Cyberpunk contra la especulación
Lo primero que ves al entrar en el colegio Menéndez Pidal es un volumen del ‘Costumari Català’ de Joan Amades tirado en el suelo del patio. No, tirado, no: forma parte de un caminito construido con decenas de volúmenes de distintas enciclopedias que se adentra en esta escuela abandonada desde 2012. En el centro del patio hay una estructura metálica para realizar acrobacias aéreas. Y allí arriba, el cielo estrellado. Es de noche y en esta zona de Barcelona, sobre la ronda de Dalt y a los pies de la carretera de l’Arrabassada, la contaminación lumínica y atmosférica es tan escasa que las estrellas se divisan con claridad.
La Menéndez Pidal es la primera escuela concertada de Barcelona que cerró con la crisis. Desde entonces, estas instalaciones que en su día llegaron a albergar a más de mil estudiantes, se han seguido usando. Los chavales del barrio de Sant Genís dels Agudells se colaban para entrenar y TV3 rodó parte de la teleserie ‘Merlí’. Hace un año fue okupado y pasó a ser el Centro Social El Kole. Parte de sus moradores son artistas de circo (de ahí la estructura para las acrobacias) y han encontrado aquí un espacio idóneo en el que instalarse, ensayar y programar todo tipo de actividades para los vecinos del barrio.
En el último año, aquel edificio moribundo ha renacido como circo y cabaret, aunque también acoge una galería de arte, una biblioteca, talleres de costura y carpintería y hasta un estudio de grabación. Ah, y en esta estrellada noche se ha convertido en sede del Cyberpunk, un festival organizado por el colectivo Frente Sónico Futurista que ha convocado a un puñado de grupos que basculan entre el rock industrial, la electronic body music, el techno-punk, el maquineo y la música hecha con consolas de videojuegos. Okupas y artistas de la órbita electrónica aliados en esta ciudad carcomida por la especulación.
Es espesa y te sientes atrapado
El antiguo comedor del Menéndez Pidal es hoy la sala de conciertos de El Kole. En el escenario está Sandroide. Hace unos meses estuvo pinchando aquí y es la culpable de todo este sarao. Ahora está pinchando un remix de Dark Vektor cuya letra dice: “No sé quants cops hi he pensat / Fugir d’aquesta puta realitat / És espessa i et sents atrapat / És trist però és així / Es la nostra ciutat”. Son las ocho y una niña de diez años cruza la nave en patinete. Hay un tipo con rastas y turbante de jeque árabe. Hay una mujer con minifalda y sombrero de militar. Hay varias señoras con aspecto de vecinas del barrio. Hay muy pocas crestas. Hay mucha ropa negra. Hay dos perros o tres. Pero lo que predomina aquí es gente con una estética absolutamente normal.
Mientras Sandroide pincha, en la antigua cantina del colegio acaba ya el taller de autoconstrucción de instrumentos electrónicos que ha conducido la gente del Dinamo DIY Espai. Más arriba, entre la cancha de fútbol artificial y lo que un día fue la entrada al colegio, hay aparcadas rulots, furgonetas, coches y motos. Desde aquella sala que tal vez fue el gimnasio, emerge ahora la música menos cyberpunk del planeta. Un grupo de sikuris bolivianos ensayan pasos de baile y melodías con sus flautas y tambores. En marzo participarán en un certamen europeo de músicas andinas y precisamente El Kole será una de las sedes. El potencial cultural de estas instalaciones es ahora mismo incalculable.
Electrónica y circo
En la nave ya actúa el dúo Invaders From Mars. La mezcla de aficionados a las músicas electrónicas y artistas circenses instalados en El Kole hace que ante esta misma música gélida, contundente y bailable, los de estética oscura se muevan como fans de Front 242 y otros estén más ocupados en sostener un sombrero de bombín que gira en equilibro sobre el dedo índice. La sala debe ser grande como Razzmatazz 2. Tres proyectores lanzan imágenes sobre el fondo del escenario y la pared izquierda. Cabezas de maniquíes y hula hoops, sofás, sillones y un balancín componen el anárquico mobiliario. Invaders From Mars se marcan una mutación electro-punk del ‘Whole lotta Rosie’ de AC/DC.
