Un piano de cola en el altillo
Noche cerrada en la sierra de Collserola. Cruzando un estrechísimo puente sobre la vía del tren se llega al barrio de Rectoret, uno de los tres que conforman el disperso núcleo de Les Planes. Desde aquí arriba, rodeado de espesas arboledas, el tráfico del túnel de Vallvidrera apenas es un rumor lejano. Aquí en lo alto, la paz es absoluta. Pero, de repente, empiezan a aparecer coches y más coches que aparcan en la misma calle, desierta hace solo tres minutos. Y gente y más gente entra decidida a una de las casas. Todos van a Can Simon.
Havard y Pau son dos músicos profesionales que se han instalado a vivir en Les Planes. En el altillo de Can Simon montaron un estudio para ensayar y, aunque cuesta creerlo, lograron subir un imponente piano de cola. Tamaño tesoro merecería ser disfrutado por más gente y, ante la escasa oferta cultural de este barrio barcelonés perdido en la montaña, decidieron organizar un concierto al mes. De eso hace ya casi cuatro años y últimamente el altillo se queda tan pequeño que faltan sillas y a algunos espectadores no les queda otra que escuchar la actuación desde el hueco de la escalera.
Los conciertos se celebran siempre en sábado, aprovechando que los Ferrocarrils de la Generalitat circulan hasta las dos de la madrugada. De este modo, y aunque la mayoría de público es de Les Planes, también facilitan el acceso en transporte público a curiosos de Vallvidrera, La Floresta, Sant Cugat y hasta Barcelona. En la pared del altillo, forrada de corcho, cuelgan los carteles de conciertos anteriores: del Trío Sarazeno, del Eshavira Project, del argentino Guillermo Rizzotto, de la castellonense Angela Furquet, del guineano Mu Mbana… Y repartidos por los rincones del altillo hay sitares indios y ngonis africanos, triángulos y panderos.
Bienvenidos… y a viajar
A las nueve, con puntualidad británica, Havard ejerce de anfitrión y presenta al grupo de este sábado no sin antes recordar que “aquí se entra sin pagar, pero se sale pagando”. “Y hoy más, porque vienen seis músicos”, añade, redondeando su concisa descripción del sistema de taquilla inversa. El sexteto Ombra ya había actuado antes en Can Simon. Por eso Jorge Quesada, líder del proyecto, se refiere a este altillo como “su segunda casa”. Quesada es un pianista de formación clásica y cabeza rapada con cresta. Su recital, anuncia, será un recorrido por músicas de distintas épocas y lugares. “Bienvenidos… y a viajar”, propone. Y el sexteto se enfrasca en una composición jazzística de efluvios mediterráneos.
Junto al piano de cola está el clarinetista armenio Andranik Muradyan soplando su duduk. A su lado, la cantante y violinista canadiense de familia serbia Kristina Bijelic. Tras ella, el catalán Albert Pintor pellizca concentrado un oud turco. A su lado, de pie, el imponente contrabajo del hondureño José Borjas. Y en el otro extremo del altillo, el batería barcelonés Rafael Lagunas. Nunca antes se habían juntado tantos músicos en estos conciertos caseros. Y aún menos, de procedencias tan dispares. Entre el público también hay una sorprendente variedad de nacionalidades y razas. Las pocas conversaciones en castellano delatan acentos de media Europa. Esto parece una cantina clandestina junto al Parlamento Europeo. Pero no estamos en Estrasburgo, sino en Les Planes.
A lo largo de la noche se suceden piezas de origen serbio, armenio y sefardí. “Quien quiera bailar, adelante”, propone Quesada. Pero su propuesta, más que un invitación, parece un chiste: apenas queda espacio para moverse. Aun así, dos espectadores recogen el guante y se levantan para contonearse con esas cadencias de ethno jazz viajero. Alguien con muy buen criterio entreabre las ventanas para que corra el aire. Andranik está medio engripado, pero no pone objeción. La música que se genera en el altillo circula como exótica brisa entre el vecindario de Les Planes evocando épocas, lugares y culturas remotas. Son conversaciones, del piano con el oud, del duduk con el contrabajo, que nacen en este refugio de Collserola y traspasan los límites mediterráneos.
Un triunfo colectivo
Acaba el concierto y el sexteto desciende la escalera camino de la planta baja, pero antes de llegar emprende el camino de vuelta abriéndose paso entre el público que reclama bises. La actuación ha sido un éxito. Uno más. “¡Este es el concierto número 41!”, exclama Havard. Y los vecinos aplauden a rabiar como si hubiesen batido un récord. Algo así es: un triunfo colectivo que va más allá del recital de Ombra y de la iniciativa de Havard y Pau. Can Simon está desbordado de propuestas y el calendario ya está completo hasta después de verano, pero si esta programación mensual se ha afianzado en Les Planes es porque el vecindario la ha hecho suya. Una prueba más de que los humanos necesitan música en vivo. Si es cerca de casa, mejor. Y si es en la del vecino, también.
Pasadas las once de la noche, la mayoría de público ya se ha marchado. Algunos se han quedado conversando en el jardín. En el altillo de Can Simon, aprovechando la abundancia y variedad de instrumentos, algunos músicos están iniciando una tímida improvisación musical.
(Publicat el 2 de febrer de 2020)