El Arco de la Virgen

Fotos: Carlos Montañés

El Arco de la Virgen

C/ de la Verge, 10 (El Raval)

Concert de Balkan Colors

 

Cerrado por gentrificación

La calle de la Virgen es un extraño oasis en este gigantesco centro comercial conocido como el distrito de Ciutat Vella. Son apenas cien metros en pleno corazón del Raval sin tiendas de ropa, restaurantes, bares ni comercios. Parece un callejón muerto, pero tras el portalón de cuatro metros del número 10 hay vida: otro tipo de vida. Unas cincuenta personas atienden concentradas el recital de Balkan Colors, dúo serbio que reinterpreta música de su tierra con improvisaciones jazzísticas.

Para entrar en El Arco de la Virgen debes hacerte socio y pagar una entrada. Todo ello cuesta cinco euros e incluye una consumición. Majabeen Bee, la mujer que cobra las entradas y hace los carnets de socios maneja también la iluminación. Al fondo, el italiano Sergio Marcovich, principal impulsor de este despacho cultural, ejerce de camarero, de técnico de sonido y corre a exigir silencio a todo el que hable demasiado alto. El Arco de la Virgen funciona bajo mínimos, pero funciona.

Dušan Jevtović pellizca la guitarra y Marko Jelača toca la batería. Ambos perfeccionaron sus estudios en el Conservatori del Liceu y tienen en Barcelona su base de operaciones, aunque se mueven por toda Europa. Hoy están muy enfrascados en improvisaciones instrumentales de remoto aroma balcánico. El escenario está hecho a medida para que encaje en tan diminuto espacio y el público está tan cerca que los que se han sentados en la primera fila pueden apoyar los pies en la tarima. De vez en cuando, Dušan lanza algún parlamento, pero ni siquiera necesita de micrófono. El silencio del público se lo permite.

Un refugio de la resistencia

Masajeado por los punzantes trayectos sonoros de Balkan Colors, uno pierde la noción espacio-tiempo y olvida que ahí fuera le espera esa Barcelona esclava del dinero y deshumanizadora. Aunque dos músicos tocando en un escenario no signifiquen necesariamente un acto político, el contexto actual de expulsión de todo vecino o negocio que no genere suficientes beneficios hace que la sola presencia del dúo trascienda lo puramente cultural. Programar en El Arco de la Virgen es un acto de resistencia frente a la implacable lógica del mercado. Tocar en El Arco es resistir. Incluso acudir solo como espectador es resistir.

En los buenos tiempos, antes de que el ayuntamiento precintase el local, El Arco de la Virgen llegó a programar doscientas actividades anuales y a sumar casi diez mil socios por temporada. El Arco, además, hacía públicas las cuentas en su web en un ejercicio de transparencia absolutamente insólito. En febrero, tras quinientos días de cierre, el local toreó la sanción administrativa y reabrió. Era la única vía para recaudar el dinero necesario y acometer así unas obras para las que el propio ayuntamiento les había concedido una subvención. En este período de alegalidad, el local sumó 2.300 socios más. Pero entonces llegó el Comando G.

El Comando G (G de gentrificación) siempre alerta está. Y en un contexto tan favorable a la especulación inmobiliaria como el que ha propiciado la botiga més gran del món, los espacios culturales están condenados a desaparecer. El propietario del local sabe que puede doblar el precio de alquiler, así que esta ha sido la última semana de El Arco de la Virgen. Será el tercer local del Raval que desaparezca en 2017 y en apenas trescientos metros a la redonda, tras el Gypsy Lou y el Moraima.

Todo está en venta

Una avioneta de cartón revolotea en el altísimo techo del local agitada por los ventiladores. Varias sillas viejas de madera decoran la pared. También hay transistores y teléfonos antiguos, coches de miniatura y botellas de Floyd Blue. La silla de Bee es, en realidad, una butaca de barbero. Y las mesas sobre las que la clientela apoya sus refrescos son máquinas de pinball. Hoy todos estos objetos que han contribuido a dar una identidad al local están en venta.

Ya no quedan sillas libres, pero sigue entrando gente. No son curiosos atraídos por el cartel de la puerta porque no hay cartel en la puerta. Una chica se apoya en la pared a escuchar. Un amigo se sienta en el suelo apoyando la espalda en las piernas de ella. Ella le acaricia la cabeza mientras un tipo de primera fila se levanta y se suma al concierto desde una esquina del escenario. Es Valen, un amigo del dúo. Gracias a su entusiasta violín, la conexión entre las improvisaciones jazzísticas del dúo y la música balcánica se hace más clara.

Valen está tan motivado que toma las riendas del improvisado trío, pero hay que acabar. La hora límite son las once y pasan cuatro minutos. Un cliente corre a la barra y suplica a Sergio que les dejen tocar una más. No es posible. Es el pacto al que llegaron con la vecina y no quieren problemas. “Gracias a la Virgen”, lanza Dušan a modo de despedida. Suena a agradecimiento no solo por esta velada sino por haber sido el refugio en el que tantísimos artistas de han podido exponer, hibridar y transformar la cultura de sus países de origen.

Una mujer de pelo blanco aborda al violinista. Necesita saber cómo se lo hacía para adivinar en qué momento debía tocar si él no era miembro del dúo. Valen, sudado, intenta explicarle lo inexplicable: que todo nace de la intuición, de un cruce de miradas, del bagaje, de la escucha, del diálogo, del momento. Esa mujer ha aprendido hoy que no todos los conciertos nacen de descongelar las composiciones que traes cocinadas de casa. Y que en El Arco de la Virgen no se usa el microondas. La música se cocina en el momento. O se cocinaba.

Esperando el milagro

A menos que ocurra un milagro, la próxima semana ya no habrá música. El Arco de la Virgen tendrá que colgar otro cartel de ‘Cerrado por gentrificación’. Y Barcelona tendrá otro local cerrado a la espera de que alguien quiera montar un negocio lo suficientemente próspero como para poder pagar esos mil euros de alquiler que hasta ayer eran 530. Desde luego, no será un espacio cultural.

Saliendo del Raval por calle de Joaquim Costa, se oye desde las alturas un recio cantar. Es una jota que emerge de los ventanales abiertos del Centro Aragonés de Barcelona. ¡Otro escenario posible! Sí, pero, ¿por cuánto tiempo?

(Publicat el 28 de maig de 2017)