¡La escopeta, Paco, la escopeta!
“¡Me habéis engañado como a un chiquillo!”, exclama la señora. Y abraza a un hombre que debe de ser su marido mientras otra mujer más joven, probablemente su hija, filma la escena con el móvil. La señora, nerviosa y feliz, inspecciona los papeles que le acaban de entregar y, ¡sorpresa!, son entradas para ver a Paco Candela. ¡Para verlo ahora mismo! No es la única persona entusiasmada esta tarde de domingo. A escasos metros de distancia, dos hombres se fotografían con sus entradas en la mano como si fuesen décimos de lotería premiados.
Cientos y cientos de personas suben por la rampa que conduce al Auditori del Fòrum, un recinto que muchos melómanos conocen porque allí se celebran los conciertos más exquisitos del Primavera Sound y que el resto del año acoge todo tipo de eventos. El de hoy es un concierto organizado por Radio Tele Taxi. Justo Molinero, el director de la emisora, asesora a una espectadora junto a la taquilla: “Si aparca el coche en el centro comercial, tiene tres horas gratis”.
En la inmensa platea del Auditori del Fòrum caben casi 2.400 personas y apenas quedan unas decenas de butacas vacías. Este ninguneado llenazo es un ejemplo palmario de clasismo cultural. Ya no es solo la flagrante ausencia de prensa musical. Busquen a Paco Candela en la Wikipedia. Ha grabado una docena discos cuyo éxito le garantiza setenta conciertos al año, pero no existe en la enciclopedia digital, libre y colaborativa. En cambio, por alguna razón, el dúo granadino de electrónica planeadora Los Pilotos, con solo dos álbumes y un impacto infinitamente menor, tiene una entrada de siete mil caracteres. No, internet tampoco es neutral y su clasismo, además, deja una huella eterna.
Acomodadores desbordados
La media de edad del público es próxima a la jubilación, aunque también hay treintañeros, veinteañeras y no pocos ancianos ya con bastón. Hoy los acomodadores tendrán trabajo ayudándoles a bajar por las escaleras en penumbra. Nadie luce camisetas de su grupo favorito. Unos vienen vestidos con informalidad dominguera (polo y pantalón corto) y otras con vestido blanco también de domingo. El presentador de la velada afirma que Candela ha puesto más de actualidad las sevillanas, los fandangos y la gorra campera. Unas cuantas de estas últimas hay en esta platea cada vez más excitada.
Y sale a escena el sevillano con sus patillones y su gorra campera, al son de ‘Donde tú has querío’. Es una sevillana que habla de la imposibilidad de ir este año a la romería de El Rocío porque su agenda de conciertos se lo impide. El público no espera al final para aplaudir y lanza olés en cada estrofa. Si en un partido de fútbol se celebran dos o tres goles, un concierto de Paco Candela se parece más a uno de baloncesto. La identificación con algunos versos inflama la platea. Cuando proclama eso de “seguiré siendo de campo hasta el día que me muera”, el orgullo rural se puede detectar en los ojos vidriosos de muchos de estos espectadores que migraron hasta Barcelona en los años 50 y 60.
“¡Hay que ver a qué hora ponéis los conciertos! ¿No os acordáis que en Andalucía a esta hora hacemos la siesta?”, bromea Candela. Son las seis de la tarde. Aun así, invita a todos los presentes a cantar con él: “Aprovechad los que no sepáis. La luz está apagada y no se nota”, resalta, para convencer a los tímidos. Este tipo no solo sabe manejar al público sino que exhibe un chorro de voz que le permite cantar sin micrófono. No en vano, se curtió cantando a grito pelado en un espectáculo del parque acuático Isla Mágica disfrazado de pirata.
