Volver a empezar
En pocos espacios se ha percibido con tantísima claridad el abismo que separa el mundo laboral del mundo de la música como el metro. Ni siquiera en los días más estrictos del confinamiento, dejó de transportar pasajeros a sus lugares de trabajo. Sin embargo, durante más de tres meses, los pasillos y esquinas en los que solían situarse los músicos para actuar han estado vacíos. Pese a tener un puesto de trabajo acordado con las autoridades de Transports Metropolitans de Barcelona (TMB), a ellos no se les permitió retomar su actividad laboral hasta finales de junio. Y si han podido volver a trabajar ha sido, sobre todo, gracias a su tremenda disciplina como colectivo.
Desde hace años, la Associació de Músics de Carrer i del Metro (AMUC) se reúne cada dos lunes para sortear los puntos en los que cada músico tocará la siguiente quincena. Durante el confinamiento, y viendo que si no tomaban la iniciativa nadie se acordaría de ellos, planificaron un calendario de regreso. Primero, a los puntos más espaciosos para no obstaculizar el paso de viajeros, y solo instrumentistas; ni cantantes ni instrumentos de viento. En la segunda fase sumarían doce puntos más y se reincorporarían más músicos. En la tercera, otros quince puntos y vía libre ya para los cantantes. TMB aceptó el plan y ha ido aprobando una fase tras otra, aunque todavía no deja regresar a los músicos de viento.
Tocar el doble y ganar la mitad
Han sido tres meses muy duros para los músicos del metro. Lo sabe bien Félix Egea, que volvió a tocar en cuanto TMB firmó el proyecto. Durante estos meses él pudo tirar de ahorros y de algún concierto online remunerado, pero conoce compañeros que han tenido problemas para pagar la habitación alquilada. Félix se ha pasado el verano tocando de estación en estación porque sus ingresos en los escenarios se han reducido prácticamente a cero. Y los del metro tampoco es que abunden. “Ahora tengo que tocar el doble para ganar la mitad de lo que ganaba”, calcula.
Porque muchas cosas han cambiado con el coronavirus. Este verano la ausencia de turistas ha reducido a la mitad el flujo de viajeros. Puntos que antes eran muy productivos, como la estación de Universitat, han dejado de serlo. Y, además, ahora los viajeros tienen más prisa y miedo. Félix toca rock duro. En su carro de la compra carga un amplificador, un taburete, varios CDs, cables y un reproductor de mp3 con las bases instrumentales de una treintena de títulos. Hoy le esperan dos horas en el pasillo de la estación de El Clot-Aragó que conduce a los andenes del metro y el tren. Son las siete de la tarde.
El trote del ‘Highway star’ de Deep Purple hace temblar el túnel mientras Félix digita sin apenas esfuerzo todas las notas que Richie Blackmore clavó en la partitura inspirado en su adorado Johan Sebastian Bach. Una mujer se para, abre el bolso, no encuentra lo que busca y sigue su camino. Otra joven mete la mano en el bolsillo y saca… el móvil. Dos chavales le regalan sendos pulgares de aprobación. Un treintañero abre el monedero, deja unas monedas sobre la funda de la guitarra y se va tal como llegó: agitando la cabeza con satisfacción.
Esta mañana Egea ya estuvo dos horas tocando en la estación de Sants. “Algunos días hago seis y siete horas. Ahora hace falta la pasta”, explica. “Antes tocabas en un bar, te llevabas 50 euros y con tres bolos por semana tirabas. Ahora apenas hay locales que programen y vas a la gorra”, compara. “Estos callos que tengo en los dedos de la mano izquierda no me salieron cuando tocaba en orquestas o en grupos de versiones: me han salido en el metro”, explica el guitarrista. Porque Félix lleva ganándose la vida como músico desde principio de los años 90.
Fan de De Kalle
El primer contacto de Egea con la música del metro fue como espectador de De Kalle, aquel trío que sacudía el subterráneo de la plaza de Catalunya con sus versiones de The Cult. Venía de Badalona solo para verlos en acción. A principio de los 90 montó su propia banda de rock duro: Luna Llena. La cosa no cuajó, pero entró en contacto con orquestas y grupos de versiones. En Tràfic generó los ingresos que no le aportaban sus bandas de material propio. Con la crisis, su situación también empeoró y un amigo le sugirió probar en el metro. Se examinó para obtener plaza y aprobó de calle. Desde hace siete años, el metro reforzaba su economía cuando llegan los meses de menos conciertos. “A veces lo usaba de local de ensayo. Me preparaba allí el repertorio cuando me llamaba un grupo para hacer alguna sustitución y, si encima caía algo, mejor”, recuerda.
Hoy el metro es su único sustento. “Si tuviera actuaciones que me resolvieran la vida, tocaría de vez en cuando. Pero no, tantas horas. Tengo 55 años y me duelen las lumbares de tocar sentado”, confiesa. Y luego está esa montaña rusa de altibajos. “A veces te tratan como Dios y otras eres un fantasma: parece que no existas porque nadie te mira”. Aunque incluso en esta época en la que apenas nadie cree tener un minuto para detenerse a escuchar a un músico del metro, las alegrías saben más dulces. “Esta mañana me han soltado buena pasta mientras tocaba una de Led Zeppelin. ¡Y una chica me ha comprado un CD!”, exclama. Pero, claro, de eso hace ya cinco horas.
(Publicat el 20 de setembre de 2020)