¡Oh, mi paraíso verde!
Suena el himno nacional de la República Islámica de Irán. Algunas personas se ponen en pie. El resto observa entre contrariada, perezosa y sorprendida. Las contrariadas y perezosas se irán levantando poco a poco. También se levantan algunas de las sorprendidas. Cuando acabe de sonar el himno casi todo el auditorio estará en pie. Unos por respeto y otros por miedo. Ariana, una joven periodista y cantante iraní, también se habrá levantado.
Estamos en el acto central de celebración del nowruz, el año nuevo iraní, que organiza la consejería cultural de la embajada iraní en España y auspicia Casa Asia. Estamos, de hecho, en el modernísimo y espectacular auditorio del Espai Francesca Bonnemaison, a escasos metros de la Via Laietana. Estamos ingresando en el año 1396 del calendario persa y sumándonos a una festividad que ya está documentada hace 25 siglos en las ruinas de Persépolis, pero que podría tener cinco mil años de antigüedad. Vamos, como la tomatina de Bunyol.
El nowruz se celebra coincidiendo con la llegada de la primavera en 22 países de la zona como Afganistán, Kazajstán, Turkmenistán, Azerbayán, Irak y, claro, Irán. También la festejan los kurdos, que le han atribuido un sentido más político y de resistencia, lo cual hace que el nowruz en Turquía sea visto como un desafío al Gobierno. Ni en la información de la web de Casa Asia ni en el folleto que ofrece la embajada en la entrada hay referencias al pueblo kurdo.
Éxito de convocatoria
En España hay censados 3.500 iranís. Apenas ochocientos viven en Catalunya. Shideh, otra mujer iraní afincada en Barcelona, se sorprende de que haya casi doscientas personas en la sala: desde bebés de diez meses hasta ancianas septuagenarias. Hay algún adulto con barba y kafiyyeh en la cabeza y muchos jóvenes vestidos a la europea embriagando el auditorio con sus penetrantes perfumes. Solo un par de mujeres llevan el pelo cubierto. Un español con una camiseta de ‘Nunca mais’ saluda efusivamente a un abuelo asiático: “¿Qué tal, Souleyman?”.
Joaquín Rodríguez, un andaluz enamorado de la cultura persa que acaba de ganar el premio a la mejor traducción de una obra persa por ‘Los arcanos de la Unicidad de Dios en las estancias espirituales del sheij Abu Sa’id’, traslada las palabras del representante de la embajada. Dice que el Líder Supremo ha declarado el año entrante como el de la recuperación del empleo. Es teología económica como la que se viene proclamando en España desde hace un lustro.
Rodríguez sí hace mención a la cultura kurda cuando explica detalles del nowruz. De hecho, un miembro del cuarteto Mirás es kurdo. Él iniciará el concierto soplando la sorna, una flauta del Kurdistán de festivos agudos. En el concierto, sonarán instrumentales de la tradición persa, alguna de Azerbayán y Kurdistán y otras con versos del místico persa Yalal ad-Din Muhammad Rumi. Todas serán interpretadas con instrumentos centenarios como el daf, el santur, el tar, el tombak y el oud, difíciles de disfrutar en estas latitudes. Tanto prestigio que tiene el cine iraní y tan poca curiosidad que despierta su música.
Techno minimal ancestral
El cuarteto se enfrasca en su viaje al pasado para rescatar sonidos milenarios y traer bonitos recuerdos de su tierra a los iranís que hoy residen en Catalunya. Cada composición es un juego musical en el que los instrumentos se persiguen mutuamente. Ahora el tar (el precedente persa de la guitarra) dialoga con el santur (un xilófono con cuerdas tensas en vez de membranas metálicas). Ahora el daf y el tombak, instrumentos de percusión con forma de tambor y pandero, secundan al santur. Si cierras los ojos, parece techno minimal ancestral.
El público bate palmas cada vez que el cuarteto aborda una composición más rítmica y se recuesta en sus lejanos recuerdos cuando Mirás se sumergen en murmullos de corte más espiritual. Sigue llegando gente al auditorio. Muchos fotografían al grupo con los móviles. Un hombre con bigote pérsico filma todo el concierto desde la última fila. Aullidos y vítores desde las butacas.
Ariana llegó a Barcelona hace dos años. Cuando suena ‘Ey Irân’ no puede reprimir las lágrimas. No es el himno nacional ante el que se ha visto obligada a levantarse, sino otro más popular que le cala más hondo. “Esta canción habla de los valores de mi país. No habla del gobierno, sino de la tierra. Los iranís de dentro y fuera de Irán se ponen a llorar al oírla porque sienten que hay valores persas que ya no existen, que nos obligaron a abandonar”, explica. Es una canción que no incluye ni una sola palabra en árabe. Todas son persas.
Cortocircuito emocional
La música te permite viajar en el tiempo y el espacio, pero cuando te transporta al país que abandonaste su impacto es más intenso. Orgullo nacional, nostalgia de la tierra que quedó atrás, euforia, dolor… El cruce de sensaciones genera un cortocircuito emocional. “Irán, oh mi paraíso verde / Brillante es mi destino por ti”, invoca la letra. Los versos causan un leve desajuste en Ariana, que tuvo que irse de Irán. “Mis pensamientos nunca están lejos de ti”, prosigue la canción.
A la salida, mientras los demás asistentes celebran el nowruz a cuatro mil kilómetros de casa y las anfitrionas de Casa Asia ofrecen galletas rellenas de chocolate nada persas, Ariana ordena las emociones que la han embriagado: “Esta canción me da orgullo, pero también me duele porque me recuerda que no puedo celebrar en mi país muchas fiestas bonitas”. Para los migrantes, la música de su tierra puede ser un bálsamo, pero también, vinagre en la herida.
(Publicat el 26 de març de 2017)