Su repertorio alterna sevillanas, fandangos y alguna balada flamenca. En ocasiones, el percusionista les inyecta flow cubano, rozando el nuevo flamenco de los años 80. Las letras alternan historias de amor posesivo con denuncias a la violencia machista. Ahí llega ‘Aire de Alosno’: “Denuncia ese maltrato, mujer / Lo tienes que denunciar / De sobra tienes motivos / Para no disimular / Diciendo que te has caído”. Cientos de mujeres se levantan por primera vez de su butaca y aplauden a rabiar. Un hombre grita: “¡La escopeta, Paco, la escopeta! ¡Vámonos de cacería!”.
Directo al corazón
Su último disco, ‘Directo al corazón’, no podía tener un título más claro. Buena parte de sus letras buscan tocar la fibra con la mayor transparencia posible y sin rodeos. ‘Aprendamos de los niños’, por ejemplo, es un emotivo canto a la igualdad interpretado desde la perspectiva de un niño que le habla a su padre de sus amigos del colegio: niños y niñas de todas las nacionalidades y con las más diversas circunstancias vitales que conviven en clase sin los conflictos que afloran en el mundo adulto. Una sevillana llana y sin metáforas. De corazón.
Lo mismo puede decirse de ‘El niño y el vagabundo’, en la que ese mismo niño convence a sus padres de no abandonar en la calle a ese nuevo amigo que, en realidad, es un perro. Al fondo de la platea vuelve a oírse el mismo grito de antes: “La escopeta, Paco, la escopeta!”. Casualidad o no, Candela entona el primer verso de la sevillana ‘La escopeta’: “A mí me enseñó mi padre a coger bien la escopeta…”. Olé. La canción reivindica la transmisión de conocimientos de padre a hijo; una temática nada roquera. Pero así es Paco: igual critica a los rocieros que maltratan a sus caballos que ensalza la caza de patos.
De casi todos los rincones de la platea saltan vítores. “¡Viva la madre que te parió!”. “¡Paco, ven por aquí, a la derecha!”. “¡Hostia, qué monstruo!”. “¡Viva España!”. En la fila 22 una mujer está regalando una realización del concierto en riguroso directo a través de una llamada de whatsapp. De la fila 23 a la 25 se ve perfectamente la cara de asombro y placer de su amiga en casa. Al fondo de la sala, aquel tipo sigue en bucle: “¡La escopeta, Paco!”. El apoteosis llega con ‘Este día’, otra sevillana en la que Candela reincide en el tema del maltrato a las mujeres. Aquí, la indignación ante la posibilidad de que esa víctima sea su hija, le hace fantasear con la idea de tomarse la justicia por su mano. De nuevo, es la rabia con que aplauden muchísimas mujeres lo que pone la piel de gallina.
Paralizado a su vera
Ya en la recta final del concierto, un padre recorre todo el pasillo central con su hijo en brazos y se lo entrega al cantaor, que no lo va a sacrificar en el altar del auditorio, pero casi. El chaval, de unos seis años, con pantalón corto, camisa y gorra campera, se llama Brian. “¡Un nombre muy rociero!”, bromea Candela. Mientras canta ‘Siéntate a mi vera’, el pequeño Brian, sentado a su vera, no mueve un músculo. Está acongojado. Nunca se le habrá hecho tan largo este rumbero fandango. Al final lo libera, sí, y exclama: “¡Viva Brian de Lebrija!”.
Candela aún cantará un fandango más para satisfacer a un público que no deja de pedirle canciones y vitorearle. Cuando acaba el concierto y se encienden las luces, aquel hombre al fondo de la platea sigue a lo suyo: “¡La escopeta, Paco, la escopeta!”. Muchos espectadores ya le han cogido cariño y le aplauden entre risas. Él también ha triunfado y se debe a su público.
En la calle, los asistentes al concierto se funden con los transeúntes que pasean por el Parc del Fòrum. Hoy no se celebra ningún festival, así que todo el recinto está abierto al vecindario. A ciclistas, a patinadores y a las familias que vuelven de la playa tan felices como ellos de este concierto dominical de sevillanas.
(Publicat el 15 de juliol de 2018)