Cronopios

Fotos: Álvaro Monge

Club Cronopios

C/ Ferlandina, 16 (El Raval)

Concert de Raquel Lúa

Y al cuarto mes resucitó

El pasado 1 de mayo Ramón Buj, impulsor del club Cronopios, citaba unas palabras de Julio Cortázar a través de Facebook: “Nada está perdido si se tiene el valor de proclamar que todo está perdido y hay que empezar de nuevo”. El local de la calle Ferlandina anunciaba su cierre tras cinco años de actividad diaria. Igual que ocurrió con El Arco de la Virgen, el Gipsy Lou y el Moraima, el Raval perdía otro espacio cultural y sus moradores empezaron a buscarse la vida por la ciudad: en el bar La Rubia, en el Can Lluís, en el Casal Pou de la Figuera… ¡Hasta en la plaza Catalunya! Cultura sin techo en éxodo hacia quién sabe dónde.

Por desgracia, el cierre del Cronopios no ha sido casi ni noticia. Sabido es que mantener una asociación cultural en el centro de Barcelona es actividad de riesgo y desgaste seguro. Hubo protestas frente al ayuntamiento en busca de un apoyo real del consistorio a la cultura de base. Hubo renegociación con la propietaria del local. Hubo reajustes internos. Y, a mediados de agosto, otro inesperado mensaje vía Facebook: “¿Y si regresáramos?”. El notición ha sido su reapertura el 1 de septiembre. El Cronopios ha reunido fuerzas y vuelve a la carga.

Hablamos de un local que programa dos o tres conciertos por semana, pero cuya gran baza es la palabra en sus infinitas manifestaciones. Aquí no se contentan con las veladas de micro abierto y los recitales poéticos, así que han ideado formatos marcianos como el teatro improvisado, el cinefórum filosófico, las tardes de psicoanálisis, las charlas de física cuántica, el doblaje inventado, los combates de escritura y las muy exitosas veladas de ‘Filosofía para pingüinos’. Gasolina para combatir la agonía neoliberal que asfixia y aliena a los habitantes de Barcelona. Una verdadera reserva cultural en el corazón de la ciudad.

Aire para la gente mayor

“¿Podemos poner el pingüino?”, pregunta una joven a Ramón. El pingüino es el aparato vertical de aire acondicionado. Quien lo solicita es la cantautora Raquel Lúa. No lo quiere para ella: “Hoy vendrá mucha gente mayor”, intuye. No será posible porque la instalación eléctrica no aguanta. A cambio, Ramón le promete enchufar todos los ventiladores. Raquel se da por satisfecha, pues conoce las limitaciones del local. Gracias a sus sesiones de micro abierto, ella se animó hace tres años a iniciar su carrera y ya está grabando un disco. Raquel Lúa es fruto del tejido cultural de base. Y por partida doble. Su voz se ha cultivado en el Cronopios y en el programa Cabal Musical del vecino Taller de Músics.

La sala está llena y no queda una silla por ocupar. El aforo es de apenas ochenta personas y los últimos en llegar se acomodan en taburetes, en el suelo o de pie. Más de uno seguirá el recital desde el pasillo. Las puertas están abiertas para que la música llegue a todos los rincones del local y también para que corra más el aire. Eso implica que el silencio del público debe ser absoluto. Lo es, lo es. Cuando la joven cantautora de Nou Barris anuncia la primera canción, la única conversación que se escucha, a lo lejos, es la de unos turistas en la calle.

Raquel se planta sola en el escenario. Menuda y segura, se siente como en casa. Puede llamar por su nombre a una cuarta parte de los espectadores: a Iñaki, a Pablo, a Álex, a Guille… Todos atienden mudos a su primer tour de force, una invocación del poema de Lorca ‘Preciosa y el aire’. Esta devota de Silvia Pérez Cruz aún está aprendiendo a hacer equilibrios con su garganta, pero con un quiebro de voz ya puede hacerte olvidar que sus dedos se le han quedado a medio camino del acorde que quería marcar en los trastes de la guitarra. Cuando termina se diría que ha pasado una semana. Raquel te hace perder la noción del tiempo.

