Carnavales a final de mayo
Ha sido una semana dura. Pero por fin es viernes y a mucha gente le apetece echar unas risas y descargar la rabia acumulada escuchando canciones que sintonicen con su visión del mundo. ¿Un concierto de rap? ¿Uno de punk? ¿Un cantautor? Son las once de la noche y una multitud se agolpa a las puertas del Teatre Victòria. Vienen a todo eso. Y a recordar su tierra. Sin embargo, el rótulo que ocupa la fachada del local anuncia ‘Madagascar, el musical’. Algo falla.
La comparsa Los Ángeles de la Guarda, una de las más populares del Carnaval de Cádiz, actúa hoy en Barcelona. Su visita se ha cerrado tan a última hora que han logrado ubicarse en este teatro del Paral.lel siempre y cuando solo utilicen una parte mínima del escenario. Un gigantesco telón rojo tapa el decorado en el que mañana cantarán y bailarán el león Alex y la cebra Marty. La que se armaría si la jirafa Melman detectase que alguien ha tocado una palmera.
La platea está casi llena. Sorprende la disparidad de edades: de los veinte a los setenta y tantos. Muchos ni siquiera tienen acento andaluz. Alguno posee un cerradísimo acento catalán. Esa que se hace fotos con todo el que se le acerca es la alcaldesa Ada Colau. Un espectador rápido de reflejos le ha colocado una banda amarilla con la frase: ‘Per sempre Cádiz’. Son las once y los que tienen más cuerpo de viernes por la noche dan palmas para que salga la comparsa.
Orgullo gaditano
¡Y sale! Uno, dos, cinco, ocho… Diez cantantes con sus trajes rematados por unas gigantescas alas. Y tres guitarristas. Y un tamborilero. Y el del bombo. El público los recibe como a auténticas estrellas de rock mundial, pero los llama por sus diminutivos. “¡Jesusillo!”. “¡Rafaelín!”. “¡Qué guapo eres!”, piropea aquel. “¡Más guapa es su hermana!”, replica otro. “¡Susi, tú eres de Cádiz!”, informa uno. “¡Anda, como yo!”, bromea un anónimo. “Yo no nací en Cádiz y me siento gaditana”, confiesa una mujer. Y toda la platea le brinda un aplauso.
“Hay gente que cree que Los Ángeles de la Guarda son como el máster de Cifuentes, que no existe, pero aquí estamos”, proclama el portavoz de la comparsa. Y entran en faena con uno de los incontables elogios a Cádiz que integran su repertorio. No debe existir ciudad en el mundo a la que se le hayan dedicado más letras. Que si a mí me bautizaron en la playa de La Caleta, que yo si nací y moriré viñero (por el barrio de la Viña), que si sus callejones, que si el olor de la ciudad, que si la belleza de Cádiz desde el cielo…
Los cantantes no utilizan microfonía. Aquí todo es a pelo. La sincronía de voces es espectacular, pero la única forma de que se escuchen bien las letras es que toda la platea esté callada durante la interpretación. Así será. Silencio absoluto hasta el final y posterior estallido de aplausos. Es entonces cuando los espectadores más resueltos lanzarán sus imaginativos vítores y comentarios. “¡Ole, ole y ole! Lo digo a boca llena y al que no lo repita que se le seque la hierbabuena!”, suelta una mujer. La platea al unísono replica: “¡Ole, ole y ole!”.
Jubilarse es un abuso
Más allá de su gaditanismo exacerbado, Los Ángeles de la Guarda son muy dados a la parodia y la crítica social. Hoy su primera víctima es Celia Villalobos. La diputada popular, con sus comentarios contra los jubilados, personifica ese desprecio al trabajador tan de señorito andaluz que esta comparsa no soporta. Por eso la parodian y cantan que Celia “se quiere jubilar cuando tenga 80 años para jugar al Candy Crush sentadita en el escaño” y que, para alguien que no tiene callos en las manos “los españoles vivimos mucho / y jubilarse tan pronto es un abuso”. El público aplaude ahora más que con las odas gaditanas.
