Historia de las playas
En los últimos años, las playas de Barcelona se han convertido en uno de los principales espacios públicos de nuestra ciudad, con unas características singulares que lo hacen especialmente atractivo. Las playas constituyen un gran espacio al aire libre donde podemos entrar en contacto con el agua del mar, con el sol y con la arena, y donde podemos, además, iniciarnos en el conocimiento de la fauna marina. Todo esto es posible en Barcelona, en unas playas que tenemos muy cerca de casa y de las cuales podemos disfrutar todo el año.
Actualmente, en nuestras playas se desarrollan todo tipo de actividades de ocio, lo que las convierte en un medio privilegiado para disfrutar de la convivencia. La relación de Barcelona con el mar, no obstante, ha ido cambiando a lo largo de la historia.
El mar ha ayudado mucho a hacer de nuestra ciudad un lugar abierto, en el que se han mezclado pueblos y culturas desde la antigüedad. La ciudad medieval y moderna estableció unas relaciones comerciales amplias a través del mar y, con el tiempo, fueron apareciendo las necesidades de acercarse a él, más allá de las actividades mercantiles en el puerto y de las labores de pesca.
Los barceloneses se fueron aficionando cada vez más a los baños de mar, a las carreras de natación, a las competiciones náuticas... La recuperación del frente marítimo de la ciudad, iniciada en los años ochenta del siglo pasado, ha significado un cambio histórico y ha contribuido a integrar las playas en nuestra vida cotidiana.
Barcelona y el mar
Desde sus inicios, la historia de Barcelona ha estado íntimamente unida al mar. En el transcurso de los siglos, su línea de costa ha ido variando como resultado de la constante dinámica entre el mar y la tierra. En el siglo VI a.C., la montaña de Montjuïc y sus asentamientos ibéricos presidían el llano situado al abrigo de la sierra de Marina, entre los ríos Rubricatus (Llobregat) y Betulònica (Besòs), que en aquella época presentaba un perfil litoral totalmente diferente al de ahora. A poniente de Montjuïc, largas playas, y entre la montaña y la colina más tarde llamada Taber (hoy en día calle de Paradís y entornos), una pequeña bahía permitía la entrada del mar hasta tierra adentro, mucho más allá de la franja costera actual. Encarada a mar, en la cima de esta colina, se estableció la Barcino romana.
Posteriormente, el mar se fue retirando y se fueron creando unos paisajes cambiantes de islotes y lagunas. La regresión marina continuó y los nuevos espacios de tierra firme que iban apareciendo fueron ocupados por huertos y casas. Desde entonces hasta ahora, la historia de Barcelona ha sido un cortejo permanente entre el mar y la tierra; una relación que ha permitido una confluencia constante de pueblos y culturas que ha conferido a la ciudad su indiscutible condición cosmopolita y mediterránea.
Hoy en día, la fachada litoral barcelonesa es un paisaje construido, herencia de siglos y siglos de evolución constante. Un paisaje humanizado donde destacan las playas, que forman parte de la historia de la ciudad. Unas playas de fácil acceso, que se integran en la ciudad como uno más de sus espacios públicos. Unos lugares, sin embargo, que además de ofrecer la oportunidad de disfrutar del tiempo libre y el deporte, hacen posible pasar del mundo urbano a un medio natural tan rico y seguramente no suficientemente conocido como es el mar.
Nuestras playas, hoy
La reordenación urbanística, surgida en ocasión de los Juegos Olímpicos de 1992, se basó en tres decisiones importantes: el saneamiento y la consolidación del litoral, el levantamiento de las líneas ferroviarias costeras, y la construcción de la ronda y el parque del Litoral.
En el siglo IV a.C. el llano era habitado por los layetanos, tribus ibéricas que poblaban zonas del Barcelonès, el Maresme y el Vallès. Los hallazgos arqueológicos parecen indicar que los layetanos de Barcelona (la Laie ibérica) utilizaban un pequeño abrigo a poniente de Montjuïc como puerto natural, y que enriquecidos por la aportación de otras culturas mediterráneas más acostumbradas al comercio y al arte de navegar (fenicios, griegos, etruscos...), realizaban ya algún tipo de intercambio comercial por mar, probablemente con Empúries (la Emporion griega).
