Una brass band resucita el rompeolas
Recorrer el paseo Joan de Borbó un sábado por la noche es lo más parecido a aterrizar en Salou o Lloret de Mar. Ningún barcelonés puede calibrar en qué se ha convertido la Barceloneta sin visitar antes ese tramo robado a la ciudad. Por desgracia, no hay otra forma de llegar al lugar en el que se celebra el concierto. Las instrucciones del evento de Facebook son precisas: “En la plaza debajo del odioso W Hotel Vela a la 1.00 puntual. Nuestro destino es 1 km a pie”. Es un concierto clandestino en un lugar secreto. Hay más instrucciones: “Traer lo que quieras consumir, pero no dejar envases”. “No se cobra entrada. Propinas por la banda serán muy bienvenidas”. Por la gramática del mensaje, se puede deducir que la persona que convoca al personal no es española.
Es la una de la madrugada y la planta 26 del “odioso W Hotel Vela” emite unos llamativos destellos de colores. Son los focos de la discoteca Eclipse, que ya calienta motores. Ese no puede ser el concierto clandestino. A la derecha del hotel, tirados en la calle, cinco chavales cantan y bailan las canciones de trap norteamericano que escupen sus móviles. De Playboi Cart. De Pressa. Esto tampoco puede ser el concierto. Varios grupos de personas conversan en las escaleras y en el césped hasta que por la avenida aparece una veintena de hombres y mujeres cargando sus instrumentos: tubas, trompetas, trombones, tambores… Una mujer porta un estandarte identificativo: Mission Delirium.
Más allá de Nueva Orleans
Mission Delirium es una brass band estadounidense de nueva generación; de esas que, partiendo de la tradición de Nueva Orleans, incorporan ritmos africanos y balcánicos, salsa y samba. En sus filas militan músicos de otras orquestas de metales cuyo perfil activista hace que pongan su maquinaria al servicio de protestas en Wall Street, manifestaciones y acciones políticas de todo tipo. Este verano andan de gira por Europa y, a su paso por Barcelona, además de actuar en un club, querían montar un concierto al aire libre, algo especial e inolvidable.
Los músicos se agrupan en silencio junto a una reja metálica que hay a la derecha del “odioso W Hotel Vela”. La gente tumbada en las escaleras y en el césped se va arremolinando a su alrededor. Los chavales siguen bailando trap ajenos a la pequeña multitud que se ha concentrado a sus espaldas. Los focos de la planta 26 siguen buscando la atención del público de abajo como un faro pop, pero la excursión es justo en dirección contraria. Misteriosamente, la reja está cortada, de modo que solo hay que empujar y atravesarla sin hacer ruido.
Conforme nos alejamos del hotel y de la ciudad, el silencio es más y más acogedor. Pero el paisaje resulta inquietante. No hay nada. Solo suelo de cemento, barro y esqueletos de construcciones. Sin más luz que la de los edificios de la ciudad, muy a lo lejos, uno no sabe si está en un espacio devastado o a medio construir. Es una extraña sensación: entre la excitación y la tristeza. Una vecina de la Barceloneta recuerda cuando de niña iba con su familia a pasar el día al rompeolas. Como en ‘Mad Max’, cuesta saber si estamos en el pasado o en el futuro. Esta brass band de San Francisco nos lleva de paseo a un no-lugar, a un espacio muerto de Barcelona. A lo lejos ondea una bandera: ‘Dragados’.
Tú tienes la bemba colorá
Tras diez minutos caminando a oscuras y en silencio, un faro indica que hemos llegado al final del trayecto. El muro que delimita la zona transitable del rompeolas aún exhibe los grafitis pintados años atrás. Detrás del muro está el Mediterráneo. Algunos espectadores planean la mejor excusa para explicar a la policía en caso de que les descubran: “Diremos que hemos venido a recordar nuestro picadero de los años 90”. Otros calculan: “Si hubiésemos traído cuatrocientas latas de cerveza, las vendíamos todas”. Muchos están atónitos ante tan irreal paisaje y se fotografían junto a la lengua de mar que tienen a sus pies, con la montaña de Montjuïc y el resto de la ciudad de fondo.
La banda ya está tocando. “Pa’ mí, tú no eres ná / Tu tienes la bemba colorá”. El espíritu de la inmortal Celia Cruz agita este brazo extirpado a la ciudad. No hay escenario, no hay amplificación, no hay ná. Solo, el sonido que emerge de los vientos y percusiones de Mission Delirium y la sensación de estar lo más lejos posible de esta Barcelona sobresaturada de ocio nocturno. Por no haber, no hay ni iluminación. Estamos a oscuras hasta que, de repente, se iluminan los instrumentos de la banda. Un collar de bombillitas rodea la campana de la tuba. Otras lucecitas rodean el perímetro del bombo. Y las trompetas. Y los trombones. La mayoría de bombillitas son amarillas. Las del saxofón barítono, no: son azules.
Alguien prende una antorcha. Los músicos se distribuyen a su alrededor y siguen tocando. La fiesta está que arde. Varios espectadores traen bengalas. Al encenderlas, su olor a pólvora festiva activa en la memoria ese inequívoco ambiente de verbena de Sant Joan, esa noche en la que puede pasar cualquier cosa. Incluso, que por unas horas alguien resucite un espacio muerto. No es tan inusual: días atrás, la comunidad boliviana se reunió al otro extremo de la Barceloneta, para celebrar el ritual de bienvenida al año nuevo andino, el 5525. Sí, estas cosas ocurren en Barcelona.
A lo lejos alguien dispara fuegos artificiales. Es un saludo.
La banda sigue a todo gas. Una mujer trepa por una escalerilla al pasillo elevado que recorre el rompeolas y sigue tocando el cencerro junto al público que se ha apostado arriba para disfrutar el concierto y sentir la brisa del mar. Un trompetista enloquecido empieza a dar vueltas y más vueltas alrededor del faro sin dejar de tocar. Una pareja baila agarrada entre trombones y bombos. Suena un clásico soul de las Pointer Sisters. “Tienes que creer en algo: ¿por qué no creer en mí?”, dice el estribillo. Todos los músicos lo corean sin miedo a despertar al vecindario. Cuando llega la hora de terminar, la banda dedica el ‘Cumpleaños feliz’ a la saxo barítono, que esta noche cumplía treinta.
Mientras desandamos el camino, de vuelta a Barcelona, un avión surca el cielo negro e inicia la maniobra de aterrizaje en el aeropuerto de El Prat.
(Publicat el 9 de juliol de 2017)