Casa Orlandai

Fotos: Nando Cruz

 

Centre Cívic Casa Orlandai
C/ Jaume Piquet, 25 (Sarrià)
Espectacle infantil de la Companyia Comsona?

“Papa papapa papapa pa ¡pa!”

No hay tantos conciertos de sábado al mediodía que agoten las localidades y para los que incluso se organice una lista de espera en la puerta por si al final se libera alguna entrada. Pero hoy, en el elegante edificio modernista Casa Orlandai de Sarrià, el llenazo está garantizado. Bienvenidos al circuito de espectáculos infantiles, en el que las decisiones de última hora suelen ser un desastre.

Este equipamiento municipal que desde los años 70 acogió la escuela del mismo nombre (palabra imaginaria que se inventó una alumna), cumplió esta primavera sus primeros diez años como centro cultural con tres ejes básicos: el arte, la convivencia y la transformación social. Esta soleada mañana de sábado, Casa Orlandai acoge el estreno mundial del último espectáculo de la compañía de música infantil Comsona? y el atasco de cochecitos de bebés es de cuidado. Se detecta también nerviosismo entre padres y madres con tendencia al last minute que temen quedarse en la calle.

La actuación se celebrará en la sala Escola Talitha, cuyo nombre rememora el renovador proyecto educativo que se instaló en este edificio entre 1956 y 1974. En la puerta, Elena Pereta, coordinadora de la compañia y cantante, da las únicas instrucciones a los adultos: guardar silencio porque no hay ningún tipo de amplificación y los bebés tienen que poder oír los instrumentos. Sobre suelo de la sala, de mosaico hidráulico, han colocado una moqueta en forma de u para que el público se acomode. Aquí el escenario es todo el suelo no enmoquetado. Una niña se distrae intentando arrancar la moqueta. Ya estamos con el espíritu rupturista. Cuando empiece el concierto apenas habrá un palmo de suelo donde sentarse.

El vals de la letra A

El concierto empieza bajo una tenue iluminación. El contrabajista marca un compás de tres por cuatro, su compañero se le suma con una flauta travesera y Elena entona un vals cuya letra repite una y otra vez: pampam pararam pam pararam… Varios bebés abandonan el perímetro enmoquetado y avanzan a gatas por el pasillo teóricamente reservado a los músicos. Cuando Elena y sus instrumentistas hacen una pausa, un bebé emite un ‘ooooh’ que hace reír a padres y madres y confirma a los músicos que todo va a ir de rechupete.

Cambio de estrategia. Contrabajo y flauta travesera son sustituidos por guitarra acústica y saxo soprano. Y el vals da paso a la bossanova. De nuevo, ritmos agradables. Ahora los músicos avanzan por el pasillo central mientras la cantante, sin mediar palabra, invita a los miniespectadores a fijar su atención en el sonido que emerge de ese instrumento alargado y metálico que tiene su compañero en la boca. Una madre atiende mientras da el pecho a su cría. Una bebé punk vomita. Un bebé rubio aplaude por primera vez en su vida.

Ahora el trío interpreta el ‘Summertime’ de George Gershwin y Elena se esconde detrás de un parasol coloreado que hace girar y girar. Será el único aderezo extramusical del espectáculo, junto con una lámpara con la pantalla agujereada que proyectará estrellas sobre las paredes de la sala en un momento muy puntual. Pero, estamos ante un concierto principalmente musical cuyo objetivo es introducir a los bebés en el sonido de los instrumentos y la voz humana.

¿Influencias? Edwin Gordon

Los miembros de Comsona?, profesores todos, ofertan espectáculos musicales infantiles desde 2005. Hasta ahora todos iban enfocados a un público de cero a seis años. Es la primera vez que diseñan uno específicamente para bebés de cero a 18 meses. Lo han trabajado basándose en los estudios del pedagogo estadounidense Edwin Gordon, autor de la teoría del aprendizaje musical. Una de sus propuestas es introducir la música sin palabras. A tan temprana edad aún no las comprenden y, por lo tanto, despistan más que atraen. Es más útil trabajar con sílabas sin significado, sobretodo con pés y bés y con el silencio.

El espectáculo apenas dura media hora y llegamos rápido al clímax. La cantante se acerca con una canasta de mimbre cargada de huevos rellenos de semillas. Son esos shakers que no faltan en ninguna cuna y con los que el bebé aprende a generar sonidos a base de agitarlos hasta aburrirse. El festival de huevos provoca que todos los bebés abandonen el regazo materno y se lancen a la caza de su instrumento. Al terminar, la canastera se acercará a cada niño y niña para recuperar los huevos. Una vez más, sin mediar palabra. Y acto seguido, los músicos tocarán un poco de swing para introducir el ritmo.

El trío propone ahora una suerte de rap: ‘papa papapa papapa pa ¡pá!’ Tras el último ‘pa ¡pá!’, más enfatizado, Elena calla y los músicos dejan de tocar. Un bebé aprovecha ese silencio para emitir un sonoro ‘¡pa!’. Padres y madres se echan a reír porque parece que el chavalín haya saboteado el guión. Pero no. Los músicos vuelven a tocar. ‘Papa papapa papapa pa ¡pa!’. Otra pausa. Otro bebé lanza un ‘ah’. Más risas. Vuelta al rap puericultor. ‘Papa papapa papapa pa ¡pá!’. Pausa. Ahora ya son dos bebés los que se animan a romper el silencio con sus primeros balbuceos. Se están sumando al concierto. Están haciendo música. Y no porque se lo hayan pedido los músicos. Por pura intuición.

El bis

El concepto del bis es tan absurdo que no tiene sentido ni explicárselo a un bebé, pero antes de dar la actuación por finalizada, el trío echa mano de un clásico de la canción infantil catalana: ‘En Joan petit quan balla’. Es el hit. Por lo tanto, será la única vez que los adultos estén autorizados a cantar y bailar. Es el único guiño a los padres y madres que han asistido a un espectáculo concebido para otra tipología de seres humanos; un ejercicio, por cierto, muy sano y útil para quitarse manías y cuestionarse conceptos tan endebles como los de buena y mala música. ¿Buena o mala para quién? ¿Buena o mala para qué?

(Publicat el 19 de novembre de 2017)