Los martes que parecen sábados
Barcelona está deguabiná cualquier martes por la noche, pero, ¡anjá!, la pámpara está bien prendía en la discoteca M7. ‘¿Ke lo ke?’ Disculpen el argot dominicano. Traducción: la ciudad anda reventada tras una jornada de trabajo, pero en este club de la calle de México la fiesta está bien… bacana. Son las tres de la madrugada y el discjockey pincha brisiaos cortes de reguetón, dembow, trap, perico ripiao, bachata y salsa. Y el público los disfruta y corea todos por igual. Aquí Anuel AA empata con Joe Arroyo y el salsero dominicano Yiyo Sarante es tan amado como su emergente compatriota del género urbano Shellow Shaq.
El ambiente ‘á cachet en esta sala que hasta el 2018 se llamaba Instinto y que funciona principalmente como club techno, aunque siga reservando todos los martes a los ritmos latinos. Para cualquier promotor, organizar conciertos en la madrugada del martes es un suicidio, pero el lema de estas veladas, de nombre Eklipse, juega al contrataque: ‘Los martes que parecen sábados’. Mientras la ciudad duerme, aquí actúan de bachateros, traperos y, cada vez más, artistas del imparable dembow dominicano. La pregunta es automática: ¿aquí nadie trabaja los miércoles? Respuesta: son las 3.30 ysigue entrando gente en el local.
Los Chamaquitos del Millero
Este martes el público es principalmente veinteañero pues actúa el dúo dominicano de dembow Los Pikilao. Sus integrantes, El Trátol y El Blonky, se dieron a conocer como Los Chamaquitos del Millero, pero la canción ‘Pikilao’ tuvo tal éxito en RD (así se refieren los locales a la República Dominicana) que con ese nombre se quedaron. Aún no hay rastro del dúo, así que el personal sigue aspirando vapores afrutados de las shishas, bebiendo y bailando lo que manda DJ Leo Romero. Tres jevitas perrean levemente en la mesa que hay ante el escenario. Un panita exhibe sus dotes como bailarín de bachata a sus colegas. Dos truchos baten contrapalmas flamencas sobre un clásico de Andy Montañez.
Pasadas las cuatro de la madrugada se arma un pequeño revuelo en tarima. El presentador asegura que Los Pikilao están al caer. El discjockey del dúo dispara ya la caja de ritmos. El volumen ahora es atronador: a alguno le va a dar un yeyo. El guachimán abre la puerta de la sala y por ahí entran los dos cantantes con su mánager, Jander 15, que se planta en el escenario a filmar de bien cerca la actuación de sus protegidos. No es el único que se cuela en el escenario. Seis o siete más tapan la visión del técnico de sonido y le impiden adivinar qué micrófono usa cada Pikilao, lo cual le complica ajustarles el sonido. El Trátol es el de las trenzas: el más ágil e ingenioso con las rimas y el que busca entonaciones más melódicas. El Blonky es el otro, el que parece que enlaza a velocidad endiablada palabras inventadas, como pikilao; el que parece que lleve un efecto incorporado al micrófono para sonar como si inhalase helio. Pero no: esa voz agudísima es suya.
En medio minuto Eklipse se pone jevi bacano. El discjockey aspira de su cachimba mientras pulsa botones que crispan aún más el acelerado dembow de Los Pikilao. Una joven en primera fila filma al dúo con dos móviles. ¡A la vez! Las canciones apenas duran minuto y medio. Todo aquí se consume a gran velocidad: títulos propios y remixes de éxitos ajenos cuya frase principal se repite hasta la saciedad. El ‘Buri buri’ y el ‘Bailo’. El ‘Pero porqué’ y el ‘Toy feliz’. El ‘Wiz Khalifa’ y el ‘Pikilao’. Pikilao, pikilao, pikilao, pikilao…
Dios, Patria y Libertad
El Trátol y El Blonky son de Los Guandules, un suburbio de Santo Domingo con índices de pobreza superiores al 30%. La música les ha permitido abandonar un barrio actualmente amenazado de desalojo. La situación política en su país, tras la suspensión de los últimos comicios por un fallo del sistema de voto electrónico, es de creciente protesta. Numerosos artistas se han posicionado contra el actual gobierno. Los Pikilao deberían decir algo, pero su manifiesto es algo ambiguo: “Quien se sienta orgulloso de ser de RD que prenda el flash”. El público lo prende. Acto seguido invitan a gritar el lema de su país: ‘Dios Patria y Libertad’. El público se suma a la proclama. Y la fiesta continúa como si nada.
Un concierto de Los Pikilao es puro desconcierto. Hay sketches humorísticos y escenas más propias de animadores de crucero. Pero todo, improvisado y atropellado. Lo último que se les ocurrirá es un concurso de perreo. La primera en apuntarse es esa chirivica arretá con un piercing en la lengua a juego con su ceñido vestido. No ganará, pero será la que más intimide al dúo. Aunque aparentan ir de chicos malos, Los Pikilao son dos manines relajaos. “¿Qué fantasía sexual te queda por cumplir?”, le pregunta uno al descubrir que acaba de cumplir 20 años. “¿Hacerlo en un cementerio? ¿En el monte? ¿En un pozo?”, propone el otro. “Ya las cumplí todas”, suelta ella. Y Los Pikilao quedan abacoraos.
A la media hora, el dúo desaparece. Ha sido un visto y no visto. Otro más en esta frenética gira que los ha llevado de Santander a París y de Igualada a Zúrich. Llevan un mes tan ajetreado que su mánager no tiene claro si estamos en Madrid o Barcelona. Lo que sí sabe es que el próximo artista que traerá de gira es Kiko El Crazy, uno de los que se disputa la invención del término pámpara. Sí, en el dembow, además de vacilar de dinero y actividad sexual, también se gana prestigio inventando palabras que luego corren como la pólvora.
El discjockey vuelve a la carga con una de Gilberto Santa Rosa. Algunos viejebos se recogen, pero a la mayoría de yipetones, popis y wawawás les gusta el can y aguantarán aquí hasta que el guachi cierre la sala. Será a las seis.
(Publicat l’1 de març de 2020)