Invitado Gato Suave

Pronto subirá a la tarima Guille, guitarrista de emergencia que le permitirá centrarse en la interpretación vocal. No será el único invitado de la velada. Casi la mitad del repertorio lo cantará con algún acompañante. Muchos forman parte de la fauna del local. “¿Quién no ha escuchado a Gato Suave?”, pregunta Lúa. Unos pocos levantan la mano. Este cantautor estaba programado para otro día de la semana, pero hoy sale a interpretar con ella ‘Alfonsina y el mar’, la famosa zambra argentina que, en palabras de esta veinteañera estudiante de filosofía, habla de una mujer “muy rallada con las cosas de la vida… que se suicidó”.

Raquel está tan entre amigos que a medio concierto propone una pausa para tomar un poco el aire. El público no quiere pausa. Aguantan gustosos el calor. Además, los habituales del lugar han traído abanicos. Sigue el recital con ‘Fragilidad’, composición nueva inspirada en el poeta romántico Hölderlin. Aún más reciente es una que ha ensayado esta tarde con su padre. Su padre está en primera fila y sale a tocar la guitarra. Su versión de ‘Que tinguem sort’, de Lluís Llach, avanza dubitativa y llena de vida. Al final, el padre, aliviado de la presión, remata con un requiebro vocal que arranca unos aplausos entusiastas.

Aprovechando que Emilia, su profesora de historia del arte, también está en el local, Raquel explica que la canción ‘Misse en abyme’ se inspira en una figura literaria que ella explicó un día en clase. Tal vez forme parte de ese álbum de debut que está acabando de grabar, ese que su familia, la familia del Cronopios, ha visto nacer y crecer. Cuando anuncia que la última canción del recital será la que titule el disco, varias personas suspiran de placer. Esta semana acaba de grabar ‘Ruegos y demás’ y sin embargo, todos tararean de memoria el estribillo mientras se abanican dichosos con la mirada perdida. Ese estribillo suena hoy como una súplica al Cronopios: “No te vayas nunca / Te lo ruego, te lo pido / Que en mi cuerpo no cabe este desasosiego / Ni un imprevisto tan vespertino”.

El murmullo colectivo empapa el Cronopios y atraviesa sus paredes: “No te vayas nunca… Te lo ruego, te lo pido…”, canta el coro. Desde la calle alguien podría sospechar que ahí dentro hay una ermita o una mezquita. Sí y no. Aquí se rinde culto a la palabra, a la cultura viva y vivida en el preciso instante.

Miles de buitres callados

El Cronopios es mucho más que una plataforma o un escaparate. Es un vivero, un lugar de encuentro, un espacio de cultivo de la palabra que intenta difuminar la línea que separa artista y público. Muchas personas han dado aquí ese salto. Raquel fue una. Hoy media docena de espectadores han pasado del asiento al escenario. El último será Pablo. Raquel lo reclama y él se hace de rogar, pero parte del público insiste porque saben qué cantarán juntos. Nadie pronuncia el título de la canción para no romper la sorpresa a los espectadores noveles. La letra habla de miles de buitres callados que van extendiendo sus alas. Macabra metáfora del agónico presente de este Raval barcelonés que nadie parece capaz de salvar.

La calle Ferlandina está muerta. Ya ha bajado su persians la peluquería La Mano Loca; perdón, salon de coiffure. También ha cerrado ya la tienda de ropa americana Flamingos Vintage Kilo. Y la de tatuajes Sixth Tattoo. Y la heroica tienda de discos Paradiso. Y el despacho de Cart Guru, cuya misión en este mundo es lograr que se consuman todas esas ventas abandonadas en las cestas de compra de internet; su otra oficina está en San Francisco. El negocio de la esquina ofrece ‘heart made empanadas’. La placa de la red ‘Raval Cultural’ que preside la entrada del club Cronopios cría polvo.

(Publicat el 9 de setembre de 2018)