En el año 218 a.C., los romanos inician la conquista de la península ibérica y pese a que no sobresalen como gente de mar, la fusión del poblado ibérico con la Barcino romana significará los orígenes de lo que, siglos más tarde, sería uno de los enclaves más importantes del comercio marítimo mediterráneo. Barcos de guerra, birremes o trirremes, ligeros y alargados, barcos más cortos de eslora y anchos de manga, muchos de ellos cargados con ánforas de vino, y pequeñas embarcaciones de pesca que reseguían la costa, frecuentaban las aguas de aquella antigua Barcelona romana. Se iniciaban así unos tiempos de prosperidad para una ciudad que ya nunca más dejaría de ser marinera.
En el siglo II, Barcelona tenía entre 3.500 y 5.000 habitantes. Más de mil años después, en el siglo XIII, ya vivían en la ciudad unas 40.000 personas, una cifra considerable para una ciudad de aquella época. Barcelona comenzó a adquirir su condición de capital en los siglos VI y VII, en la época de los visigodos. Esta condición pasó a ser definitiva en 1253, cuando Jaime I otorgó al Consejo de Ciento de la ciudad el privilegio de designar a los cónsules de ultramar que tenían que representar los intereses del reino de Aragón y Cataluña.
En el siglo XIII, después de superar largos periodos de crisis y decadencia, Barcelona era una gran ciudad, una importante capital mediterránea que destacaba por su carácter cosmopolita y emprendedor. Una de las actividades económicas que mejor recogía este talante era el comercio por mar. A Barcelona llegaban barcos del Magreb cargados de lana, pieles, cuero, y también con productos procedentes de tierras transaharianas. De Sicilia se importaba trigo, algodón, coral... De Cerdeña, higos, quesos, pescado salado... Por la ruta de Oriente llegaban especias como por ejemplo la pimienta, el jengibre, el incienso, la canela... De Barcelona, los barcos zarpaban con productos manufacturados, tejidos de lana, vidriería, plomo, estaño, cobre, arroz, vino... Una intensa actividad que se concentraba en un espacio de playa que se extendía entre el monte de Les Falsies (actual plaza de Palau) y el arenal de Santa Clara (parque de la Ciutadella).
En la propia playa, un trasiego incesante de gente se ocupaba en una gran diversidad de trabajos: mercaderes, comerciantes, armadores, barqueros, marineros, sogueros, carpinteros de ribera, calafateadores, carpinteros, ballesteros... Uno de estos trabajos era el que llevaban a cabo los mozos de rodete o los de ribera, constituidos en gremio, que eran los encargados de portear y manipular las mercancías.
Otro trabajo relacionado con la carga y descarga de mercancías era el que llevaban a cabo los arrieros de mar, más bien situados que los anteriores ya que contaban con mulos de propiedad para el transporte. De esta manera, la playa de la Barcelona medieval se convirtió en un lugar de gran trascendencia para una ciudad que había hecho del comercio su principal actividad económica.
El perfil de la costa era bastante diferente al actual. El mar de Barcelona llegaba hasta donde hoy en día se alza la iglesia de Santa María del Mar. Allí, extramuros de la ciudad, junto al agua, se extendía una humilde barriada de casuchas y barracas llamada Vilanova del Mar, donde vivían pescadores y otros practicantes de los diversos oficios marineros de la época.
En las playas de la Barcelona de la edad media, entre los trabajadores del mar también era posible encontrar piratas, corsarios y ballesteros (hombres diestros en el manejo de la ballesta). Uno de los problemas más importantes que debían superar los barcos que tenían su punto de salida o llegada en las playas de Barcelona era el de la seguridad, por la abundancia de piratas y corsarios. En el siglo XIII, Barcelona competía comercialmente con otras ciudades como Pisa, Venecia o Génova. Esta competencia a menudo comportaba que barcos de potencias diferentes se abordasen en alta mar para hacerse con las mercancías ajenas.
Cuando estas acciones se realizaban con la bendición del rey o de las autoridades locales, quienes la realizaban eran llamados corsarios e incluso pasaban a ser héroes. Quienes lo hacían "ilegalmente", los que actuaban por su cuenta sin distinguir el origen de los abordados, eran considerados piratas y, por lo tanto, malhechores. En todo caso la piratería y la práctica del corso eran habituales en toda de la Mediterránea. Por este motivo, en los barcos mercantes se embarcaban ballesteros.
Durante el siglo XIII, la ciudad amurallada de la época romana queda cercada por unas nuevas murallas, y la zona de la playa permanece libre de fortificaciones. Entre los siglos XIII y XIV, la zona comprendida entre la ciudad y el mar se siguió poblando. El Regomir, primer barrio marinero de la ciudad, formado en la parte de mar del portal del antiguo castillo episcopal, construido en la muralla romana de la ciudad, seguía creciendo.
