El cielo en una habitación de Vallcarca
Para entrar en El Pumarejo hay que hacer lo mismo que para entrar en cualquier casa: llamar al interfono y esperar a que te abran. Esta jovencísima asociación cultural, inaugurada en junio del 2016, está ubicada en la planta baja de una finca de dos pisos, en el número 42 de la calle de Gomis, en el barrio de Vallcarca. No hay rótulo de neón ni cartel. Solo un pequeño indicativo en el interfono para que, si vas a El Pumarejo, no llames al timbre de los vecinos.
Una vez dentro, sigues con la incertidumbre de si te has equivocado de dirección. A la derecha de la escalera que lleva a las plantas superiores, una puerta conduce a un pasillo de extraña decoración. Parece el camarote de un capitán de navío aficionado a la música. Hay vinilos roídos de Supertramp, Jaume Sisa y Alicia de Larrocha. Hay mesas de mezclas jubiladas, sintetizadores añejos y guitarras colgadas de la pared. Tras una mesa, un joven solicita que anotes tus datos para hacerte socio. Cuesta dos euros al año. No es un local clandestino, pero tampoco es un bar abierto al público. La entrada al concierto cuesta tres.
Pasillo adentro, unas puertas blindadas insonorizan varios locales de ensayo. Hasta hace poco, este local era L’Evocador y funcionaba solo como espacio de alquiler para las bandas del barrio. En los años 90, fue El Laboratorio, el estudio de grabación y centro de operaciones de grupos del sello de rock de fusión Liquid Records como Afraid To Speak In Public. Al fondo, bajando unos escalones, aparece una sala amplia de techo altísimo que en su día debió ser el espacio de grabación. Es la habitación central en la que ahora se programan conciertos, obras de teatro, jam sessions, performances y otras actividades. Un innegociable olor a incienso impregna todo El Pumarejo.
China, Córcega, Grecia, Valencia…
“¡Sold out!”, sopla excitado uno de los responsables del local a su compañero. El anglicismo suena extraño en este Heliogàbal hermético del que casi nadie conoce su existencia, pero es cierto: hoy se quedarán unos cuantos en la calle. La culpa es de El Pèsol Feréstec y, sobre todo, del joven dúo Tarta Relena, que ha arrastrado a compañeros de promoción y a algún padre. Una contrabajista refuerza la interpretación a capella de ‘El cap’, canción de El Petit de Cal Eril con la que el dúo inicia en concierto. A partir de ahí, nos vamos de vuelta al mundo a través de sus dos voces: interpretan una polifonía tradicional corsa y un cant de batre, una canción en griego y otra en portugués, estrofas en hebreo y la adaptación de un poema chino del siglo VIII, versos populares y música sacra… En varias ocasiones, el público tardará segundos en reaccionar y aplaudir. Está absorto.
El silencio no es algo que el público deba ofrendar al artista como señal de respeto; es algo que el artista debe ganarse. Y solo con sus voces, Marta y Helena crean un doble silencio: de asombro y de expectación ante lo que pueda venir. Entre canción y canción, intimidantes tour de force interpretativos, una hace ejercicios para relajar la mandíbula, mientras la otra se saca del moño algo que parece ser un diapasón y se lo acerca al oído para confirma el tono con el que atacar la siguiente pieza. En la recta final, su temeraria expedición musical apunta hacia Mallorca y, liberadas ya de la presión de las partituras más exigentes, sucede algo francamente inesperado: ¡se equivocan! No, Tarta Relena no son dos androides del canto lírico pluscuamperfecto. Son humanas.
Alfombra y cordón luminoso
El escenario de El Pumarejo es una alfombra. Un tubo de manguera transparente relleno con lucecitas que dibuja sinuosas curvas en el suelo delimita el perímetro dentro del cual se ubican los músicos. Es el turno de El Pèsol Feréstec, quinteto de pop saltarín donde milita Gerard Segura, cantante también del dúo Vàlius, y al que se ha incorporado la poeta Maria Cabrera. Cuando él pellizca las seis cuerdas y ella recita versos, suenan como si Enric Casasses se hubiese mudado a un piso de Nueva Jersey con los Feelies. Si, además, el bajista Vito Spampinato pulsa con brío melódico y la cantante Carlota Serrahima se saca de la manga un estribillo anisado, ya suenan a gloria. El batería Marià Codina los hace trotar a todos con sus ritmos locos.
No hay focos que iluminen a la banda, pero los músicos brillan en la oscuridad como luciérnagas pop. El Pèsol Feréstec tiene ingenio y poesía, nervio y entusiasmo. Carlota, saltamontes fosforescente, entona vivificantes versos que el resto del grupo vocea aunque no tenga micrófono. Suenan vivaces reinvenciones eléctricas de poemas de Carles Riba, Joan Vinyoli, Enric Casasses, Pepe Sales… Cabrera también recita poemas propios, como ese en el que mastica la expresión “àmfora feixuga”. Y la guinda es la versión del cantante italiano Rino Gaetano ‘Ma il cielo è sempre più blu’. Entra un aire vivificante de no se sabe dónde. El techo se ha abierto y las paredes negras del local devienen abetos de un inmenso bosque. Ya es primavera en El Pumarejo.
Nadie del grupo solicita al público que coree los estribillos, pero el público lo hace y algunos hasta se abrazan al de al lado para cantar más alto. Nadie del grupo pide al público que bata palmas, pero el público lo hace por puro instinto. Nadie del grupo ha planeado los bises, pero la gente pide más y entre todos pactan cuatro canciones. Una será, ‘Mercè’, la estremecedora versión de Maria del Mar Bonet que grabó Vàlius. Esto es ni más ni menos que un concierto de verdad. Aquí todo sucede y se decide sobre la marcha.
El placer de tocar porque sí
Otra canción italiana, del grandísimo Gino Paoli, describe perfectamente cómo la música puede transformar el espacio en el que suena: ‘Il cielo in una stanza’. El cielo en una habitación de Vallcarca. Será complicado convencer a quien no estuviese allí de lo que sucedió en aquella planta baja de la calle Gomis, pero créanlo: el poético truco de magia se consumó y por una noche El Pèsol Feréstec fue, de largo, el mejor grupo del mundo. Vito ha viajado hasta Barcelona para tocar en este concierto. Por eso, antes de regresar a Berna junto a su familia, se acerca al micrófono y, justo antes de que la magia se evapore, declara lo siguiente: “Lo que más añoro de Barcelona es el sonido de El Pèsol y el placer de tocar porque sí”.
Cuando la mayoría de público ha abandonado la stanza, un estupendo olor a comida caliente anula por fin los efluvios a incienso. Los tres benditos que han fundado El Pumarejo apartan de la mesa el listado de socios que se han inscrito hoy en la asociación cultural y se disponen a cenar.
(Publicat el 16 d’abril de 2017)