Los Ángeles entran en modo guasa y lo mismo cantan sobre la viagra que sobre una app de móvil que genera caras de animalitos o las operaciones estéticas de Leticia Sabater. Pero igual que tiran del humor, entonan letras de romanticismo letal. Como esa sobre un viudo que confiesa a su fallecida esposa que se ha enamorado de otra mujer. “¡Devolvedme el dinero, que mi mujer no para de llorar!”, grita un espectador desde su butaca.
Músicos y cantantes, enfundados en su caluroso traje, no paran de sudar y echar tragos de las botellas de litro y medio de agua repartidas por la tarima. Una vez saciados, entonan otra sobre un prototipo de androide chirigotero llamado a revolucionar el carnaval pero al que los recortes en investigación han dejado aparcado en un almacén; y a su inventor, en el paro. Y luego, otra sobre el Padre Ángel, el sacerdote que preside la oenegé Mensajeros por la Paz y que, según reza la letra, “multiplica panes, peces y hasta la Fanta”.
Contra el patriotismo
Atención: llega ese célebre pasodoble con el que cargan contra el patriotismo rancio que ha desatado el procés catalán. Diez mozos andaluces se arrancan con los siguientes versos: “Puedo entender que luchen por su independencia / Muchas veces a mí esté país me da vergüenza / Me dan vergüenza los que mandaron / A la policía para moler a un pueblo a palos / Y el patriotismo de que presumieron muchos españoles / Con las banderas en los balcones”.
Sí, hasta el género más encorsetado puede ser recipiente de discursos a la contra. En las alas de Los Ángeles, el formato de comparsa explota todo su potencial paródico, reivindicativo y de crítica social; aunque, todo sea dicho, también se les escapa algún chiste homófobo. Cualquier tradición musical puede ser la lanzadera de discursos progresistas. Otro cantar es que los que financien y controlen la pervivencia de un género le extirpen ese potencial.
Los Ángeles siguen al ataque: “Yo no les vi sacar banderas contra los ladrones, contra los recortes o por las pensiones”. Y en los siguientes versos cargan contra los recortes en sanidad, la pobreza infantil, la violencia de género y las prebendas de la realeza. Ojo al sprint final: “Cuando se acabe la fiesta de la espada y la muleta / Cuando no quede nadie enterrado en las cunetas / Entonces ya, haz lo que quieras / Saca tu trozo de tela”. “¡Saca tu trozo de tela!”, repiten con la garganta inflamada.
El público se pone en pie por primera vez y aplaude a rabiar durante más de dos minutos, fulminando así tantas horas de politópicos: a saber, tópicos de politólogos sobre las diferencias irreconciliables entre catalanes de pura cepa y migrados. Los cantantes, desfondados, buscan agua. Se acaba. Que alguien traiga más.
Lágrimas en platea
El siguiente climax emocional llega con el pasodoble compuesto en recuerdo a Xavi, el niño que falleció en el atentado yihadista de La Rambla. Sus padres están en la sala y suben al escenario a abrazarse con los integrantes de la comparsa. Una vez más, el público se pone en pie. Los parlamentos de unos y otros hacen que el ángel de la guarda más grandullón se refugie en un lateral del escenario para secarse los ojos. En platea se escuchan perfectamente los sollozos de algunos espectadores.
Llevamos ya una hora de actuación cuando los cantantes piden permiso para quitarse las alas. Permiso concedido. La comparsa sigue alternando letras emotivas, humorísticas y críticas. Llegan más botellas de agua. Alguien exclama: “¡Las cagaleras que vais a pillar como sea agua del Llobregat!”. “¡Colau, ponles una fuente!”, suelta otro. Esta vez las carcajadas resuenan hasta en la playa de la Caleta.
“Todo lo que empieza tiene su final”, anuncia el portavoz de la comparsa, deshidratado y reivindicando su derecho al descanso. “¡Tú no has trabajado en tu vida!”, le espeta alguien. Son más de las doce y media y el teatro tiene que cerrar. En la vecina sala Apolo el público hace cola para bailar techno con Jeff Mills. La velada en el Victòria culmina con un último pasodoble. Este, dedicado a todos los amantes del carnaval de Cádiz que tienen la desgracia de no haber nacido en esa ciudad. “¡Para los chinos!”, se oye a lo lejos.
(Publicat el 27 de maig de 2018)