Entre 1427 y 1475 se construyó la muralla de mar que comenzaba en la actual plaza de Antonio López y que se prolongaba hasta las Atarazanas. Más tarde vino la que continuaba desde este lugar hasta Les Hortes de Sant Bertran. Y, por último, la muralla entre la Torre Nova y el monasterio de Santa Clara. Durante el periodo de construcción del primero de estos tramos de muralla se hizo también el primer intento de construcción de un puerto artificial en la ciudad de Barcelona. Éste y otros proyectos posteriores fueron transformando la fachada marítima de la ciudad y, a medida que el gran puerto se fue consolidando, absorbió buena parte de aquella actividad que caracterizaba las playas de la Barcelona medieval.
En cuanto a la dinámica litoral, la construcción del dique a partir del nuevo inicio de las obras de construcción en el año 1590 significó la aceleración del crecimiento natural de las playas de Barcelona. Según explica Joan Alemany en su libro El port de Barcelona, se calcula que desde los inicios de las obras en 1447 «la playa avanzó hacia el mar unos 500 metros hasta 1697, y entre 800 y 900 metros hasta la actualidad». Fue en este terreno ganado al mar donde, en el siglo XVIII, se creó el barrio de la Barceloneta.
Las reformas urbanísticas, la inauguración de la línea de ferrocarril entre Barcelona y Mataró (1848), y el crecimiento demográfico e industrial de la ciudad influyeron decisivamente en el nuevo diseño del litoral barcelonés. Entre 1878 y 1881 fue derribada la muralla de mar construida en el siglo XVI, hecho que dio paso a la construcción del paseo de Colom. A pie de estas murallas, de cara a mar, había las populares "pudas", unas pequeñas tabernas llamadas así, probablemente, por el mal olor que caracterizaba aquel lugar próximo a unas aguas sucias y estancadas.
En el siglo XVIII se inició en Barcelona un proceso de industrialización, fundamentalmente en el sector textil. A partir de la segunda mitad del siglo XIX, este proceso recibió un impulso fuerte y renovador. La disponibilidad de agua y su condición de ciudad portuaria, entre otros motivos estrictamente económicos y sociales, facilitaron el desarrollo y la diversificación industrial de la ciudad, que concentraba gran parte de esta industria en zonas próximas al puerto.
De esta manera se construyó un paisaje de costa con el protagonismo indiscutible de las grandes instalaciones industriales. En el transcurso del siglo XIX y de la primera mitad del XX, entre la vía del tren y el mar se creó un espacio marginal que pronto alcanzó unos niveles de degradación considerables. Más adelante, la actividad industrial de la zona fue decreciendo hasta que la mayoría de aquellas grandes instalaciones fueron desocupadas y la franja litoral de los barrios del Poble Nou y Sant Martí de Provençals se fue convirtiendo en un vertedero indiscriminado, y al mar llegaron grandes cantidades de aguas residuales, urbanas e industriales.
Desde el arrasamiento ambiental del litoral barcelonés, a partir sobre todo de la segunda mitad del siglo XIX y hasta bien entrada la segunda mitad del XX, a menudo se ha dicho que la ciudad vivía de espaldas al mar. Es probable, no obstante, que esta afirmación no sea correcta. Barcelona en ningún momento renunció a su condición de ciudad litoral. Las numerosas iniciativas ciudadanas de finales del siglo XIX e inicios del XX para reivindicar el espacio litoral como espacio colectivo para la práctica del deporte, el ocio o la cultura, el mantenimiento de la actividad pesquera, la relación incuestionable e intensa de la ciudad con su puerto, y la pervivencia de un barrio con personalidad propia y tradición marinera como el de la Barceloneta, demuestran, de algún modo, que la ciudad, pese a haber visto cómo se dañaba su litoral, nunca rompió definitivamente su relación histórica con el mar y sus playas.
Los numerosos establecimientos de baño que se fueron abriendo en las playas de Barcelona durante la segunda mitad del siglo XX nos hace pensar en una demanda creciente de instalaciones de este tipo. Con los años, algunos de estos establecimientos desaparecieron, pero otros se mantuvieron abiertos hasta bien entrado el siglo XX. Entre los más conocidos, todos situados en las playas de la Barceloneta, cabe señalar los baños de la Senyora Tona o de Salé, Astillero, Sant Miquel (originariamente ubicado en Can Tunis), la Deliciosa, Junta de Damas, Neptuno, la Sirena o el Tritón. También en la Barceloneta, los baños San Sebastián fueron los primeros -y no sin escándalo- en instaurar una zona de baños en la playa que permitía la coexistencia de hombres y mujeres.
