempo de descuento. Simonal reaparece y se suma a la improvisación con sus murmullos soul. Adiós al guión.
Tras una hora en el Espai Niu, uno ya no sabe si ha asistido a un ensayo en público, a un concierto o a una jam session. La incubadora del Poble Nou ha acabado asistiendo la vibrante remontada de una actuación que había nacido muerta. Por desgracia, solo lo habrán visto veinte personas. Pero el barcelonés mozambiqueño ha podido cantar, bailar, dudar, temer, improvisar, probar, virar, crecer y hasta meditar si merece la pena seguir. Es muy probable que Simonal confié más en su proyecto de afrobeat futurista ahora que hace una hora. Y es aún más probable que nada de esto hubiese ocurrido de no existir el Espai Niu.
(Publicat el 23 de desembre de 2018)