Intentadlo en casa mañana mismo
De la sala noble del Convent de Sant Agustí emergen cantos y ritmos tribales. Se diría que el monasterio gótico ha sido poseído por los espasmos de una ceremonia animista africana. Y algo de eso hay. El discjockey Diego Armando está pinchando grabaciones de campo del sello francés Ocora. En concreto, de rituales gouros, pueblo mandinga de Costa de Marfil. La reverberación de sus cánticos contra los muros de piedra crea un efecto acústico sobrecogedor e incluso mareante. Un masaje para los tímpanos. Un viaje para la imaginación.
Diego Armando, cuyo parecido con el fundador de la discográfica catalán Bankrobber Xavier Riembau resulta asombroso, es también unos de los impulsores del colectivo Finis Africae, dedicado a diseminar por la ciudad las músicas más recónditas del planeta. Por su parte, el centro cívico Convent de Sant Agustí orienta su programación hacia los sonidos verdaderamente experimentales y las nuevas tecnologías. Y de la ocasional alianza entre el colectivo y el centro ha surgido la puesta en escena del disco ‘African tales’ de Marc Egea.
Fotografiar el no escenario
Lo normal cuando uno entra a una sala de conciertos es esperar pacientemente a que empiece la actuación, pero hoy en el Convent es imposible. En la zona de la sala que se supone que es el escenario, pues aquí no hay tarima o alfombra que lo defina, el suelo está lleno de artilugios de cocina dispuestos meticulosamente en un orden indescifrable. Alrededor de cinco micrófonos, también en el suelo, hay un centenar de botellas, ollas, tapas, sartenes, vasos, copas, platos, frascos, estropajos, morteros y cubiertos de madera y de metal que componen un estético y extraño mosaico. Y tal como entra el público, se acerca a fotografiarlo todo.
Marc Egea es un reputado intérprete de zanfona, pero en esta ocasión se ha embarcado en el insólito proyecto que consiste en crear pasajes sonoros que ilustren cuentos africanos. Y, una vez grabados, ha buscado tres músicos que le ayuden a llevar al directo tan intrincadas composiciones. Somos unos cuarenta espectadores a cinco euritos la entrada. Las luces se apagan, Diego Armando detiene el vudú del giradiscos, los cuatro músicos salen a escena, Egea narra la ‘Leyenda de la creación’ que inaugura la ‘Antología negra’ de Blaise Cendrars, se hace el silencio y… ¡Magia!
Percutir circularmente sobre cuatro vasos agrupados genera un sonido similar al de la lluvia. Soplando una botella inventas el viento. Un dedo que gira sobre el borde de una copa produce una vibración aguda y misteriosa. Cuando golpeas una garrafa de plástico medio llena de agua pones en alerta a toda la tribu. Si frotas la base de una olla con un dedo mojado, tendrás una zambomba. Raspa con un estropajo el reverso de una sartén, cierra los ojos y verás cómo suena. El eco que obtienes al golpear una bandeja metálica para el horno o una bandeja de cerámica se parecen tanto entre sí como el mbalax senegalés y el soukous congoleño. ¡Nada que ver! Y si dejas caer granos de arroz en una olla desatas una tormenta muy distinta a si los derramas en la bandeja del horno.
Étnica y doméstica
Muchos de estos sonidos ya los hemos experimentado en casa, pero es su superposición conjuntada la que crea pasajes sonoros tan evocadores. Y no siempre africanos. Los tintineos orquestados de los vasos hacen pensar en un gamelán indonesio de andar por casa. En cierto momento, los cuatro músicos cogen puñados de cubiertos, los frotan entre sí con ahínco y la sala del Convent se llena de grillos. Es música compleja y juguetona. Es étnica y doméstica. Y es para todos los públicos. Una niña mira boquiabierta cómo Egea sopla con una cañita el agua de dentro de una botella de Anís del Mono. Está hipnotizada. La de ideas y burbujas que le estarán cosquilleando la cabeza esta tarde.
Esto es música experimental y ancestral. Cuando los cuatro, en cuclillas, golpean los cacharros de cocina, visualizas a cuatro chimpancés. Cuando los cuatro, de pie, raspan mecánicamente los dientes de unos cuchillos imaginas a Kraftwerk interpretando ‘Pocket calculator’. Pope, uno de los colaboradores de Egea y miembro también de Finis Africae, hace un poco de trampa al tocar la trompeta. Es el único instrumento real del concierto, pero la sordina que coloca al final es una maceta; o algo así. Tras cuarenta minutos de viaje sonoro por África sin salir del Born ni utilizar un solo instrumento africano, Marc Egea nos despide con un último relato africano protagonizado por la luna y una liebre.
Al final de los trucos de magia siempre hay quien lanza la siguiente advertencia: “No lo intenten en casa”. En este caso, el consejo sería justo el contrario.
(Publicat el 12 de febrer de 2017)