“Y después de estos bonitos fados, ¡una jota aragonesa!”, proclama con guasa travesti uno de los presentadores ataviado con tachuelas y correas. Lo que sigue es el pase de Monxtruito, un insólito personaje que se anuncia como electrochatarra experimental y que ya está tocando el clarinete sobre un ritmo techno-punk. La cosa entraría dentro de lo normal de no ser porque mientras toca intenta mantener en pie con la punta del clarinete una antorcha en llamas. Debe ser lo más cercano al cyber-circo que se haya visto en este rincón de la ciudad. Y no será lo último. Junto a la caja de ritmos tiene una tuba y acaba de meterse la antorcha prendida en la boca. El tragafuegos aún tendrá tiempo de tocar su versión electro-descacharrada del ‘Police & thieves’ de The Clash. En un lateral del escenario, un tipo se lo mira todo tumbado en un colchón.
Aviador Dro y el Ateneu 9 Barris
Esa de allí es Ariadna. Creció la zona norte de la ciudad, viene del mundo de la moda y ahora vive en El Kole. Ese otro es Nacho. Creció en Buenos Aires, hace malabares en los semáforos mientras intenta consolidar la compañía de circo Suma Qamanya y también se ha instalado en El Kole. Esta okupa es un lugar de paso para artistas en tránsito, sobre todo de Latinoamérica, aunque es fácil oír conversaciones en inglés o con acento italiano. Este clima de creatividad en los márgenes de la ciudad invita a imaginar a los habitantes y usuarios de El Kole apoyando hace cuarenta años la ocupación de la planta asfáltica que hoy es el Ateneu Popular 9 Barris. El ambiente retrofuturista del festival Cyberpunk invita también a imaginar a muchos de estos espectadores asistiendo, hace cuatro décadas, a los primeros conciertos de Aviador Dro en el Ateneo Libertario de Mantuano. La tecnología de la liberación reciclada en un entorno igualmente reivindicativo y precario. En una pared de El Kole hay escrita una cita de la anarquista Emma Goldman.
Un edificio transformado durante unas horas en la sede de un festival es un lugar de encuentro, pero también un campo de pruebas para artistas y toda la gente que ha organizado este evento en apenas un mes. Ya está en escena 4D Boy, un chaval de Mataró obsesionado con las consolas de los años 80 y 90. Mientras dispara ritmos gabber y drum’n’bass y crea melodías de ocho bits, la pantalla proyecta imágenes de videojuegos. Ya es medianoche, no para de entrar gente y el desparrame Nintendo-core acelera el ritmo. 4D Boy pone a prueba el equipo de sonido y empieza a fallar. Una mujer sube al escenario y le dice algo al oído. Los vecinos han llamado a la policía. La urbana se persona inmediatamente en El Kole y pide a los okupas que bajen la música mientras suena una versión Nintendo-makinera del ‘Zombie’ de los Cranberries.
Bienvenidos a Neobarna
En El Kole no solo bajan el volumen de la fiesta, sino que el pase de 4D Boy se da por prácticamente concluido. El festival Cyberpunk seguirá adelante, pero con más prudencia. Aún faltan las actuaciones de la argentina Rrayen y de los catalanes ECM. Y al día siguiente, un puñado más de conciertos y charlas sobre esta Neobarna que cada vez se parece más a una precuela de ‘Mad Max’. Una vez paralizada en los juzgados la primera orden de desalojo a la que se enfrenta El Kole, sus moradores tienen algo más de tiempo para demostrar que este centro social ocupado puede convertirse en un pulmón cultural para el barrio de Sant Genís y para el resto de la ciudad.
(Publicat el 17 de febrer de 2019)