En el año 1912, en la zona de levante, cerca del barrio del Bogatell, se inauguraron los baños de la Mar Bella, que permanecieron abiertos hasta los años cuarenta, cuando fueron destruidos por un temporal. Entonces era considerado el lugar de playa más limpio de Barcelona. En la Marina, en las playas de Can Tunis fueron también reconocidos los baños España, Cibeles, y muy especialmente los baños Zoraya, llamados popularmente "el balneario".
Ir a bañarse a mar abierto en la Barcelona de aquellos tiempos significaba toda una aventura. Acceder a las playas llevaba su tiempo. Hasta que no se instauraron algunas líneas de tranvía, como las que comunicaban algunos baños de la Barceloneta con la ronda de Sant Antoni, Sants o la plaza de Catalunya, la gente iba caminando.
Los establecimientos de baño permitían combinar los baños de mar con los que entonces se llamaban "baños de pila" (bañeras y piscinas). Algunos de estos establecimientos ofrecían servicios complementarios como por ejemplo gimnasio o solárium. Un acontecimiento que despertó gran expectación en la ciudad fue la inauguración, en el año 1872, de los baños Orientales, una lujosa construcción que imitaba formas árabes y que ofrecía unas comodidades desconocidas hasta entonces.
Durante las dos primeras décadas del siglo XX, se fundaron cuatro entidades pioneras en España en el deporte del remo, de la vela y de la natación. En 1902, como resultado de la fusión entre el Real Club de Regatas de Barcelona (1881) y el Real Yacht Club (1879), se fundó el Real Club de Barcelona, el actual Reial Club Marítim de Barcelona. En 1909, por discrepancias internas, fundamentadas principalmente en una eterna rivalidad entre los practicantes del remo y de la vela, se produce una escisión en el seno de la entidad que significará el nacimiento de un nuevo club: el Club Náutico de Barcelona.
En sus primeros años de existencia, las sedes sociales de las dos entidades estaban instaladas en dos edificios flotantes próximos, fondeados en el Portal de la Pau. Dos otras entidades históricas relacionadas con el mar y las playas de Barcelona fueron fundadas también en estos primeros años del siglo XX: el Club Natació Barcelona y el Club Natació Barceloneta.
Los renovadores planteamientos pedagógicos que, entrado el siglo XX, revolucionaron el modelo de escuela vigente hasta entonces en la ciudad, recogían también este espíritu de vivir más armónicamente con la naturaleza y de hacer de la educación física y el deporte prácticas habituales en los centros educativos. También, en esta ocasión, el mar y las playas de Barcelona fueron el marco de una experiencia singular, surgida en este caso a partir de una iniciativa municipal. En 1922, en la Barceloneta, justo al final de la calle del Almirall Aixada, al lado de los baños Orientales y en la propia playa, se inauguró la Escuela del Mar.
El objetivo fundamental de la Escuela del Mar era acoger a niños que, sin estar enfermos, manifestasen algún síntoma de debilidad física que hiciera aconsejable un tipo de vida más sana, fuera del ambiente cargado de la ciudad. En 1938 el edificio fue destruido por las bombas, en plena guerra civil. Posteriormente la escuela fue trasladada a Montjuïc y, finalmente, en el año 1948, al barrio del Guinardó.
La reordenación urbanística, surgida en ocasión de los Juegos Olímpicos de 1992, se basó en tres decisiones importantes: el saneamiento y la consolidación del litoral, el levantamiento de las líneas ferroviarias costeras, y la construcción de la ronda y el parque del Litoral.
Desde la construcción de la Villa Olímpica -la primera gran obra emblemática de la Barcelona del 92- hasta las últimas intervenciones con motivo del Fórum, se ha diseñado un nuevo frente marítimo constituido por piezas de características suficientemente diferentes en cuanto a la superficie, los programas y usos previstos, y la especificidad de la estructura urbana en relación con las exigencias del entorno. Todas ellas, sin embargo, han sido proyectadas según un mismo criterio: relacionar íntimamente el litoral de levante, su mar y sus playas, con los barrios vecinos, e integrarlo en la ciudad como un espacio más de uso público, de la manera más racional y sostenible posible.