Miedo a un planeta latino
Con más de un 13% de población extranjera, Barcelona no puede permitirse el lujo de dar la espalda a la inmensa riqueza cultural que aportan las distintas comunidades de migrantes. Sin embargo, la mayoría de festivales musicales de la ciudad, sean públicos o privados, minúsculos o gigantes, niegan la presencia a cientos y cientos de músicos que llegaron aquí para quedarse y que practican músicas de otras latitudes. Una política cultural de racismo velado que, por un lado, impide a los locales descubrir y disfrutar las culturas de nuestros nuevos vecinos y que, por otro, renuncia al probado potencial integrador de la música.
Y en estas, va el Casal de Joves La Traca del barrio de El Clot y se saca de la manga el festival ¡Que No Cumbia El Pánico! Su nacimiento no puede ser más modélico e inspirador. Antes de organizar otro sarao como tantos que hay en su barrio, se acercaron a los chavales de familias latinas que frecuentan el Parc d’El Clot para saber qué opinaban de nuestras fiestas populares y descubrieron que no se sienten identificados con ellas sino incluso desplazados. “Son fiestas para vosotros”, venían a decir. Así, decidieron armar un festival centrado en el género más callejero, permeable e internacional de Latinoamérica: la cumbia.
Un sabroso chac-chaca-chac
La plaza de les Glòries es nuestra particular Zona Cero: un cráter en medio de Barcelona condenado eternamente a sufrir obras de construcción, de derribo y de nueva construcción. Cruzarla estos meses es una gimcana de zanjas, vallas y pasos de zebra provisionales. El jueves, por lo menos, había premio para quien lograra llegar hasta el centro cultural La Farinera. Desde el fondo de unas escaleras que hay junto al edificio, la subterránea sede del Casal de Joves La Traca, emergía un ritmillo contagioso y familiar, un sabroso chac-chaca-chác ideal para atenuar el zumbido infernal del tráfico y de las excavadoras.
En escena, el combo Afrocolombia BCN estaba introduciendo al público en la gastronomía panameña y el baile tropical a través de la irresistible ‘Arroz con almeja y coco’. No lo verán encabezar las listas de los mejores conciertos que se inventan cada año, pero tienen uno de los directos más gozosos que se puedan ver y bailar en esta ciudad. Gaitas, tambora, maracas, llamador, güiro, bajo y guitarra eléctrica, de expedición por el litoral colombiano y panameño para importar las canciones que cantan las mujeres cuando salen a pescar.
El derecho al agua
Mientras su embarazadísima cantante introducía la siguiente cumbia, el público podía echar un ojo a la exposición que cubría las paredes del local. Versaba sobre las luchas por el agua potable en El Salvador donde, paradójicamente, llueve el triple que en Inglaterra. Historias escalofriantes sobre cómo tener que ir a asearse al río hace más vulnerables a las mujeres. Historias de asesinatos que silencian las denuncias contra las empresas mineras. Historias de mujeres indígenas que lideran las batallas de su comunidad. Historias sobre el derecho al agua denunciadas enfrente mismo de la torre Agbar y a las que sumaron otras tantas, expuestas por la Red de Latinoamericana de Mujeres Defensoras de los Derechos Humanos. No, ¡Que No Cumbia El Pánico! no quiere ser uno de esos festivales que coopta culturas ajenas y se desentiende de su contexto.
Camino del lavabo, un póster advertía que en este casal no se celebra el día de la Hispanidad ni mucho menos la conquista de América. En el escenario, respaldando al combo, una pancarta de ‘Refugees welcome’. Entre el público, toda la gama de colores de piel del blanco al negro y una notable presencia de vecinos latinoamericanos bailando con envidiable habilidad y frenesí. Nada aquí parecía un concierto. Ni siquiera, un concierto de cumbia de los muchos que acogen las discotecas de esta ciudad. El ambiente era más parecido al de la fiesta popular de un barrio a este o al otro lado del Atlántico. Este es el objetivo de ¡Que no cumbia el pánico!: devolver la cumbia a su hábitat natural, a la calle.
Conferencia y asado
El festival siguió todo el fin de semana. Con talleres de percusión, conciertos y un asado que preparó un grupo de argentinos de Nou Barris que opera bajo el alias El Señor de los Asadillos. Una compatriota de paso por la ciudad dio muy buena nota a los cocineros, mientras el discjockey Diego Armando pilotaba un viaje por la historia de la cumbia. Cuando pinchó cumbia villera, dos chilenas salieron a bailar. Cuando sonó ‘Mi cumbia’, de Eddie Palmieri, una pareja latina de El Clot que atendía a la sesión mientras se zampaba el asado aulló feliz.
Por la noche, el público llegaba de todas las direcciones atraído por el prometedor chac chaca-chac. El discjockey catalán El Timbe, importador de viejos vinilos colombianos, armó una sabrosa sesión de cumbias rústicas. Tras él, el grupo argentino-uruguayo-catalán Kumbia Enkarni estrenó su repertorio de cumbias villeras. Pero los reyes de la noche fueron los franco-chilenos Sidi Wacho y sus explosivas cumbias con especias balcánicas y árabes. A media noche no se cabía en la explanada de La Farinera. Cundió la cumbia a base de bien y ahuyentó el pánico a otro chaparrón como el del viernes. Vecinos de todas las edades y procedencias se sumaron a la fiesta. Hasta los perros bailaban con sus dueños. El olor del asado todavía impregnaba el ambiente.
Pobres, pero honrados
Los jóvenes de La Traca han invertido nueve mil euros en organizar una fiesta popular que sondea y amplifica el latido de las calles de un barrio, el de El Clot, que en nada se parece al barrio de El Clot de hace 50 años. Y, atención, ningún grupo o discjockey se irá sin cobrar una cifra digna. Pobres pero honrados, la estrategia del casal pasa por recuperar al menos la mitad de la inversión desde la barra. Objetivo ambicioso si para que el evento accesible a cualquier bolsillo venden la cerveza a un euro. E inasumible, si no es desde la autogestión. Ahí está Miqui, uno de los chavales del casal, cocinando burritos, pinchando a Totó La Momposina, recibiendo a los grupos, yendo a por mesas para comer asado, presentando la velada en el escenario y, qué menos, bailando en primera fila.
El festival ¡Que No Cumbia El Pánico! cerró su tercera edición en pleno apoteosis afrocolombiano y con la sensación de haber nacido en el momento adecuado. No solo porque la expansión de cumbia es imparable sino, también, porque Barcelona necesita resolver urgentemente su relación con esta y todas las músicas que laten en la ciudad gracias a los vecinos que se han instalado aquí desde los más remotos lugares.
Corre por Twitter una fotografía de una pintada probablemente captada en alguna ciudad de Colombia. Dice así: “Algún día te arrepentirás de todas las cumbias que no bailaste por andar de rockerillo”.
(Publicat el 6 de maig de 2018)